DESDE LOS BALCONES
Darle dimensión a la vida social simple de un viejo campesino que nació, vivió y murió como campesino no es fácil; la vida campesina es el soporte de una nación, de un pueblo, aún sin que se tenga conciencia de ello.
Luego del campesinado vienen los obreros, también los queridos abuelos obreros tienen mucho que mostrarnos de la grandeza e intensidad de la vida social.
En todas las pequeñas ciudades del país, ya ni hablar de las rancherías, los abuelos constituyen la memoria social de la comunidad, a ellos se dirigen los jóvenes y los adultos, tratándolos con respeto. Los viejos abuelos son el centro de las conversaciones y los recuerdos de todo lo que se ha visto pasar.
La amistad entre abuelos contemporáneos es única. No hay mejor ni mayor comunidad espiritual que compartir las experiencias de la vida en común.
Yo recuerdo a los compadres de mi abuelo Sabino, a don Florencio Zamora, a quien mi abuelo prestaba el caballo para que interviniera en “las morismas”, era el rey moro que huía al final de la tarde perseguido por todos los asistentes de a caballo, hasta que lo traían preso disque para cortarle la cabeza, un teatro supuesto que los niños confundíamos con la realidad.
Mi otro abuelo Tereso Herrera Urrutia, amigos los dos. Este último inopinadamente me dijo una mañana: “dile a tu “papa” Sabino, que ni yo puedo ir a verlo, ni él puede venir a verme, que el que llegue primero, le haga un campito al otro.” Y así fue, mi abuelo Tereso murió un 22 de mayo de 1973 y don Sabino lo hizo al día siguiente. El aviso del uno al otro nunca llegó. Les fallé.
¿Por qué les cuento esto? Porque el tema central de un año que se acaba, se suma al recuerdo y a la presencia de mis abuelos, y de quienes participen de este sentimiento social tan ASCENDRADO en las comunidades viejas como las que tiene todo Querétaro.
Estas pequeñas cosas de la vida quería contarles, para desearles a los abuelos de allá de la sierra y de los alejados municipios, lo mismo que a los de las colonias populares del viejo y entrañable Querétaro, a todos los viejos, a todos que vivan allá o se hallen de visita, el mejor de los años abrazando a sus nietos. Es lo mismo que hago yo y no me lleno.
Feliz Año a don Sergio Arturo, por su risa y cordialidad de siempre y su gran amistad, lo mismo que a todos sus admirables hijos, les guste o no reconocer a este clan de periodistas que constituyen toda una comunidad de combate y esfuerzo diario. FELICIDADES A TODOS Y UN ABRAZO.