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Si yo me hundo…

EL CRISTALAZO

por Rafael Cardona
16 julio, 2020
en Editoriales
RAFAEL CARDONA / AMAGOS, SEÑALAMIENTO Y POLARIZACIÓN

 

Posiblemente sea una fórmula avanzada en la impartición de justicia, pero en el fondo no es sino un premio al delator.

No es producto, nunca, de una súbita con­versión por cuya magia el defraudador, abusivo; au­tor de peculado o bucanero de los negocios públicos se siente en la obligación de moralizar a destiempo su pasado —empujado por la sobrevivencia, no por la ética—, y resarcir a un erario agraviado o a una so­ciedad herida por sus felonías, fechorías, robos. No; es el paso siguiente.

Es la salvación del pellejo a cualquier precio, es­pecialmente poniendo en la guillotina el pescuezo de otro.

La ventana de oportunidad por la cual un delin­cuente (presunto delincuente, dicen los correctos), re­duce o evita su condena si ofrece a los fiscales infor­mación y probanzas suficientes para entregar a los responsables mayores de los delitos cometidos por él.

El pez chico no se come al grande, pero en estos casos, como extraviados “pilotos” (esos pececitos cu­ya vibración cerca de la nariz de los tiburones los con­duce rumbo a los bancos de alimento seguro), los pe­queños nadan directo a las almadrabas para regocijo y ufanía de los pescadores de la corrupción, quienes se tomarán la foto en el muelle con el felón alzado de la cola con una grúa, mientras muestran, en un bra­zo poderoso, la caña de la virtud.

Si yo me hundo, te hundes conmigo, decían las vie­jas cintas de mafiosos y pandilleros; gánsteres quienes hicieron de la ley del silencio, la indispensable “omer­tá” de camorras y mafias sicilianas.

Romper esa ley no escrita para hacer cumplir la ley formal, vigente y válida en códigos y libros doctos, es a veces herramienta singular y necesarísima para bus­car la justicia, dama esquiva si las hay, como nos en­seña Mario Puzo en su obra Omertá, en la cual Kurt Cilke persuade a los miembros de la vieja familia, a delatar y sacar del buche toda su criminal sabiduría; abrir su cartapacio de secretos y soltar datos, cifras y nombres, para acabar de una vez por todas con el im­perio del decadente “Don”, Raymonde Aprile.

Pero el asunto por el cual esta figura de negocia­ción con criminales o delincuentes ( si no lo fueran carecerían de la información de los hechos delictuo­sos en los cuales fueron cómplices), no se necesita ir a Sicilia, sino un poco más cerca. Esta trama se desa­rrolla en España y en Alemania; México, los Estados Unidos y Brasil.

Cuando en la mafia alguien habla de más (o de me­nos, pero habla) tarde o temprano su cadáver apare­ce con un pájaro metido en la boca, tan muerto, co­mo él. Es la advertencia para las aves canoras, los ca­narios, los comunicativos jilgueros cuyo trino cambió la loa por la traición.

En muy poco tiempo los mexicanos vamos a ver en los noticiarios una serie insuperable. Junto a ella se va a quedar enanita la persecución de Ernesto Zedi­llo contra Raúl Salinas de Gortari, quien se pasó diez años en la cárcel sin pruebas del asesinato por el cual lo imputaban con ayuda de brujas, videntes y charla­tanes, encabezados por el entonces procurador An­tonio Lozano Gracia.

La compra fraudulenta de un conjunto petroquí­mico de fertilizantes y la recepción de dádivas para la campaña electoral de Enrique Peña Nieto, por par­te de los corsarios brasileños de Odebrecht, cuya in­moral munificencia salpicó de mierda a medio con­tinente americano, hasta ingresar expresidentes a la tumba o al suicidio, son los asuntos centrales de la prolongada y accidentada investigación contra Emi­lio Lozoya.

“No actuaba sólo”, es la frase con la cual su defen­sor inicial, Javier Coello Trejo, le marcó el único cami­no posible: la “Operación Pavarotti” o si se quiere (por aquello de la ceguera) el “Método Boccelli”.

Cantar y cantar hasta lograr el “NO” de pecho.

Yo no fui, yo seguí instrucciones, yo previne, yo di­je, yo estaba acorralado. Yo no…

Y en medio de esa aria; con un coro enorme junto al cual los de Verdi quedarán pálidos, Lozoya compro­meterá a quienes a él lo comprometieron.

Pero si las escaleras se barren de arriba para aba­jo, dice el Señor Presidente, la corrupción (lo sabemos todos), es una cascada con flujo ascendente. Siempre termina más arriba de donde se comienza a investigar.

Por lo pronto, agotados temáticamente Trump y la rifa del avión, nos entretendremos con el Netflix lo­cal contra la corrupción. Una serie con muchos capí­tulos, para distraernos de la epidemia. Para entonces ya tendremos 50 mil muertos.

TWITTER: @CARDONARAFAEL

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Etiquetas: éticafechoríasnegocios públicosROBOSso­ciedad herida
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