Casi todas las invocaciones al pueblo son parte de un discurso falso. En el nombre del pueblo, como en otras atapas de la historia se hizo con la libertad, es pretexto para atropellos y manipulaciones viles. Crímenes, como dijo Madame Rolland sobre la libertad: ¿cuántos crímenes se cometen en tu nombre?
Lo mismo sucede con la patria.
“La patria –dijo Dashiel Hammet cuando se defendía del macartismo, cuya justificación contra la libertad era la protección de la patria americana frente al peligro comunista–, es el refugio de los canallas”. Cuando alguien invoca a la patria para hacer o deshacer, sin duda alguna es un farsante, como quien alude al pueblo, al invisible e indefinible pueblo.
Hoy los mexicanos estamos cerca de un a fecha importante. En sentido contrario a su utilidad democrática, el gobierno promueve una consulta para decidir si se le revoca el cargo al presidente de la República. Lejos de ser un recurso excepcional ante una circunstancia excepcional (un verdadero impedimento para seguir en el cargo o un fracaso insostenible o una desbordada corrupción probada, por ejemplo), el proceso revocatorio por una no presente pérdida de confianza, se ha convertido en una manipulación descarada de la propaganda electoral de un gobierno infatigable en la persecución de las urnas.
No por ejercicio democrático; por maniobra y ensayo de la fórmula de mantener el poder. Por eso se ha distorsionado la posibilidad.
La figura jurídico constitucional de la revocación del mandato, lo sabe hasta un niño de diez años, debería ser una consecuencia de la inconformidad general. Hoy en México, muchos son los inconformes o los insatisfechos con este gobierno, pero la escasa distribución del poder real, la insularidad de las oposiciones, su desarticulación su virtual inexistencia (de lo cual Morena no es culpable, sino beneficiario) hace innecesaria una consulta de esa naturaleza, cuya distorsión será utilizada por el régimen, no como un referéndum, sino como una adhesión, una –también innecesaria– reelección a la mitad del camino y poco más.
La consulta revocatoria cuya propaganda aturde y sofoca con su machacona insistencia, ha corrompido el recurso ciudadano de inconformidad o disenso, al convertirla en herramienta al servicio del poder en abierta y flagrante violación del código electoral y quien sabe de cuántos más, porque nadie puede explicar cómo se puede tapizar el país de propaganda sin revelar de dónde sale el dinero para hacerlo.
El poder se pregunta a sí mismo a través de una movilización nunca antes vista. El extremo de este cinismo lo ha ofrecido el sextantario de Gobernación. quien suma puntos en la preferencia del presidente, su amigo de toda la vida, a quien –matraca en mano–, le obsequia el orgullo de servirle por encima de las leyes, sin importar las consecuencias para el cargo y su persona.
Si bien no es esta la única consulta a la cual se ha convocado a los ciudadanos –hubo el fraude del aeropuerto y la mascarada del juicio a los ex presidentes–, sí es la única apuntalada por fórmula constitucional. La demagogia se consagró en la Carta Magna y la revocación se convirtió en un espejo mágico frente al cual el presidente se pregunta a si mismo si el pueblo lo ama, necesita y quiere su presencia.
El gobierno consagra sus estrategias en la Constitución y después la desobedece sin consecuencia alguna. El resultado de querer usar la constitución para toda es simple: la constitución ya no sirve para casi nada. Cuando más es un escudo para el gobierno, quien golpea con ese escudo abollado a sus opositores cuando quiere salirse con la suya. O sea, siempre.
Y la segunda utilidad del régimen: culpar al INE del fracaso por la escasa participación. Yo no voto.
Muy poca atención, menos de los 30 millones de 2018. Y de ahí a la demolición del INE.