GOTA A GOTA
El nombre de Felipe Ángeles me es familiar desde mi adolescencia gracias a Fernando Díaz Ramírez que fue mi maestro de Historia. Más que de un historiador, sus lecciones nos daban cuenta de los sucesos políticos – militares. Hablaba a gritos, con una voz rasposa un tanto desagradable. Pero nos pasmaba, al menos a mí, su minucioso relato del acontecer: nombres, fechas, lugares. Pues bien, en el episodio de la Revolución Mexicana, hizo mención de Felipe Ángeles, ese general villista con alta formación académica en la especialidad de artillería y, en particular, de la importancia que tuvo en la toma de Zacatecas en poder del bando constitucionalista. El maestro Díaz no ocultaba su admiración hacia el artillero; una admiración que “tatuó” mi memoria por aquella vehemencia que ha sido, tal vez, el origen de mi gusto por las ciencias sociales: la sociología, la historia, la política como ciencia…
En estos días, el nombre de aquel destacado militar vuelve a resonar en mi mente, toda vez que López Obrador ha decidido que el aeropuerto de Santa Lucía, lleve su nombre, aunque Ángeles nada tenía que ver con la aeronáutica. ¿Otra ocurrencia del amo y señor de México a quien las confusiones le tienen sin cuidado? Él dicta. Y punto. Así serán las cosas. No obstante, cabría una justificación. Felipe Ángeles, nacido en 1868, fallece en 1919, hace, precisamente, cien años. ¿Un homenaje en el centenario de su desaparición? ¿Un homenaje en el justo momento en que se echa a andar un proyecto dudoso en su viabilidad; en el que, de pronto al “genial” José María Riobóo, su cómplice, se le aparece una lomita estorbosa – el cerro de Santa Paula –, un proyecto, digo, en el que no se cuenta con un certificado de aeronavegabilidad? ¡Ojalá que los caprichos del tabasqueño no sean de consecuencias fatales! Por lo pronto, ya ha bautizado a la criatura antes de nacer.
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Sufragio efectivo, no reelección. Respeto a la división de poderes. Sí a la vida y a la libertad de expresión.