VOCES DE MUJERES
Como activista he acompañado a mujeres víctimas de diversos tipos de violencia. Tal vez es por eso que cuando las personas se enteran de ese aspecto de mi labor me bombardean con consejos sobre cómo proteger a las mujeres y niñas de los hombres que las agreden. Los consejos van desde inscribirlas en box, tae kwon do y otras formas de defensa personal hasta no permitirles salir nunca solas, es decir, sin ir acompañadas de un hombre. Esto resulta poco útil porque los actos de agresión aleatorios constituyen una proporción muy pequeña de violencia contra las mujeres. La gran mayoría de las agresiones y el abuso que viven son cometidos por hombres de su círculo más cercano.
Como defensora de mujeres que viven violencia sé lo complicado que es salir de ella. Diversos estudios nos revelan que una víctima intenta romper el ciclo de violencia entre cinco y siete veces antes de lograr alejarse para siempre. A menudo se arrepienten de escapar por temor a represalias, por no contar con los recursos económicos para sostenerse, pero con frecuencia el “amor y arrepentimiento” que promulga el agresor juega el papel más importante en la decisión de la víctima.
La violencia que viven las mujeres en sus hogares está rodeada de mitos. Por ejemplo existe la idea de que las mujeres de clase media, educadas y profesionalmente exitosas son menos susceptibles al abuso. Nada más lejos de la verdad. La violencia no se limita a un medio socioeconómico ni a la edad, el origen étnico, la educación o una región del país. Las mujeres aparentemente empoderadas también son vulnerables de vivir abuso y agresiones aun cuando es posible que la identifiquen más fácilmente. Así mismo la violencia en los hogares afecta a hombres y personas de la comunidad LGBTI+, pero en su gran mayoría la sufren mujeres heterosexuales. Desafortunadamente las políticas públicas enfocadas en la prevención de la violencia la han abordado como un problema solo de las mujeres, poniendo la carga de evitarla en las víctimas dejando fuera de toda responsabilidad a los hombres agresores.
Si algo puedo concluir de mi experiencia acompañando a víctimas es que, para realmente proteger a nuestras hijas, debemos cambiar la forma en que educamos a nuestros hijos. Las víctimas de violencia y sus agresores provienen de todo tipo de orígenes, sin embargo existe evidencia que asocia la violencia en el hogar durante la infancia y la posterior naturalización de la violencia en la vida adulta. Y si bien tanto hombres como mujeres somos víctimas de la imposición de roles de género estereotipados, una diferencia importante es que a los niños les enseñamos a “ocultar” y “no sentir” y probablemente eso los hace más propensos a expresar sus sentimientos con agresión. Es por eso muy importante educar a nuestros niños y jóvenes dejando de lado las masculinidades tóxicas y procurando su realización plena en un entorno que proteja su integridad, les respete como personas y les inculque desde edad temprana los conceptos de igualdad y dignidad. También debemos alentarlos a comunicar sus inquietudes y emociones con libertad y en un núcleo familiar seguro pero sobre todo nunca debemos avergonzarlos por llorar o expresar sus sentimientos.
La violencia que viven las mujeres a manos de sus parejas es un fenómeno cultural con una solución cultural. La lucha por la seguridad de nuestras hijas depende en mucho de como eduquemos a nuestros hijos.