GOTA A GOTA
Los difuntos
Mi profesor de latín, un distinguido maestro del Itam, doctorado en Harvard University, me recuerda, cada vez que puede, el sentido de las palabras, sus raíces filológicas que son, al propio tiempo, las de una cultura. Con motivo de la festividad de muertos, tan propiamente nuestra, tan entrañable como nuestros miedos, y nuestro colorido amor por ese instante en que desemboca el río del vivir, reflexiona, en un mensaje, que la gente ha olvidado que cualquiera puede ser un muerto, pero no así un difunto. Y remontándose a la iglesia original, evoca que esa remotísima comunidad empleó muy a sabiendas el término ‘difuntus’ para referirse a aquél que ha cumplido, y se ha desempeñado hasta alcanzar la plenitud de la condición humana. En este sentido muchos son los muertos, pero poquísimos los difuntos, los verdaderamente santos. Por eso hablamos de los santos o fieles difuntos.
Me permito parafrasear a André Comte-Sponville. En sentido religioso, el santo es aquél que está unido a Dios por la fé, la esperanza y la caridad; vale decir, aquel que habita en el reino del Altísimo, y actúa por amor, y no tanto por deber.
En sentido moral, santo es aquel cuya voluntad se ciñe a la ley moral. Libremente. Puede ser incluso que el santo sea un ateo, o un ateo sea santo, santo laico. Pues basta con que haga el bien, ame al prójimo, aunque no lo haga en nombre de la Divinidad, ni espere nada de su obrar; aunque no sea sabio, pero su intuición le señale el camino de la luz terrenal.
Celebremos, pues, a nuestros difuntos, a los que sembraron en nosotros la semilla de la bondad, la tolerancia, la solidaridad; a quienes nos señalaron que nadie es superfluo, que nadie está demás. Que todos nos pertenecen. Celebrémoslos con flores, cantos, luces en mitad de la noche, que es nuestro día en compañía de presencias ausentes o bien ausencias presentes.