GOTA A GOTA
Mandela
El Apartheid es un vocablo trágico. Proviene del afrikaans, variante sudafricana del holandés. Y alude a un régimen discriminatorio racista, a la segregación de los negros en esa región africana, merced a la cual no solo se les excluía, sino se les negaba la ciudadanía. Emergió legalmente en 1948. Contra esa realidad atroz, luchó ‘Madiba’ que significa ‘abuelo venerable’. Su nombre original Rolihalha y adoptó el de Nelson al ingresar a la iglesia metodista: Nelson Mandela, quien, de vivir hoy, cumpliría cien años. Perteneció a la tribu de los Thembu. Pudo estudiar abogacía y se afilió al Consejo Nacional Africano, plataforma de batalla contra esas injusticias. Después de la matanza de Sharpeville en la que asesinaron a 69 rebeldes de piel morena, fue encarcelado. Su confinamiento se prolongó 27 años. Nada pudo hacer la ONU para erradicar el Apartheid pese a haberlo declarado en 1966 un crimen de Lesa Humanidad.
Pero Mandela nunca se dio por vencido. Inconmovible derrotó al sufrimiento y al miedo. Con sus cadenas a cuestas, trabajó para construir un mundo donde se pudiese vivir en armonía, en igualdad de oportunidades, rimando la historia y la esperanza. Todo un ejercicio de admirable imaginación.
Sin Mandela no entenderíamos el siglo XX. Icono de la resistencia y la libertad, este héroe fue, al fin, liberado en 1990 por Frederik de Klerk: con él compartió el premio Nobel de la Paz en 1993. Y resultó electo presidente en 1994. Nada fácil le resultó gobernar. Tensa fue la calma la de aquella Sudáfrica profundamente herida. Mandela sabía lo que enfrentaba. Y sabía también que a una nación no se le debe juzgar por cómo trata a los ciudadanos con mejor posición, sino por cómo trata a los que tienen poco o nada. Hizo lo que pudo: promovió educación, vivienda y empleo.
Fiel a sus creencias democráticas, sin apego alguno al poder se retira en 2001 cuando se le diagnostica cáncer. Libre ya de responsabilidades públicas, se dio a la tarea de combatir la epidemia del SIDA. Hoy lo recordamos como un paradigma de sacrificio fecundo. Como un hombre bueno, de esos que hay muy pocos, de esos que enaltecen de verdad la condición humana.