En una mañanera aparece en la pantalla la primera plana del periódico Reforma, en la que se transcribe la declaración del Presidente en su Informe: “Las masacres ya han terminado”. En la misma primera plana el periódico informa sobre varias masacres. El Presidente observa el contraste de su dicho con los hechos, y afirmó: “¡Ahí están las masacres! Je, je, je.”
En este artículo vamos a tratar de interpretar la risa del Presidente. La risa tiene un carácter social, la condicionan los valores culturales propios y singulares de la comunidad. Si la risa o el chiste no se adaptan a esta realidad, no solamente se fracasa, no sólo no se contagia la risa sino que incluso provoca reacciones agresivas. En otras palabras, el humor y la risa tienen una ética, y lo bueno y lo malo no dependen exclusivamente de si lo que parece cómico provoca o no la risa, sino que esta calificación también depende del respeto a los principios que se comparten en la sociedad; los sentimientos que se pueden lastimar. No podemos soltar la carcajada, como lo hizo el Presidente, ante la tristeza, la debilidad, la enfermedad y el horror de la muerte.
El Presidente no contradijo al periódico, al que ha calificado como pasquín inmundo, pero curiosamente el pasquín, exhibía su incongruencia entre lo que había presumido y lo que se comprobaba era lo contrario. Su risa fue algo más que nerviosa de quien se descubre en la chapuza, su risa fue macabra y demencial.
Pero regresemos a la pregunta ¿Por qué se rió el Presidente? El periódico le había clavado el puñal de la verdad hasta el mango, lejos de hacer un acto de autocrítica, López Obrador eligió como respuesta: reírse. De la misma forma que hubiera podido echarle una trompetilla a esa primera plana. El Presidente asumió la actitud del relajiento, lo que nos obliga a recurrir al libro: “La fenomenología del relajo”, de uno de los filósofos más agudos y originales que ha tenido México: Jorge Portilla. Según este autor, el relajo es una venganza en contra de la seriedad. El relajiento, sea con un ruido, un gesto o unas palabras, intenta hacer tres cosas: desplazar la atención de lo que se está tratando en forma seria y grave; el relajiento se desolidariza de ese valor y lo degrada; para este efecto, utiliza el ácido disolvente de la risa. Con su risa genera una atmósfera de desorden, al no contar con argumentos para dar una respuesta, invita a todos a participar en el rompimiento de una realidad que lo ha puesto en ridículo.
Esta risa del Ejecutivo tiene su siniestro equivalente en su declaración: “La pandemia nos cayó como anillo al dedo”. No mostrar la mínima conmiseración ante una desgracia nacional; burlarse de los más de setenta mil muertos y sus deudos, confirma lo que escribí hace tiempo: hay palabras y acciones del Presidente que ya no son motivo de análisis de politólogos sino tema de diván psicoanalítico. En este sentido, no exijo la dimisión presidencial, con todo respeto para López Obrador, por su bien y por el bien del país, parafraseándolo, por el bien de todos, primero que se someta a un examen sobre el estado de su salud mental. Los graves problemas del país, Señor Presidente, no son para echar relajo.