El rey Alfonso XIII apenas y recién abría los ojos, la enorme cortina que le da paso al celeste astro le refina un hilo dorado que a bien estrella en sus párpados —cansado de decirle que no quería esa entrada de luz a su ama de cuarto— la pintura de Salomé con la cabeza del Bautista — del Caravaggio — que en ocasiones de temor le ilustra sus noches y sueños fallidos le da los buenos días. El sabor amargo del tabaco de la noche no le hace otro reflejo que seguir consumiéndolo, le toma de su dorado anillo y busca los cerillos que había dejado cerca de su aposento, sentado toma aún el pegajoso tabaco y le enciende, su consorte al descubrir el arrugado olor a fuerza de maduros y añejo, se tapa por completo el cuerpo, en señal de protesta.
Al momento exacto de levantarse el rey ya el valet le coloca el bacín para la orina, quien a disgusto y refunfuñando de la lentitud se deja hacer la labor, al terminar de limpiarle el prepucio este le auxilia a colocarle la bata —seda fina y encajes barrocos— enseña el camino hacia la tina de baño y le abre la puerta del suntuoso lugar.
Dos encargadas de mantener el agua de la tina en las condiciones que gusta su majestad le hacen la faena para dejarlo completamente desnudo —solo es cuestión de quitarle la sedosa bata y el camisón de dormir— dejan que se introduzca en el cristalino y fino líquido de aromas cítricos y romero, que a la par de irle lustrando, se aprecia la comodidad de un baño real.
Un asistente de buró se le acerca a su majestad, con un pequeño mensaje…
—¡Que nadie me moleste en mi baño les he dicho en repetidas veces! ¿sois idiotas?
Con la rodilla izquierda en el piso y en genuflexión estira la pequeña bandeja de plata para los recados a su majestad.
—¡Llevadlo a mi despacho! Ya después lo leeré.
—Su majestad, el mensajero dijo que celebraba la urgencia del acontecimiento.
—¡Que lo lleves he dicho!
Con una mueca de gesto de que no incomodara a su majestad, el ama de baño le indicó que saliera y callara.
El rey continuó con su refrescante baño, que al terminar le acompañaron al salón de vestidos, donde en flamante indumentaria tendría que vestirse a la usanza militar, con toisón, cruz de la orden de Carlos III, Gran Cruz del Mérito militar con su placa de maestrante de las cuatro órdenes, el casco imperial, sus grados de Capitán General de las fuerzas de su majestad.
Su pantaloncillo al corte —el rey es en extremo delgado y de buen parecer, un fino bigote le hace los honres a sus ancestros germánicos, sus ojos resaltan sobre lo claro de su piel— su espada le hace ver como los imperialistas de la edad media de los reinos aledaños, todo en él es sensación de remembranzas, de tradición e historia.
¡La ocasión le amerita tal distinción de honor! Las fiestas del Centenario de la promulgación de la Constitución de Cádiz, cierto es que no eran los tiempos correctos para las celebraciones, España estaba contundida por la pérdida de su territorio de colonias en 1898, concediendo Puerto Rico, Cuba, Filipinas y Guam a los norteamericanos, que en mansalva, tratan de apoderarse de toda la América completa, pero su majestad consideró que era buen tiempo de lograr cercarse al liberalismo por medio de un patriótico festejo, sin más, ordenó las celebraciones que se fundaron por todo el país, aunque el centro de atención es Madrid.
Los conservadores españoles —monárquicos— deseaban que la delgada y delicada figura de Alfonso XIII resurgiera como un persecutor romano, como el héroe que necesitaba España en ese momento, rescatarle como el “gran padre protector de la patria” que en número era un considerable sector de la población.
En contraste, los republicanos —no menos— buscan que su majestad abra las condiciones de la burocracia real y se apliquen oportunidades de trabajo para la ciudadanía, buscando una democracia que se consolide, los vientos ideológicos y los desencantos sociales marcan la desaparición de las monarquías por todo el orbe.
Bajo este reacio momento histórico de España el rey Alfonso XIII considera es la ocasión específica para atraer a Madrid a todos los embajadores culturales de los países de la Iberoamérica, aquellos que han avanzado en sus momentos y han abandonado a la ignorancia e ignominia como parte de su historia, entre ellos México, que con su presidente Francisco I. Madero han tenido relaciones bilaterales productivas y atentas.
La persona enviada por el presidente de México es el escritor y afamado poeta, Justo Sierra Méndez, embajador plenipotenciario de México en España y digno invitado de honor por su causa a favor del desarrollo de la educación en el país—le otorgaron el grado de Doctor Honoris Causa por su recién fundada Universidad Nacional de México— así que mejor ilustre y cultural personaje no podía ser de mayor honor para su majestad, quien antes de la nocturna bohemia preparada para la ocasión, decide almorzar con Justo Sierra en el Salón de Alabarderos del Real Palacio de Oriente.
El salón es un comedor en extremo lleno de arte y rococó, un fresco del pintor Giovanni Battista Tiepolo con el tema de Eneas conducido al templo de la Inmortalidad por sus virtudes y victorias —el fresco de Eneas y sus victorias es un ejemplo de como la monarquía Española le daba luz a la fundación de Roma, Eneas padre de Rómulo y Remo, con ello el rey Alfonso XIII presuntuosamente hacía el cálculo de anexidades para consagrar un imperio hispano antes del romano— que deslumbra al visitante en un sencillo cuarto toscano.
Cuando llegó Justo Sierra al salón los guardias le tenían preparado el saludo de honores y en unos simples minutos su majestad Alfonso XIII hace de su presencia bajo todos los protocolos…
—Que sea de la voluntad del presente consagrarse al altísimo señor y dueño de mares y ultramarinos —que ya no tenía ese titulo, pero se continuaba relatando— su serenísima capitanía general Alfonso León Fernando María Santiago Isidro Pascual Antón, el rey de España Alfonso XIII…
Justo Sierra se colocó de pie y en serenísimo semblante esperó que todo el séquito abandonara la sala dejando solo el cáterin para la ocasión y esperó los saludos del rey para la ocasión.
—Eminentísimo amigo Justo Sierra, estos lares se honran con la presencia de tan escoltado por las musas de la literatura le acompañen, en honores a esta celebración y en atento encono a los cien años de nuestra Constitución de Cádiz, que a la postre de mis antecesores nos rige aún.
—¡Su majestad! El honor no solo es para la persona de Justo Sierra Méndez, es para todo nuestro México, traigo un saludo de mi señor presidente Francisco Ignacio Madero, a quien el país le reclama prontos resultados de sus acciones.
—¡Sea un saludo a tu señor presidente Madero de toda la corona de España! Sé a bien que a su anterior presidente se encuentra por las tierras de Egipto, un hombre que llevó en hombros la guerra contra los franceses, la construcción de la República y un desarrollo no antes visto de colonia alguna, México va por el camino correcto amigo.
¡Justo Sierra estaba asombrado por la actualidad de las noticias del monarca casi le deja sin que decir!
—¡En verdad que tuvimos un presidente que lustró a nuestro país! Pero la modernidad también le rebasó…
—¡Astuta manera de contestarme Sr Justo Sierra!
—¡He sido atento con los dos presidentes que he trabajado! De ellos he aprendido grandes cuestiones de la diplomacia.
—Dígame señor Justo Sierra ¿Qué diferencias contundentes implica el trabajar con presidentes totalmente opuestos? ¿es sencillo mi señor? mi pueblo se ciñe ante la corona y los republicanos casi socialistas presidentes.
¡Justo Sierra sudó con la pregunta! un sorbo a su aún caliente café de aromas árabes y respiró subiendo su ceja izquierda, tratando de enfocar sus ideas.
—¡Su majestad! Cuando se está escribiendo la historia de una nación, los personajes del desarrollo del drama, si me permite describirlo de esta manera, son solo personas, simples, incluso hasta divertidas, pero será la pluma de quien les describa quien coloque aureolas de santidad o villanía, por un lado Don Porfirio era una mano dura sí para las cuestiones infalibles de la toma de decidir un tema en especial, él se ganó la presidencia defendiendo con su espada la nación, de propios y extranjeros, a él nada se le escapaba de sus ojos aguzados, era el águila de nuestro escudo, era un verdadero soldado de su patria.
El rey Alfonso XIII escuchaba atento las definiciones.
—Por otro lado, el presidente Madero es un rico hacendado, de cómoda cuna y lustre linaje, apoyado por las fuerzas civiles de una naciente democracia que se quiere implicar a México ¡no es una mala persona! no, ¡claro que no! es un terrateniente con ideas republicanas de los norteamericanos y con el gusto de haber criticado en múltiples ocasiones la presidencia de Porfirio Díaz, es zagas y reacio, lastimaban sus palabras, pero goza de una inteligencia ¡como el que nadie! Astuto como un zorro y enfocado en grandes ideas democráticas que seguro darán a nuestro país las bases de su pensamiento para muchos años.
—¡Me ha dejado con la luz de mis ojos encendidos! Pero que manera de explicar a dos personas tan diferentes, quiero pensar señor Justo, que ambos valoraron tenerle cerca ¡Usted debería estar en mi corte don Sierra!
—¡Hasta el día de hoy me queda claro que el presidente Madero, de sus confianzas diarias ¡no soy el que más!
¡Ambos rieron!
Madrid, 13 de septiembre de 1912, Real Palacio de Oriente.
Al momento exacto de levantarse el rey ya el valet le coloca el bacín para la orina, quien a disgusto y refunfuñando de la lentitud se deja hacer la labor, al terminar de limpiarle el prepucio ese le auxilia a colocarle la bata —de seda fina y encajes barrocos— enseña el camino hacia la tina de baño y le abre la puerta del suntuoso lugar.
Dos encargadas de mantener el agua de la tina en las condiciones que gusta su majestad le hacen la faena para dejarlo completamente desnudo —solo es cuestión de quitarle la sedosa bata y el camisón de dormir— dejan que se introduzca en el cristalino y fino líquido de aromas cítricos y de romero, que a la par de irle lustrando, se aprecia la comodidad de un baño real.
Un asistente de buró se le acerca a su majestad, con un pequeño mensaje…
—¡Que nadie me moleste en mi baño les he dicho en repetidas veces! ¿sois idiotas?
—Mi señor no le vendría a perturbar si la noticia fuera del común, de verdad que es de su entera incumbencia mi Señor…
Sabía el rey que ninguno de sus sirvientes se atreve a replicarle —es una de las ordenanzas de palacio, que se paga con calabozo— así que la insistencia caía en el tenor de “validada”
Tomó el sobre de la pequeña bandeja de plata y lo leyó.
¡Una lágrima salió de sus ojos contrastantes! Apagó su tabaco y con gesto de tristeza apresuró el baño y su vestimenta, tal cual como el día anterior.
Completamente vestido de sus mejores galas el monarca Alfonso XIII hizo de reunión emergente a toda su primera comitiva de palacio incluyendo al Ministro Real de Gobernación, Ministro Real de Gracia, Ministro Real de Justicia, se convocó a Amado Nervo quien era parte de la comitiva de la celebración a quien se le dieron instrucciones de hacer llegar el telegrama a México.
Amado Ruiz de Nervo Ordaz caminó en pesadumbre por la calle principal de Madrid hacia la calle de los Telégrafos, en esa incertidumbre que deja el haber perdido a un buen amigo, maestro y confesor. En las calles se escuchan voces en alto de multitudes que reclamaban al presidente José Canalejas que el servicio militar se acostumbraba se pagara para hacerlo en menor tiempo —soldado de cuota— y que desde esta fecha se hacia obligatorio para todos los jóvenes españoles.
Amado Nervo pagó el telegrama y la señorita que le atendió le pidió de favor escribiera lo que se quería transmitir a la ciudad de México, con una caligrafía perfecta escribió:
“acaba de morir Justo Sierra”
FIN