SERENDIPIA
Teléfono descompuesto
Todos hemos tropezado alguna vez con el síndrome del teléfono descompuesto, cuando los miembros de una comunidad creen que están de acuerdo y al final descubren que falló todo lo que podía salir mal en el intento de comunicarse y entender lo que debían hacer. Algo semejante le sucede al presidente Andrés Manuel López Obrador, por partida doble.
En uno de los polos de este teléfono roto están los partidos de oposición, que se niegan a aceptar la realidad de que ya no son gobierno y limitan sus críticas a frases y ataques cargados de ideología –casi siempre sin demasiados argumentos–, que no consiguen ni la descalificación primaria que persiguen, ni avanzar en la misión difícil que tiene en las manos el que combate al gobierno: construir una narrativa crítica, rigurosa, fincada en el análisis y no en el chiste vacuo o el meme que da risa, pero se evapora en un tris.
Una narrativa que persista en el tiempo y se convierta en un arma poderosa basada en las razones, a la manera en la que lo hicieron durante décadas algunos de los más grandes políticos de oposición (Gómez Morín, Heberto Castillo, Manuel Clouthier, Luis H. Álvarez, Castillo Peraza y cientos más de líderes regionales) que soportaron todo tipo de represión, cuando para hacerpolítica era necesario arriesgar la vida y salir a la calle a denunciar los atropellos del régimen.
El otro extremo de la cuerda es más esquizofrénico aún y está formado por los secretarios, subsecretarios y altos funcionarios del gabinete que son o deberían ser los encargados de discutir, imaginar, trazar los planes en el papel y diseñar las políticas públicas que serán el alma de la Cuarta Transformación.
Pero no lo están haciendo. Al Presidente no lo entiende la oposición (ni le ayuda a él y al país con propuestas y no con arengas), ni tampoco las mujeres y los hombres a los que personalmente recibió y con los cuales conversó antes de nombrarlos miembros de su gabinete.
Hace unos días la periodista Itxaro Arteta se puso una tarea: pedir los planes de trabajo y presupuestos de programas anunciados por el gobierno como la Estrategia Nacional de Lectura, las tareas de preservación de la vaquita marina o las bases sobre las cuales el Ejército lleva a cabo la estrategia contra el robo de combustibles.
En todos los casos los encargados en las instituciones le respondieron que no existían esos planes y estrategias.
Esto es grave, sea porque no están dispuestos a publicitar las estrategias (lo que vulneraría principios y compromisos de transparencia), o porque al Presidente no lo están siguiendo sus subalternos con los planes y las estrategias de cada caso.
Un ejemplo es el programa Jóvenes Construyendo el Futuro, sólo que peor en un sentido: a diferencia de los planes citados, sí tiene un plan general, reglas de operación y un presupuesto que permanece casi intocado ante el naufragio de la estrategia para acercar y registrar a más de dos millones de personas.