GOTA A GOTA
Recuerdo que, siendo niño, escuché más de una vez la palabra ‘ogro’, asociada acaso a un mal comportamiento. Pues se trata, en efecto, de una figura monstruosa, que ya en cuentos, ya en leyendas, intimida a las personas. Como en esa célebre pintura de Goya en la que “Cronos devora a sus hijos”. De ahí que el genial Octavio Paz haya empleado ese término para referirse al Estado en un ensayo magnífico publicado en la revista “Vuelta” en 1978. Lo más interesante es que Paz adjetiva la palabra: “El ogro filantrópico”, señalando así a un Estado tiránico, cruel a despecho de sus ayudas a la comunidad, como las concebía el emperador Flavio Claudio Juliano, es decir, altruistas, o de otro modo dicho, que nada exigen a cambio. El Estado moderno, latinoamericano y, en particular, el mexicano, derrama sus dádivas a los menesterosos con una intención clientelar. Tal maquinaria política aborrece la sociedad civil y sabotea su fortaleza. Fuera del Estado, nada ni nadie, pues él y sólo él se arroga el privilegio de subsidiar y anestesiar la pobreza.
En años recientes, nuestra democracia dio pasos adelante, no solo por la alternancia del poder, sino también por la multiplicación de organismos autónomos. Y sin embargo, ese futuro entrevisto por Paz, parece haber dado marcha atrás con el arribo a la presidencia de la República del tabasqueño López Obrador, un político mediocre pero lo suficientemente hábil como para hacer posible el regreso del ‘ogro filantrópico’. Disfrazado de salvador de la patria, ha sabido ocultar su tiranía en un juego de ‘toma todo’ bajo la ficción democrática. Nada hay, pues, de Cuarta transformación, ni Nuevo régimen, a no ser que llamemos así a la devastación institucional, a la conversión de una ciudadanía democrática en un pueblo dócil, a la indulgencia del crimen organizado, al asilo generoso a dictadores anhelantes de perpetuidad, a la disposición de los fondos públicos como si fueran propios que cualquier sociólogo definiría como un descarado patrimonialismo.
A un año de la aniquiladora reaparición del Ogro, previsible dada la corrupción de las administraciones anteriores, hay indicios de una permanencia larga al menos mientras la salud le permita al tabasqueño, su encarnación –la del Ogro digo– ese ir y venir estridente por el territorio nacional, amén de su matutina comparecencia, ya con la espada en mano, ya banalizando con mordaz sonrisa cuanto puede la triste realidad mexicana: quieta en la economía, pero agitada por la sangre que corre por doquier.