SABINO MEDINA
No hay peor cosa que desestimar la fuerza del Estado, y lo que este significa en la lucha de clases y dentro de cualquier reformismo político, aunado a ello el oportunismo de todo sabor y color.
El proceso en que se ve y está inmersa Rosario Robles, es un proceso de clases en el poder al que ella se adhirió hace tiempo, cambiando de bandera, algo que ocurre constantemente dentro del oportunismo de toda especie. Eso es lo que explica su actual situación y ninguna otra causa subjetiva hay de por medio.
Misma cosa le acontece a otras individualidades políticas con tintes diferentes, pero individualidades y al fin y al cabo, que no logran cuajar en procesos generales de cambio del tipo que sea. ¡Vaya! hasta en el mundo del bajo mundo sucede esto, ni modo de negarlo o no entenderlo.
Rosario Robles escogió el peor lugar, esto desde hace tiempo, entre un grupo social y otro, entre una tendencia y otra, aún dentro de las propias coyunturas oligárquicas que empezaron a agrietarse desde 1982 a la fecha y aún antes.
No es el mismo camino, o no se mira igual desde el llano, que ir caminando sobre el mismo con las luces de clase apagadas. El poder deslumbra casi siempre a la clases medias, lo vemos a diario en los diferentes estratos de la política y, por eso, culpamos a ésta cuando damos tumbos por aquí y por allá, de un lado a otro de la política; pareciéndonos bien denominarnos izquierdistas en abstractos, radicales de esto y aquello, cuando la historia no nos sigue ni acompaña a capricho.
El agrupamiento que perdió el poder, lo perdió y no lo va a poder volver a encontrar sin cambiar postura frente a la realidad y en la marcha convulsa y contradictoria del país.
En ninguna parte hay líneas rectas, puede haber rodeos, pero no líneas rectas, dijo por ahí un genio del pensamiento y de la práctica apodado LENIN.
Rosario Robles, como otros muchos actores distintos, parece ser que se empecinaron en no reconocer el juego de la realidad política del país, esto mismo siguen haciendo abierta o soterradamente distintos actores que no quieren transbordar en la historia y quieren seguirse así con su poder y sus privilegios hasta el fin de sus días.
Hay gobernadores que hacen eso; representantes medianos, casi todos, en los diferentes partidos, que no conceden razón ni causa a la nueva realidad en que se encuentra el país, para no hablar del Estado político con su pesada especificidad política, social y económica de ahora, y a la que ellos contribuyeron agravándola.
Miguel Angel Yunez Linares, por ejemplo, en Veracruz, es otro caso de protagonismo atemporal con el estado de cosas que mantiene el país y se empeña en ponerle piedras en el camino (acaso muertos y víctimas) como formas degradadas de la política caciqueril. ¿En qué otras latitudes del país, se repite el fenómeno? No vayamos muy lejos. En el propio parlamento mexicano se miran tales situaciones fuera de tono y de plano groseras.
En la política no hay venganzas que valgan, como tampoco amistades duraderas, diría Fidel Velázquez, cuando traían ´por la calle de la amargura el Sindicato Petrolero de Salvador Barragán y “La Quina”. Este no entendió, alguna vez, al igual que Rosario Robles, tampoco “La Quina Hernández Galicia”, cuando le insinué que yo veía la presencia de don Fernando Gutiérrez Barrios, en el gobierno de Veracruz, como con dedicatoria contra él.
El poder enceguece, fetichiza el entendimiento, convierte a la razón en una cuestión mecánica, así se manifieste brillantemente subjetiva, como cuando doña Rosario llegó expresando “aquí estoy dando la cara… con las faldas bien puestas, etc.” ¿A quién le hablaba así, contra quien se expresaba? Hasta el propio juez se animó a agarrar el toro por los cuernos y meterlo al chiquero. Ni modo. Así es la cosa.