Sea cual sea el resultado de las futuras y cercanas elecciones para renovar casi todo en este país para el año venidero, un elemento distingue la calidad de nuestro tiempo: México no tiene un líder político de estatura histórica. Ni siquiera el presidente López Obrador quien en ese empeño ha cifrado todos sus esfuerzos y esperanzas.
Ha logrado ser el líder de un movimiento político significativo, exitoso en lo coyuntural, ganador en procesos electorales distorsionados por la influencia del mismo motor político, pero no ha sido –ni será— el indiscutido adalid de toda una nación. No será Hidalgo (quien tampoco representó un liderazgo perdurable, sobre todo después del Monte de las Cruces), ni Juárez (abrumado por sus reelecciones); ni Madero, asesinado y sin tiempo para el éxito).
La Cuarta Transformación es un eslogan, no una realidad. Pero esas son discusiones de otro orden. Lo interesante ahora es compartir estas ideas. Todas provienen de una obra intelectualmente monumental: “Liderazgo. Seis estudios sobre estrategia mundial” de Henry Kissinger, así ese nombre les cause repelús a los nostálgicos de la Unidad Popular chilena y sus seguidores.
“La legitimidad de un poder gobernante –dice Charles De Gaulle, citado por H.K.–, deriva de su convicción, y de la convicción que inspira, de que encarne la unidad nacional y la continuidad cuando el país está en peligro”
Yo no sé si 260 mil muertos en las calles y el control territorial de bandas criminales en algunas regiones del país pongan en peligro a la Nación. Si se, en cambio cómo día con día observamos la desunión nacional. El presidente de la República ni siquiera comparte el escenario de las Fiestas Patrias con los poderes Legislativo y Judicial. Eso es disgregar; no acumular.
Sobre el militarismo hay otra cita maravillosamente oportuna del mismo general De Gaulle:
“…Tenía una respuesta para todas las preocupaciones. Al Ejército le dijo que lo normal era que su función fuera servir al Estado, a condición de que hubiera un Estado…De hecho, su objetivo no era un nuevo bonapartismo, sino un Estado constitucional lo bastante fuerte para devolver al Ejército a los cuarteles…”
Y una más:
“…Fue la convicción de Churchill de que era necesaria una expresión simbólica de la resistencia francesa la que resolvió cualquier incertidumbre.
–“Esta usted solo, le dijo a De Gaulle. Bueno, pues le reconoceré a usted solo.”
En octubre de 1954, en otro lugar del mundo, en otro tiempo y otra circunstancia, Gamal Abdel Nasser “hablaba en un estrado. Le dispararon ocho balas. Todas fallaron milagrosamente (después se hablaría de un montaje). Nasser, ileso, terminó su discurso:
–Adelante, dispárenme –improvisó–. No podéis matar a Nasser porque todo el pueblo egipcio se convertirá en Nasser.”
Muchos años después, en esa misma tierra, Anwar El Sadat, líder egipcio en la guerra del 73, fue asesinado en un desfile para celebrar el acontecimiento crucial que él había puesto en marcha y que transformó Oriente Próximo. No vivió para ser testigo de la devolución del Sinaí, por parte de Israel que él había propiciado, Las casas de rezo que había imaginado en el Monte Sinaí, todavía no se han construido. Su visión de paz aún espera su encarnación.
“Pero Sadat fue paciente y sereno. Su perspectiva era la del antiguo Egipto, que consideraba que la culminación era la apertura de la eternidad.”
En torno del liderazgo americano de Richard Nixon sobresale esta frase perturbadora:
“…La obligación del hombre de Estado es intentar resolver los conflictos a partir de una inspirada visión del futuro”
“…nunca alteró (Adenauer) su rechazo a Hitler por pisotear el Estado de Derecho que Adenauer consideraba la condición sine qua non, del Estado Moderno.”
Y esto del propio Kissinger:
“…La historia muestra la fragilidad de las estructuras que dependen en gran medida de una personalidad…”