QUERETANIDAD
FOTÓGRAFO CALLEJERO Y REY DE LA NOCHE QUERETANA
POR: SERGIO ARTURO VENEGAS ALARCÓN
A Sergio Pfeiffer Jiménez nada le pueden contar de Querétaro. Lo ha vivido como pocos, en sus ochenta y tantos años y todo lo ha registrado, sin perder la elegancia, de pipa y cámara, desde Amanecer hasta PLAZA DE ARMAS, que dice “resiste todos los terremotos”.
-Yo nunca he trabajado. He vivido de mi hobbie y me pagan por eso, dice en su oficina, la mesa 24 del 1810, que el fundador Felipe León Chamorro (qepd) le escrituró de por vida al decano de los reporteros gráficos, nacido en la Hacienda de Alvarado, hoy Los laureles.
Se creó en los medios, reconoce al aclarar no haber sido fotógrafo de gobierno, sino de personas. De los gobernadores Juventino Castro Sánchez y Rafael Camacho Guzmán, tan diferentes, “uno tranquilo y el otro temperamental, aunque realmente era solamente una careta, porque muy en el fondo se hallaba un hombre sensible”.
De día era testigo inseparable de esos mandatarios. De noche, era el amoroso pero niega haber sido gigoló. No. El gigoló golpea y exige. Fui habitante de las noches queretanas y nunca dejé de cumplir. Me dieron mucho y di mucho. Prefiere, entonces, hablar de una cadena de favores. Acompañantes, les llaman ahora. Sería mucha soberbia decir que fui galán.
Pfeiffer, es un privilegiado que ha visto el gobierno de cerca, por eso, sabe, que “los políticos son iguales. Independientemente de los colores. No son ellos. Es el poder”.
-Nunca he trabajado, insiste, por eso no tengo ni Seguro, ni bono de retiro. Sin embargo es feliz. Muy feliz, remarca. No soy inmensamente rico, pero no me falta nada para ser feliz.
Como “fotógrafo callejero” se define Sergio Pfeiffer tras más de 50 años cargando su cámara, a la búsqueda de la mejor imagen, esa que todavía no toma y surgirá en cualquier momento. Lo sabe. Es un personaje de Querétaro, al que la censura -torpe como todas las censuras- excluyó de los libros editados por la administración anterior, arguyendo quizá su nocturnidad en la levítica ciudad de los años 70 o quizá viejas facturas políticas.
Hoy, descansado y con ilusiones, se la pasa entre Querétaro y Perú, al lado de Elsa Barrantes, la mujer que lo puso en paz.
Sus amigos, como Francisco Camacho, de vez en vez, le piden pruebas de vida. Y él, sigue el juego, enviando imágenes con el periódico del día, como Diego con la revista Proceso.
Este reportero lo ha visto correr detrás de la noticia y hacer guardias eternas por ella. En 1973, casi un mes, por el primer secuestro, el de Pablo Meré o en 1979 siguiendo a Rafael Camacho Guzmán en la Sierra Gorda en la campaña o trepando al templete frente a Palacio, para retratar al rector de la UAQ, Gilberto Herrera Ruiz, igual que nuestro jefe de información, Fernando Venegas Ramírez, en el mitin de protesta contra Pancho Domínguez.
Es Pfeiffer, el que en lugar de ponerse ante el presidium o “línea de honor”, como hoy le llaman, prefiere escalar hasta el último piso del Teatro de la República -allá arribota, donde solo suben a la Banda del Estado- para captar una espléndida panorámica con su ojo de pescado.
Como novato.
EL PIONERO DEL FOTOPERIODISMO
Sergio Pfeiffer, decano del fotoperiodismo, ha dejado miles de testimonios de su trabajo en los medios locales más antiguos: Amanecer, Diario y Noticias. Y en los nuevos, ahora, aquí.
Ha visto todos los cambios, de Querétaro, desde la mitad del siglo pasado, con más gente, y los ha retratado en blanco y negro, sepia y a todo color. Hoy con un teléfono,sentencia, cualquiera es fotógrafo. Ya no tiene que checarse con un exposímetro la luz y la abertura de la lente. Los fotógrafos de hoy no saben qué es la profundidad de campo. La tecnología nos ha quitado hasta el sabor del cuarto oscuro.
Por eso advierte la necesidad de no perder la esencia del periodismo y exige más oficio a los nuevos, como el del pájaro carpintero, aunque él haya quemado todo su archivo, sus naves. “Se volvió humo”, lamentó Beto Herrera, otro de los discípulos más reconocidos.
No vio Pfeiifer a quién heredarle su estudio, porque sus hijos querían venderlo todo.
¿No te arrepientes de eso?
-No me arrepiento de lo que he hecho, sino de lo que no he hecho. Mi vida es transparente.
Por ejemplo, hace años tuvo un bar en la Avenida del 57: “Cueva de lobos”. Lo quiso dejar a sus compañeros fotógrafos porque se iba a Sudamérica. “Sólo les pedía que me reservaran un cuartito para cuando viniera. Nadie se interesó”.
Le gusta leer periódicos, estar al tanto.
-¿Tiene Querétaro Los medios que se merecen? Ahora hay que luchar para tener un buen medio, un buen producto. Los periódicos no van a desaparecer por la Internet. Eso dijeron de la televisión, que iba a acabar con el cine. Los medios son complementarios. Todo tiene su valor. Yo veo televisión. Radio no escucho porque no tengo. Y no dejo de leer periódicos.
Pfeiffer se reconoce un vicioso. De las cámaras, de las pipas, de los coches y las mujeres. De todo tuvo y probó en abundancia. Cámaras, docenas, las mejores, aunque hoy sólo conserve cuatro, habiendo sido su favorita la Nikon, cuando era análoga. Pipas tiene más de 300. Coches deportivos, como aquél Mustang fresa metalico, pero ya no. Hoy camina.
Es fotógrafo callejero.
FUI DE TODO Y SIN MEDIDA
Y hablando de mujeres…
¿Fuiste gigoló?
No. El gigoló golpea y exige. Fui habitante de las noches queretanas y nunca dejé de cumplir. Me dieron mucho y di mucho. Hablemos mejor de una cadena de favores. Acompañantes, les llaman ahora. Sería mucha soberbia decir que fui galán.
Le digo que Elsa Barrantes, su compañera desde hace tiempo y que se lo llevó a Lima le hizo sentar cabeza.
-Más bien la edad, responde. Antes, las mujeres volteaban a verme. Ahora se voltean para otro lado. Fui, como canta José José, de todo y sin medida. He probado. He vivido.
Y vive a gusto en la tranquilidad este artista de la lente nacido en el rancho de Alvarado, asiduo del 1810 de Plaza de Armas, en donde le gusta reunirse con los nuevos periodistas y aspirantes a serlo, con los que comparte, generoso, sus conocimientos y experiencias. Tengo pocos amigos y muchos conocidos. Aquí me siento en mi casa.
A unos metros de esta plancha, en el periódico Amanecer, comenzó el callejero su andar periodístico, en los años 50. Aunque diga que nunca ha trabajado, que nomás es un hobbie.
Fue cercano a José Guadalupe Ramírez Álvarez, Luis Roberto Amieva y Rogelio Garfias Ruiz, lo mismo de periodistas nacionales, como Jacobo Zabludovsky.
Pfeiifer, parafrasea a Neruda. Confiesa que ha vivido y que ha sido feliz, muy feliz.
-Soy un elegido. Un protegido de allá arriba. Un hombre con suerte, remata y levanta dos copas para celebrar la vida y también la permanencia de su Plaza de Armas, contra viento y marea. Así, el amigo, el decano de los fotoreporteros suelta -luego del terremoto- ustedes, los armeros, no tiemblan con ninguno, ¡sigan adelante!
Gracias, maestro.