GOTA A GOTA
El dilema
Una amiga me recomienda poner atención a un video que contiene una entrevista a la Dra. Margarita Pérez Negrete, especialista en megaproyectos. El tema: el nuevo aeropuerto de Texcoco. Su oposición es rotunda: destruye el ecosistema del valle de México, agravia a las comunidades circundantes y su cosmovisión ligada a la tierra como patrimonio sagrado.
Intento hacerle comprender a mi amiga, brillante historiadora, el fenómeno, desde una perspectiva sociohistórica que ya había planteado Marx en su ‘Manifiesto del Partido Comunista’: “una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa (…) las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas (…) quedan rotas (…) todo lo sagrado es profanando…”. Es la lógica de su dominación; la tragedia, si se quiere, del ‘progreso’ expansivo, incluido el devenir de la tecnología. Está ahí, expuesto con toda claridad, el sentido sacrificial de la historia. Quieres esto, renuncia a aquello.
Mi amiga me increpa: el aeropuerto o el planeta. Con ese dilema, me remite a Europa, que ha sabido salvaguardar sus ecosistemas. Está bien. Lo acepto. Pero la historia de ese continente no puede ocultar su ladera siniestra: los millones de muertos en la Primera Gran Guerra, los campos de exterminio nazi… la discriminación de los inmigrantes que huyen de África, de Siria.
Yo no voto por Texcoco ni por Santa Lucía. Porque el problema no depende de una elección personal. La tragedia de la civilización me desborda. El apetito de los especuladores inmobiliarios atropella mis sentimientos. ¿La decisión del presidente electo se fundamenta en una resistencia a la lógica del desarrollo capitalista, al impulso incontrolado de la tecnología? No lo creo así. Su discurso sigue otro rumbo: su abominación, sincera o no, del gasto público suntuario; sus fobias: el aeropuerto como un engendro de la ‘mafia del poder’… como símbolo de lo que aborrece.
Me fascina el proyecto arquitectónico, pero mis pulsiones estéticas, ¿a quién le importan?. Y la solución del dilema está en manos de ‘quien manda aquí’