CONCIENCIA PÚBLICA
No hay un político en México con mejor imagen que el presidente Andrés Manuel López Obrador. Su popularidad se mantiene en los mismos niveles de la campaña política; medido en cuanto a atributos, tiene más positivos que cualquier otra personalidad de la política mexicana, y sus negativos en consecuencia se desdibujan por la solidez de los primeros.
Es una imagen construida con base en la congruencia de su comportamiento personal con sus postulados discursivos repetidos en cada pueblo y ciudad durante cuando menos 12 años de campaña permanente, siempre en calidad de víctima del sistema, de los poderes fácticos y de la perversidad de un régimen corrupto que le “robó” dos veces la presidencia de la república. La retórica del opositor permanente, hábilmente manejada le ha construido una imagen hasta hoy invulnerable.
Una vez alcanzado el poder, el reto para el presidente es mantener esa imagen y sus niveles de popularidad, cuando menos hasta la mitad del sexenio, momento en el cual ha decidido unilateralmente y sin que nadie se lo pida, someterse a la revocación de mandato, sin embargo, esta será una situación muy diferente. El ejercicio del poder ocasiona desgaste, es una ley universal y él no puede sustraerse a ella, como lo muestra la constante, aunque lenta, baja en los niveles de aprobación de su gobierno que en nueve meses ha perdido 9 puntos según Consulta Mitofsky (65 a 56 puntos en el periodo mayo-enero).
Este lento declive se debe, sin duda, a su habilidad como comunicador y al manejo de agenda a través de sus conferencias mañaneras que le ha permitido disolver las crisis que sus acciones han ocasionado, entre gracejadas y ocurrencias como la de rifar el avión presidencial para distraer a la sociedad que empezaba a poner atención a la improvisada puesta en marcha del INSABI, a la prolongada escases de medicamentos y otros temas importantes donde no ha tenido resultados favorables. Sus esfuerzos por mantener la congruencia que le caracterizó en sus campañas han tenido costos, más allá de los políticos y de su esfuerzo personal para evitar el desdoro de su actuación.
Comencemos con su encono en contra del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México que fue blanco de su campaña como símbolo de corrupción; su cancelación y la liquidación de los compromisos adquiridos tuvo un costo de cuatro mil doscientos millones de dólares y no ha caído en la cárcel ninguno de los “corruptos” que ocasionaron la cancelación. Ese es el costo directo y es difícil tasar la cantidad de inversión que no ha llegado, ni llegará a México por la señal negativa que envió la cancelación de la obra, misma que es fuente aún de desconfianza internacional.
Sigamos con la precipitada decisión de dejar de comprar gasolina a los USA, (“porque ese es un negocio que están haciendo”) aduciendo que México tiene la capacidad para ser autosuficiente. Esa acción repercutió en la más grave crisis de abastecimiento que haya sufrido el país en la historia reciente y remediarla llevó a la precipitada adquisición de 500 pipas a precio aún no revelado y con procedimientos opacos. Envuelta en una presunta persecución al guachicol, la crisis gasolinera ocasionó pérdidas económicas cuantiosas.
El dispendio y derroche de dinero que significan algunos de los programas sociales, no por su objeto sino por su implementación. El programa de jóvenes construyendo el futuro tuvo en 2019 un presupuesto de 40 mil millones de pesos que sirvió para “capacitar” a 930 mil jóvenes. Con aritmética pura, cada joven tuvo un costo de 47,311 pesos y se desconoce el seguimiento que ha tenido cada uno y la efectividad del gasto, la opacidad reina en las páginas oficiales.
El programa Sembrando Vida, cuenta con un presupuesto para 2020 de 26 mil millones de pesos, y busca apoyar a poseedores de 2.5 hectáreas que se integren a un proyecto agroforestal y salvo los operadores del mismo, no se puede saber en las páginas oficiales cuántos se han integrado, cuántos reciben los cinco mil pesos de apoyo, de los cuales 500 van a una cuenta de ahorros y 50 al fondo de bienestar, y por supuesto, no se conoce cuántas cuentas se han abierto, qué banco las lleva y dónde está el fondo de bienestar.
Es cierto que combatir la pobreza cuesta y que esa lucha es cara, pero más cara se hace cuando se gasta sin que exista seguimiento y transparencia, porque esta opacidad que rodea a todos los programas sociales que blindan la imagen presidencial más parece derroche y demagogia que combate efectivo a la pobreza y por lo pronto sin que esté cerrada la cuenta, la imagen del presidente ya costó 154 mil millones de pesos en solo tres acciones. Si el presidente va en serio, es tiempo de que se siente a supervisar y deje a un lado la campaña permanente.