Cuando lleguemos a Marte
“La gente se agrupaba en las galerías de piedra o se movía entre las sombras, por las colinas azules. Las lejanas estrellas y las mellizas y luminosas lunas de Marte derramaban una pálida luz de atardecer. Más allá del anfiteatro de mármol, en la oscuridad y la lejanía, se levantaban las aldeas y las quintas. El agua plateada yacía inmóvil en los charcos, y los canales relucían de horizonte a horizonte.
“Era una noche de verano en el templado y apacible planeta Marte. Las embarcaciones, delicadas como flores de bronce, se entrecruzaban en los canales de vino verde, y en las largas, interminables viviendas que se curvaban como serpientes tranquilas entre las lomas, murmuraban perezosamente los amantes, tendidos en los frescos lechos de la noche.
“Algunos niños corrían aún por las avenidas, a la luz de las antorchas, y con las arañas de oro que llevaban en la mano lanzaban al aire finos hilos de seda. Aquí Y allá, en las mesas donde burbujeaba la lava de plata, se preparaba alguna cena tardía. En un centenar de pueblos del hemisferio oscuro del planeta, los marcianos, seres morenos, de ojos rasgados y amarillos, se congregaban indolentemente en los anfiteatros.
“Desde los escenarios una música serena se elevaba en el aire tranquilo, como el aroma de una flor.
“En uno de los escenarios cantó una mujer”.
Toda esta suave prosa, de la cual Jorge Luis Borges externaba su admiración ilimitada, le pertenece a Ray Bradbury, o mejor dicho, nos pertenece a todos aunque haya surgido originalmente de si inteligencia y su sensibilidad.
Esta fantasía marciana parece haber realizado, al menos parcialmente si uno lee con cuidado estas líneas del despacho de la NASA, en el cual se informa sobre los proyectos para fabricar modelos sobre cuyo diseño se podrían construir las futuras colonias de terrícolas en Marte.
Hace muchos años, cuando las primeras fotografías de aquel planeta llegaron a la tierra y se confirmó la inexistencia de vida inteligente, los reporteros buscaron a Bradbury en su edificio de California. Le preguntaron si no la causaba tristeza confirmar la ausencia de habitantes en Marte, pero él respondió con la lectura en voz alta de las primeras líneas de esta columna.
–Si no están allá, por lo menos, con sus ojos amarillos, están en mis historias fantásticas”.
La verdad hay cosas horribles en este mundo. Tanto como para no llevarlas a otro.
Los Estados Unidos, quienes de seguro llegarán a Marte primero, como ya sucedió con la Luna, ahora prevista como base en los viajes siderales, no hallan forma de resolver los problemas con su vecino mexicano, debido a la inmigración, y ya quieren establecer colonias en Marte como hace más de 200 años hicieron los peregrinos en la costa este de América del Norte.
No se sabe hasta ahora si el servicio de Aduanas y Migración, (ICE) tendrá sucursales en Marte, pero por lo pronto no sabe cómo tratar a los emigrantes hondureños, y los EU desean ahora migrar al planeta rojo (para usar el eterno lugar común), sin conocerse hasta ahora el verdadero sentido de tan galáctica aventura.
El progreso –por lo visto–, consiste en ponerse nuevas fronteras, cuando no se ha sabido resolver el problema de las actuales.
El proyecto en marcha, sin embargo, tiene sus rasgos de belleza.
“…Su cápsula marciana es una estructura retorcida en la que sus moradores trabajan en laboratorios subterráneos y tocan la guitarra en la escalera en espiral que recorre toda la torre… La luz entraría a través de ojos de buey repartidos en los laterales. Sus creadores afirman que la construcción es tan versátil que puede ser reforzada sin problemas a pesar del mal tiempo marciano…”
Como se sabe el mal tiempo marciano es de vientos furiosos, polvazales inmensos y una sequía persistente. Pero si alguna vez los humanos llegáramos a Marte, realizaríamos una implacable exportación de miserias terrenales sin antecedente en la historia, al menos la nuestra:
Cuando los primeros hombres llegaron a Marte, Bradbury los oyó reflexionar en todo esto, no antes de encender una fogata:
“…Ya habría tiempo para eso; ya habría tiempo para tirar latas de leche condensada a los nobles canales marcianos; ya habría tiempo para que las hojas del New York Times volaran arrastrándose por los solitarios y grises fondos de los mares de Marte; ya habría tiempo para dejar pieles de plátano y papeles grasientos en las estriadas, delicadas ruinas de las ciudades de este antiguo valle. Habría tiempo de sobra para eso…”