LA APUESTA DE ECALA
El regordete niño José Guadalupe — acompañado de su hermano Cirilo— decidieron esta vez no entrar a la escuela y mejor irse a los cultivos cerca del río de San Pedro, aquél que llega desde la sierra de Milpillas y que al quebrar las rocas se levanta un aromático sabor a fresco musgo.
No era un día importante de festividad religiosa, así que el profesor no notaría la ausencia de este par de pardillos, y mejor les resultaría el día en ir a cortar cachos de madera para lograr hacer algunos dibujos, fuera de los copiosos árboles, de las veredas.
—¡anda Jope corre más fuerte que te lleva la corriente!
—Toma mi navaja que se me puede perder— mientras buscaba de varias formas que no se le mojaran sus papeles, sus lápices y sus difuminadores — ¡anda Ciro ayúdame! —.
Al pasar del otro lado del río lograban que la vista fuera más completa, la vereda se veía con más camino, unas vacas y borregos alegraban la vista, las mujeres con sus canastos de ropa sobre sus cabezas que iban a lavar sus enseres, les recordaban algunas labores que este par había dejado de hacer.
Al sentarse cerca de los limítrofes de aquellas tierras, el olor a tierra mojada les recordaba lo cercano de la lluvia, que, al revolverse con las luces de la mañana, les hacen memoria de estampas dignas de cualquier libro de grabados — como esos que les ha ensañado su profesor de instrucción de letras—.
Los cachos de madera que obtenían con sus navajas eran delgados, de no más de una cuarta por lado, que al rasparlos con la arena del río, lograban pulirlos poco, con ello les permitían hacer sus dibujos directos a la madera, después con el filo de su navaja, sacar las orillas de cada una de las líneas previamente dibujadas por Jope, y así tener un dibujo — como ellos decían— “al revés” para que al pintarlo con goma de color negro, pudieran imprimir sus modestas obras.
Esto lo llevaban haciendo ya varios años, oficio que solo veían y no se dedicaban a ello, pero que habían descubierto eran hábiles en su elaboración.
Ya el profesor les había encargado le produjeran unas pequeñas portadas de algunos cuentos, que luego él mismo vendía en las calles de Aguascalientes a las personas que gozaban de un poco de literatura, algunas narraciones de tradiciones y una que otra anécdota de la independencia.
Hubo una historia que a Jope le fascinó en más de las que acostumbraba escuchar, una en donde el profesor narraba la existencia de un ladrón que se apoderaba del botín de los ricos para darle a los pobres, fascinantes aventuras sonaban en la voz del profesor cada que la contaba a sus alumnos, a los cuales les pedía que cerraran los ojos para que imaginaran las escenas, les daba detalles precisos de cada lugar: el bosque, el río, los animales que lo habitaban y podía inclusive hacer las voces diferentes de cada personaje.
¡Eso a Jope le maravillaba! pero el niño se preguntaba ¿si pudiera dibujar de tal forma que muchos tendrían la oportunidad de ver lo que yo me imagino? así logró, junto con su hermano hacerse de la idea de raspar la madera con su afilada navaja para levantar y dejar hermosos filos que al continuarlos construían grafías cuidadas — burdas aún— pero ya estilaban la posibilidad de lograr reproducir imágenes.
Aquella tarde lluviosa les dejó claro que el papel, en mucho dista de resistir las inclemencias del agua, sin embargo, la madera perpetra por mucho el grabado, y si logran pulir más la superficie, es casi como ilustrar en el propio papel.
El profesor quedó maravillado con aquel trabajo nuevo de los jóvenes grabadores —en realidad unos niños, Cirilo de diez y Jope de ocho— así que no tardó en enviar esos trabajos a la ciudad capital de Aguascalientes y recomendarlos con algún oficio de grabador.
Así Trini Pedroza — en mucho uno de los peores grabadores de la ciudad— asimiló la idea de tener a Jope para que aprendiera el oficio, aunque el chiquillo era de mayor calidad técnica que él propio, y tal vez podría lograr aprender la finura de los trazos en la madera.
La ventaja de Pedroza era que tenía bastante trabajo, estampas religiosas, libros de letanías, portadas de algunos libros de enseñanza de letras del gobierno y la impresión de trabajos de adinerados que deseaban construir periódicos —ahora de moda por los franceses que trajeron la comicidad en dibujos burlones de personajes de la alta sociedad y política— así que por terminar los pedidos fue que logró aceptar a Jope.
Jope en cambio estaba fascinado con aquel oficio que le permitía afinar su técnica — como un virtuoso violinista que requiere el tiempo y el esfuerzo necesario de lograr la excelsitud— y no tardo, le llevó poco tiempo realzar el trabajo de Pedroza, a quien por cierto le hacía quedar su taller de grabado como uno ya de los mejores de la ciudad, esto en propio por la labor fina y didáctica del niño de prodigioso talento.
A pesar de que a la casa grabadora Pedroza no le iba del todo mal, el sueldo de Jope era demasiado bajo para tanto que le hacia ganar y en ocasiones tuvo el valor de hacérselo saber, cosa que molestaba al dueño y en las diferencias —juntos— decidieron marcharse a León, en donde alegaban, el grabado estaba siendo mejor pagado.
A la vez ya de unos dieciséis años, con la técnica depurada de lograr cualquier ilustración en el temple de la fina madera, Jope decidió tomar fortuna e independizarse de Pedroza y abrió su taller, mismo que combinó con dar clases de su técnica para lograr hacerse de algunos aprendices, mismos que le darían la oportunidad de la exploración y práctica de nuevos materiales, ahora que los periódicos comenzaban a solicitarle grabados de caricaturas en contra de políticos afamados.
Estando en su taller y trabajando para grabar la cajetilla de algunos cerillos le llamó la atención de una joven dedicada a la repartición de estos productos y que era quien iba de parte de la fábrica por los pedidos de grabados, la joven llamada Chuy Vela le llamaba la atención de tan candentes ojos negros y poblado bozo, que a pesar de, era de una belleza que le cautivó.
En tiempo se hizo de su amistad y decidió darle un regalo que seguramente nadie en aquellos años, tanto por lo caro del regalo y que nadie lo hacia mejor que él, le diseño un cartel de ella con el nombre de la cerillera, a tal grado de la calidad, que le propia fábrica la utilizó para el emblema de su nombre.
En cambio, la doncella sucumbió a los encantos del joven alegre y dicharachero grabador quien la desposa y le promete una vida llena de viajes y éxito, por tan diferenciado oficio, mismo que por su calidad de producción le auguraba un destino prometedor.
Siendo ya asiduo trabajador de litografías para periódicos, una notica le cambió la vida, en una fosa fuera de los ya poco utilizados camposantos —ahora por las disposiciones de los panteones civiles— encontraron más de doscientas personas enterradas de la región de León, varios de ellos procedentes de Lagos, Unión de los Adobes y el Rincón, además que se reportaban más de mil cuatrocientas personas desaparecidas por el régimen del general Porfirio Díaz.
Esto no dejó que quedara olvidado y realizó varios grabados de alta calidad que fueron reproducidos como nota en los periódicos, mismo que le ganó fama como un verdadero grabador, valentía que llegó hasta la ciudad de México en donde de inmediato surgieron ofertas para trasladarlo y ofrecerle mejores ingresos a su oficio.
Así, con el alma en un hilo porque era buscado por terratenientes que habían apoyado la matanza de los lares de León, saltó hacia la ciudad capital, internada en un régimen autoritario y de mantener una prensa continuamente atacando al general Díaz —otrora héroe de mil batallas— ahora reducido a un simple puesto político y a una continua burla de la gente, por su régimen autoritario.
Una vez llegado a la capital de inmediato los periódicos La Patria Ilustrada, Padre Cobos, Revista México, El Gil Blas, Argos y El Chisme lograron ser aceptados por el grabador Jope, quien fue directo con sus colaboradores:
—Gracias Toño Vanegas, pero si deseo dejarte claro que no me ando con chingaderas, si deseas una caricatura de don Porfirio tendrá que ser muy buena y llena de alegorías, porque yo le tengo deudas pendientes de allá los lugares de dónde vengo.
—Te prometo mi Jope que haremos una verdadera revolución de tus grabados, pero si queremos participar en el resultado final, para que lleguemos a más personas.
Al paso del tiempo el mayor antiporfirista que hubo fue indudablemente Jope, retrató los oficios más pobres, aquellos olvidados por el “glamur francés” y las caricaturas más lascivas e hirientes del general fueron del propio joven.
Los abusos de sus colaboradores, la pobreza extrema que se extendía por toda la ciudad y sus canales, los muertos a escondidas y “en caliente” le daban a Jope la oportunidad de denunciar — a quien fuera— las condiciones de este México ahorcado por la miseria y el hambre… ¡pero que a su vez resalta una alocada alegría!
Así ni tardo ni perezoso y alebrestado por lo pulques de las famosas cantinas — a las cuales era asiduo— decidió realizar un ejercicio personal de mayor crítica a Díaz: los indios que se volvieron ricos gracias a los favores del presidente.
Morenos de la piel mestiza de ojos negros y facciones burdas, ahora estaban enaltecidos con finas telas y casimires, afrancesados, utilizando bigotes estilos europeos, sombreros de copa y bastones ¡eran la burla de sociedad entera!
A ellos dirigió sus miradas y sus mejores refranes, dejando claro que los ancestros de nuestra historia — que a leguas conocía Jope— distaban mucho de esta moda ridícula, para ello Jope realizó una serie de versos con grabados de calaveras, mismas que las vestía con los atuendos de gala, de fiestas elegantes en casinos y música francesa, así como largos vestidos.
Para que no sospecharan de que era Jope el grabador, las hizo de tono más burdo que sus finos tallados — ahora mejorados por las técnicas de litografías y grabados en plomo— pero que debía parecer fuera de tal sospecha, porque los comentarios burlones podrían herir a más de uno de los poderosos “catrines” que eran los elegantes afrancesados con rasgos indios mexicanos.
Las bromas, lo jocoso y lo trivial de cada una de ellas le valieron la fama por toda la ciudad, máxime que los versos que los acompañaban estaba dirigidos para que la gente adivinara de quien se estaba hablando, sin que se dijera el nombre o el cargo, se hacían cientos y se regalaban de mano en mano, en los mercados, en las pulquerías, en las afueras de los eventos elegantes, fue tal su popularidad, que hubo incluso quienes de los “catrines” los enmarcaban y colgaban en sus despachos.
Lo intermitente de estos versos es que se realizaban solamente cerca del día de los fieles difuntos “conmemorando” esta fiesta religiosa —y para que no se levantaran sospechas de que algún taller fuera el responsable no se firmaban— así, con efusividad de cada noviembre se esperaban estos versos anónimos que tanta risa causaban, esta tradición existía desde Benito Juárez, solo que no estaban ilustradas.
Así la vida del niño de Aguascalientes cambió por completo, ahora siendo uno de los críticos del sistema de don Porfirio más populares, gozaba de la fama de intelectuales y músicos que lograban hacerse de un buen chascarrillo y algunos versos previos a su salida en las fiestas de noviembre.
Jope logró con unas maderas y finas gubias hacer pasar mal rato a una clase social de ricos y de la política, quien ante el anónimo grabador, que hacían las delicias de los propios, su distinguido buen humor, su carisma y su capacidad de realizar versos exactos y bien colocados, cambiaron por completo la manera de hacer periodismo, en un México de desparecidos y enterrados.
¡Allá por 1908!