EL CRISTALAZO
Muy hermoso es el patio de la Casa de los Condes de Calimaya donde fue instalado hace muchos años, antes de los gobiernos de izquierda, el rústico museo de la Ciudad de México. Demasiada pretensión para tan poco acervo. Su único esplendor es el estudio de Joaquín Clausell y quizá la fuente de una sirena de doble cola.
Esa construcción cuya arquitectura es una síntesis en piedra del mestizaje. Por la base de su esquina principal, se asoma una cabeza de serpiente mexica usada como cimiento basáltico del caserón coronado por falsos cañones amenazantes, útiles para el susto de indios insumisos y para derramar el agua de lluvia del tejado.
Pues ahí, en el mismo patio donde Cuauhtémoc Cárdenas recibió al Papa Juan Pablo II, Evo Morales lanzó al mundo su lamentoso mensaje después de haber renunciado sin voluntad a su longeva presidencia en Bolivia. Don Evo confundió los edificios. La Corte, donde se sabe de delitos y justicia, está un poco más al norte. Sin embargo el Museo le sirvió como barandilla y nos dijo a todos, la dimensión de su falta:
–Mi gran delito es ser indígena.
Pues quizá sea un delito, pero por lo ya sabido hasta el hastío, es su bandera política. En el nombre de esa sobrevaloración étnica, Morales se hizo del poder en el siempre pobre país sudamericano. Con esa divisa y con su segundo delito (así le llamó), de ver primero por los pobres, ya se aseguró un sitio en la historia boliviana. Y quizá continental.
Pero más allá de ese lamento indigenista, tan frecuente como poco impresionante a estas alturas, dos asuntos sobresalen en la actitud actual de Morales. La primera, la declarada temporalidad de su asilo político, el cual no parece otra cosa sino una oportunidad para preparar su regreso, cosa bastante frecuente en todos los asilados del mundo a lo largo de la historia.
Trotsky mismo, el más célebre de todos cuantos en esa condición han llegado a México, se refugió temporadas más o menos largas (sin contar sus deportaciones a Sibreia), en Noruega, Suecia, Alemania, Suiza, Finlandia y Turquía, cuando sus diferencias con los gobiernos prerrevolucionarios y los bolcheviques, después, hasta llegar al infierno con Stalin, eran su forma de vivir.
Obviamente también fue recibido de Francia, donde violó las condiciones del asilo y se dedicó a internacionalizar su lucha. Por eso vino a dar a México: Desde Moscú, “El padrecito” ordenó su asesinato. La primera vez los sicarios fallaron. La segunda, Mercader le metió un piolet en la cabeza.
Pero Trostsky no dejó de hacer política desde el exilio, tal y como ahora lo anuncia Evo Morales.
Claro, hay una distancia entre el padre del Ejército Rojo y el cocalero de Cochabamba, pero cada quien aspira a su paraíso.
¿EL gobierno mexicano le permitirá, como ya ha anunciado, conspirar contra quien llegue al poder en Bolivia? Obviamente. Como se dice en quechua: “but of course”.
¿Le ayudará? Pues claro. La comodidad del asilo para él, y su séquito (hasta ahora Álvaro García Linera, su vicepresidente y Gabriela Montaño, ex ministra de Salud), para él y su comitiva, es una prueba de aquiescencia plena a sus labores políticas. Prestarle para una conferencia de prensa un edificio público propiedad de la CDMX, es una muestra de solidario acompañamiento no solo en el humanitarismo de su refugio, sino en la actividad política a la cual aspira.
¿Cuándo quiere regresar Evo a Bolivia?
Ayer lo respondió con firmeza y claridad: lo antes posible.
En ese sentido México no es para él una tierra de asilo, cuando más, una estación preparatoria para el retorno.
Pero mientras tanto Morales tiene comodidades no disfrutadas por muchos mexicanos. Se le recibe en el Hangar Presidencial (con el nombre cambiado) y lo acude a saludar al pie de la escalera, Marcelo Ebrard el canciller de México y fugas coordinador de operaciones aeronáuticas continentales, con un protocolo reservado para dignatarios, cosa muy alejada de la actual condición de Don Evo, simple y célebre (eso sí), ciudadano del “bloque latinoamericano”, como le dicen los cursis y los trasladan en helicóptero para evitarse el coletazo de un bloque de los policías federales en el aeropuerto.
Linda cosa.
Y mientras todo esto sucede, el presidente de Venezuela insiste en la construcción de un bloque progresista, con Fernández en Argentina; él en su país, y México en el norte, cerca del temido imperio yanqui.
Los líderes latinoamericanos a veces dan risa con el cuento de sus venas abiertas.