EL JICOTE
Son tiempos de ruido y de estridencia. La música se escucha a todo volumen, la gente grita con más facilidad que antes y a la menor provocación se toca el claxon. El sonido es sinónimo de existencia y hasta de fuerza: dime qué tantos decibeles produces y te diré quién eres. Como siempre es en la política, donde se decide el destino de la sociedad, el lugar en el que se proyectan hasta el nivel de lo patético los vicios de la convivencia cotidiana.
López Obrador con las mañaneras le ha declarado la guerra al silencio. El problema, como afirmaba De Gaulle, es que: “Los políticos que hablan mucho corren dos peligros: repetirse y contradecirse”. No ha habido últimamente un tema, de los trascendentales de la agenda nacional, en la que el Presidente resbale en los mencionados padecimientos. Es tanto lo que habla que me da la impresión de que todo es engaño, que cuando habla, ya no es para decir la verdad, sino para ocultarla en medio de la maleza de las palabras.
Regresar al silencio no es tarea fácil. El silencio nos llena de dudas, es ambivalente; es un abismo que puede esconder el perdón o la venganza; es un espacio colmado de interrogantes, de presagios, donde puede haber magníficas promesas o la maduración de traiciones. El silencio asusta al poder, pareciera que no tiene argumentos, que ha abandonado su responsabilidad. “El que calla otorga” es un dicho que se aplica entre las personas, pero también al poder cuando se queda callado. El silencio, por ende, llena de angustia a todos los políticos, es necesario buscar que la voz certera salga de la boca, que no sea otro quien se adueñe de la inteligencia y el corazón del pueblo. O simplemente es necesario romper ese silencio para no dar tiempo al rumor, que carcome todo sin dar la cara.
Hacemos un respetuoso llamado al Presidente para que deje de utilizar la palabra en forma compulsiva, tan desenfadada como desordenada. El colmo de su discurso fue cuando hizo equivalentes a los pobres con las mascotas. Ha vaciado los conceptos, se ha perdido la fuerza y el matiz de las palabras. Olvida lo que escribía Octavio Paz: “Desde el principio, el poeta sabe, oscuramente, que el silencio es inseparable de la palabra; es su tumba y su matriz, la tierra que la entierra y la tierra donde germina. Los hombres somos hijos de la palabra y la palabra es hija del silencio, nace de sus profundidades, aparece por un instante y regresa a su abismo”.
En fin, que el Presidente de la República piense en silencio antes de hablar, para recuperar la fuerza, la profundidad, el matiz y lo trascendente de la palabra.