SERENDIPIA
Filogonio y sus calacas eróticas
¿Por qué los mexicanos, que nos hablamos de tú con la muerte de acuerdo a la leyenda universal, excluimos al sexo de las ofrendas del Día de Muertos? ¿Alguien ha puesto un condón, una prenda íntima o un consolador junto a los cacahuates, el mezcal y los tejocotes? ¿Acaso nuestros muertos vivieron una vida sin deseos y privados de los placeres que nos aligeran la existencia?
Nunca había pensado en las fiestas de todos los muertos como un lienzo completo de la vida y los placeres del hombre. Filogonio Velasco Casimiro, indígena y pintor mazateco nacido en el 86, se atreve sin dramatismos (y con un gran sentido del humor) en la exposición “Kasasien animará: se les paró el corazón, la muerte tiene fiesta”, que se presenta en el Museo de las Culturas Populares, de Coyoacán.
Nació en Mazatlán Villa de las Flores, Oaxaca, en la sierra mazateca. Cuidaba los chivos de sus padres campesinos. Dibujaba desde los 8 y por estar pintando monos un día se le escaparon dos animales y se metió en un gran problema.
Aprendió las primeras palabras del español a los 12 años, cuando engañaba a los maestros haciéndolos creer que tomaba notas, cuando trazaba líneas, curvas y círculos. En la secundaria vio a un grupo numeroso absorto ante un juego de ajedrez.
No sabía qué era, y sólo de mirar aprendió a jugarlo. Y le ganó a toda la escuela.
Fue en la prepa, deslumbrado con los saltos estratégicos del caballo, que decidió cambiarse el segundo apellido y ponerse Naxim, caballo en mazateco.
En la preparatoria no sacaba muy buena notas y tampoco entendía a sus maestros cuando le decían: “eres un artista”, o “ya encontraste tu vocación”.
¿Qué significaba la palabra artista? Filogonio Velasco Naxim no entendía muchas cosas. De niño prefería guardar silencio porque no le salían las palabras en español. En la preparatoria, una tarde un maestro le preguntó si quería participar en una exposición y volvió a decirle que era un artista. Él no entendía ni madres.
Entendió que una exposición es una muestra de un artista cuando colgaron sus cuadros en una galería. Luego compró tres bolígrafos diferentes y vendió sus primeros dibujos.
Más tarde, cuando entró a la escuela de Bellas Artes de Oaxaca, conoció a Rembrandt, a Van Gogh y a Gauguin. No le alcanzaba para comprar lienzos, así que empezó a pintar muros y a reciclar recortes de revistas para añadirlos a sus obras.
Esas revistas son las culpables de las calacas eróticas que se exhiben en el museo: Largas como un espagueti, estéticas y coloridas, su sello distintivo son unos cuellos infinitos de jirafa.
Entre los 36 cuadros y tres muros monumentales hay una pareja de calacas que sonríe con todos los dientes, fundida en una marea de rojos, verdes, azules y amarillos. Al pie de los cuerpos enroscados, una leyenda: Tsa tjínra, que quiere decir: “están contentos”, en lengua mazateca.