EL CRISTALAZO
Observar la vida política nacional es como caminar por un zoológico. Hay animales de todas las especies y estaturas,lo mismo para deleite de entomólogos o para el pasmo de estudiosos de las especies mayores.
El mismo Señor Presidente ha sido bautizado por el pueblo, desde hace mucho tiempo, como el Peje, en alusión a esa extraña especia acuática de aguas encharcadas y pantanosas tan frecuentes en Tabasco y otras partes de la geografía costera mexicana.
El pejelagarto, ese escurridizo y raro animal cuya apariencia fusiforme no se sabe si es de pez o de lagarto, le ha permitido al Ejecutivo nacional referirse a sí mismo como lo primero, pero nunca como lo segundo.
Solamente para quien quiera conocer un poco más de este emblemático y escudriño animal, escamoso y con aletas como abanicos, diremos algo de su ficha ictiológica. Se trata de un ser “sin ningún cambio en los últimos 100 millones de años”, por lo cual se le suele considerar un fósil viviente”. Fósiles no son únicamente quien prolongan su estancia escolar por años y años. No, eso es otra cosa.
Según National Geographic el ya dicho lepistósteo, “…tiene un aspecto feroz y puede llegar a ser enorme; algunas especies alcanzan casi 3 metros de longitud y pesan más de 130 kilogramos. Depredador voraz y eficiente, el pejelagarto tiene una gran boca equipada con dientes cortantes y puntiagudos. Aunque acostumbra a ser un pez lento, también es capaz de acelerar bruscamente y nadar a una velocidad asombrosa”.
Pero, bueno, eso es en cuanto a la especie tan mencionada, sin embargo en nuestro zoológico político hay “búfalos”, quienes empujan en manadas más o menos nutridas, especialmente cuando perciben pastura electoral o ventajas derivadas de la cercanía con el poderoso del rebaño. Son los siempre adherentes, los incondicionales, la carne del mitin, los galopantes tras el alimento y el empleo.
Por una extraña mutación los búfalos se convierten en caballos o yeguas, más o menos flacos, con el paso del tiempo. Una vez uncidos al carro y con cargos públicos, formas una cuadra llamada “la caballada”. No todos pertenecen a la especie “equus caballus”. Algunos son más bien “equus asinus”, burros, pues. Jumentos y asnos. Y de su cruce, como en la vida real, provienen mulos y mulas. De éstas hay muchas, muchísimas y cada día más.
Es extraño como la mayoría de las “caballadas” se forma con acémilas, jumentos, borricos o simples burros irremediables. No hace falta —mucho menos en estos días—, poner ejemplo alguno.
Pero no sólo a esta clase de cuadrúpedos y solípedos se les debe dar sitio en la clasificación animal de la política. Los practicantes de este arte mayor, suelen ser inspirados rapsodas cuya devoción es el canto hipnótico de la palabra sin sentido. Puro ruido hipnótico como hacen los grillos y saltamontes cuando frotan, alegres, sus élitros a la caída del sol. Ellos son los grillos, y hacen “grilla” sin importar, en realidad el horario. Lo hacen por costumbre mañanera o por habito tardío.
Cuando brincan de un lado para el otro, se les llama “chapulines”; lo cual no es sino una descripción de sus habilidades para brincar sin ton ni son. Cambian de partido, cambian de lealtades a fuer de no tener jamás alguna.
Con el paso del tiempo incrustados en el zoológico habilidades extrañas. Pueden aplaudir como focas y bailar como plantígrados (hacen el oso), cada y cuando la ocasión lo requiera. Una vez logrado el aprendizaje del aplauso, lo pueden aplicar a las cosas antes censuradas.
La vida política es una oportunidad para grillar y aplaudir como pinípedo.
En su interior ellos se sienten tigres o leones majestuosos, pero por lo general se comportan como tiernos morrongos de carnicería, si la vida les da oportunidad de volverse “gatos” de alguien. La servidumbre y la obsecuencia, la aceptación de todo, es otra característica de estos animales multiformes.
No podemos olvidar en este recuento zoo político, a los halcones, cuya existencia ha sido denunciada frecuentemente y mucho más en días recientes.
También hay borregos. Tiernos ejemplares de mansas ovejas, casi corderos divinos en busca de pecados mundanos para redimirnos de ellos. También los hay dóciles para conformar rebaños y partidos, fuera del ímpetu furioso de los búfalos ya dichos.
Hasta el Señor Presidente se ha referido a ellos en onomatopéyico discurso hace unos cuantos días, cuando baló como un cordero, burlándose de ellos: ¡Beee!
Pero el espacio se acabó… y faltan los perros y otros más.