George Sand, novelista francesa del siglo XVIII, tuvo una vida sentimental azarosa, entre sus amantes se encuentra ni más ni menos que Chopin y Musset. Ya anciana fue a la oficina de correos, los telegramas eran algo novedoso y es ayudada por un hombre de su edad, de recompensa le da una moneda. Al retirarse le pregunta al portero quién era ese viejito tan amable que se ganaba la vida ayudando a la gente, el empleado le da el nombre. Es grande su sorpresa, era un hombre que en su juventud había sido su amante, con él había vivido un tórrido romance, incluso se trataron de matar, ante tanta pasión y tanto pleito optaron por hacer un pacto suicida que afortunadamente quebrantaron. Ella lo observó por un buen tiempo. Al llegar a su casa escribió: “Lo más grave de la vida no es el dolor, no es tampoco el sufrimiento, lo peor que nos puede pasar, es no sentir nada”.
Varios amigos y amigas, se diría convencionalmente, de todos los niveles sociales, edades, ideologías y partidos me dicen que ya quisieran tener ese ocio creativo y divertido que tanto pondero, pero que al contrario, en el encierro, sin trabajo ni diversiones, lo que sienten es un hueco; una falta de interés en todo. No les anima mayormente regresar al trabajo ni tampoco les entusiasma seguir como están. Dicen: “Es una especie de vacío, como que tanto tiempo sin hacer nada, me ha hecho perderle sentido a las cosas”. Los antiguos le llamaban “tedium vitae”, “cansancio de vivir“, posteriormente “acedia o spleen”. Lo primero sería saber sobre qué estamos hablando, son sensaciones parecidas, sus diferencias son de matiz, tenemos que hacer lo que llaman los ingleses: “splitting hairs”, “dividiendo cabellos”. En la meticulosidad lingüística. Una cosa es estar aburrido, es decir, perderle el gusto a algo, pero será pasajero y pronto volveremos de regreso a lo que estábamos haciendo. Lo que experimentan mis amigos no es propiamente depresión, porque ni siquiera tiene el dramatismo y la angustia de una depresión. Un amigo resume su estado: “Me vale madre todo”. Otra sensación es la nostalgia, que es una pena por el anhelo de un regreso de algo que se tuvo y ya no se tiene. Su prima hermana es la melancolía, son tan parecidas que algunos afirman que son sinónimos. Mi amigo Julio Figueroa afirma algo interesante: “La nostalgia endulza el pasado y suprime el lado amargo de las cosas; la melancolía, junto a la añoranza, mantiene la mirada crítica”. Por mi parte me apoyo en Víctor Hugo, que decía que la melancolía es: “La felicidad de estar triste”. Creo que la melancolía no es la sensación de una pérdida concreta, Es como una atmósfera, no hay fijeza, una vaguedad agridulce que se acepta que ya pasó.
Lo peor de todo es lo que dice George Sand: “no sentir nada”. Esta afección del alma tiene un nombre: tedio. Es la sensación de que se está al margen de todo, nos engulle sin trascendencia; la existencia misma y el mundo son insustanciales y vacuos. En fin, yo soy de naturaleza triste, la depresión no va conmigo ni tampoco el aburrimiento, pero siempre ando de puntitas alrededor de los charquitos de la nostalgia y la melancolía. Ante la posibilidad de caer en ese lodazal del tedio, mejor le seguimos después.