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Ganaron (otra vez) los militares

ESTRICTAMENTE PERSONAL

por Raymundo Riva Palacio
24 julio, 2020
en Editoriales
El reguilete de Lozoya

 

 

Ocho meses duró la batalla intramu­ros de Javier Jiménez Espriú para evi­tar que la Marina se apoderara de los puertos y las aduanas dentro de sus instalaciones, pero no pudo ganar la pelea. Ja­más iba a ser vencedor de esta lucha porque su adversario no era el secretario de la Marina, el al­mirante José Rafael Ojeda, sino el propio Andrés Manuel López Obrador. Como si no lo conociera. Desde que es Presidente, cada vez que se siente rebasado por las circunstancias de la realidad, se refugia en las Fuerzas Armadas. La debilidad ejecutiva de López Obrador, se está resolviendo sistemáticamente por mayor acción, presencia y control castrense sobre la vida civil del país, cuyo orden está cayendo bajo control militar.

Jiménez Espriú dejó ayer oficialmente la Se­cretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) por un diferendo con el Presidente al decidir en­tregar a la Marina el Sistema Portuario Nacio­nal, que tiene 117 puertos y terminales. Era una afrenta más. Anteriormente lo había despojado del control y la construcción del nuevo aeropuer­to de Santa Lucía, para asignárselo al secretario de la Defensa, general Luis Cresencio Sandoval, con lo cual el eje de lo que pretende ser el nuevo Sistema Aeroportuario de la Ciudad de México, con lo cual le habían cercenado su función co­mo responsable del desarrollo de las comunica­ciones y transportes.

El ex secretario era uno de los funcionarios que durante más tiempo habían acompañado a López Obrador, y de los pocos que en sus tres propuestas de gabinete en 2006, 2012 y 2018, figuró siempre al frente de la cartera de la SCT. López Obrador no sólo le cortó un brazo a la Se­cretaría, sino que afecta una parte estratégica del desarrollo mexicano, al entregarle a la Ma­rina un área compleja que está por encima de sus capacidades, porque la SCT era el órgano gubernamental que promueve, además, las po­líticas de estabilidad y crecimiento económico, la integración y desarrollo, además del comer­cio exterior en los puertos, por donde pasa, sólo en 16 de ellos, el 67% del movimiento de carga.

La decisión de López Obrador se fundamentó en que “además de buena administración, reque­rimos de seguridad y de protección”. Este es el fondo, lo que sucede en las aduanas de los puer­tos con la infiltración del narcotráfico, que se vie­ne arrastrando desde hace más de dos gobiernos, que es cuando se comenzó a atacar el problema. El control de los principales puertos del país lo tenían, según informes del gobierno, los cárte­les de los hermanos Beltrán Leyva en el Pacífi­co, y Los Zetas en Tamaulipas y Veracruz. Hoy, el Cártel Jalisco Nueva Generación controla los puertos de Manzanillo, Lázaro Cárdenas, Vera­cruz y Coatzacoalcos.

La mayor alerta de seguridad está en Man­zanillo y Lázaro Cárdenas, por donde entran los precursores químicos para la fabricación de las metanfetaminas en los súper laboratorios de Ja­lisco y Michoacán, y el fentanilo, la droga que es­tá provocando un alto número de muertes en Es­tados Unidos. Desde finales del gobierno de En­rique Peña Nieto creció la presión del gobierno de Donald Trump para que se luchara contra el tráfico de esas drogas, pero ni esa administra­ción ni la de López Obrador, han dado los resul­tados que buscan los estadounidenses.

López Obrador tiene razón en que hay un pro­blema de seguridad en los puertos, pero la deci­sión final para pasar el control de los puertos y sus aduanas a los marinos, no la había tomado, dejando implícito en esa demora que considera­ba los argumentos en contra de Jiménez Espriú, hasta después de su visita a Washington, lo que puede ser una mera coincidencia.

Los argumentos del ex secretario es que los puertos debían ser operados por la dependencia que encabezaba, no por los militares. Aunque se desconocen los detalles de su alegato, la com­plejidad que representan los puertos en la con­tinuidad estable del comercio y la regulación de los sistemas de comunicación y transporte, ha­ce inexplicable que por un problema de seguri­dad y narcotráfico en los puertos y aduanas ma­rítimas, que es una realidad, sea la Secretaría de la Marina la que absorba completamente la res­ponsabilidad de los puertos.

La seguridad en los puertos podría haber si­do llevada a cabo por la Marina, como lo hizo durante el gobierno de Felipe Calderón y la des­cuidó, como hizo con todo en materia de seguri­dad el de Peña Nieto, al no ser excluyente de las funciones y responsabilidad de la SCT del resto de las operaciones de los puertos. López Obra­dor no procesa de manera segmentada los pro­blemas y tiene diagnósticos generales que, por definición, son superficiales.

Aceptó finalmente la renuncia de Jiménez Espriú, presentada la semana pasada, tras no haber podido persuadirlo que aceptara una de­cisión ya tomada. El ex secretario fue congruente durante todo el tiempo que luchó contra la deter­minación del Presidente, pero sus razones cho­caron contra lo que ha hecho López Obrador en su joven administración, que es entregarse a las Fuerzas Armadas, a las que sistemáticamente transfiere preocupaciones que no quiere atender.

La creciente presencia del Ejército en áreas que estaban fuera de su competencia, y con el nuevo papel que le está asignando a la Mari­na, también fuera de su ámbito, serán puestas a prueba cuando se problematicen los temas en puertos y aduanas marítimas con el secretario de Hacienda, Arturo Herrera, y la secretaria de Economía, Graciela Márquez, con el comercio exterior, que tendrán que adaptarse a la subor­dinación militar.

A Jiménez Espriú lo alcanzó esa realidad que no aceptó. El López Obrador que separaba el gobierno civil del militar, no existe ya. Hoy está entregado a las Fuerzas Armadas, sin importar sus capacidades y experiencias, pero que le dan tranquilidad en sus sueños en Palacio Nacional, al dejar que otros resuelvan como puedan, aque­llos temas donde se sabe rebasado.

[email protected]

twitter: @rivapa

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Etiquetas: ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADORJavier JiménezJosé Rafael Ojeda
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