EL CRISTALAZO
La diplomacia de la debilidad
Indudablemente Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, es uno de los pocos funcionarios de alto nivel en el gobierno actual con intensa formación política y suficiente capacidad académica. Es hombre mundano, estructurado, metódico y tenaz.
Pero, por lo visto hasta ahora, su alejamiento de las cuestiones diplomáticas durante tanto tiempo, lo ha dejado herrumbroso y envarado. En poco tiempo ha cometido graves equivocaciones, la más grave de las cuales ha sido anunciar una ruptura con el presidente de los Estados Unidos, a quien nunca invitará (no él, sino su jefe) a México.
En los tiempos modernos, digamos de la “pre Revolución” para acá (Díaz reunido con Taft en 1909), todos los presidentes de Estados Unidos han venido a México, hasta Donald Trump, no importa si lo hizo cuando aún era un candidato con altas posibilidades de triunfo.
Por eso la declaración de Ebrard no puede ser fruto ni de la ignorancia ni de la imprudencia. Quizá lo sea de la soberbia y no la suya precisamente, pero eso no lo vamos a saber en estos días. Se sabrá cuando ya no sea significativo ni importante.
Pero el hecho es sencillo, Donald Trump vendrá a México cuando a él le convenga (sobre todo en el escenario de su segunda campaña), no cuando Marcelo lo invite.
Si Roosevelt ser reunió con Ávila Camacho en el tiempo del “Panamericanismo” durante la segunda guerra mundial; si Miguel Alemán lo hizo con Truman en el periodo de la Guerra Fría y si Eisenhower estivo en Acapulco con Ruiz Cortines, no hay motivo para no ver juntos a López Obrador y Trump cuando así lo decida la Casa Blanca.
Obviamente no veremos a Trump en la Basílica de Guadalupe, como sí vimos a Kennedy, ni habrá quien lo lleve a un mercado de máscaras y artesanías de madera, como hizo Zedillo con Bill Clinton y Hillary en Tlaxcala.
Difícil será ver al mendaz en La Paz, Baja California Sur, como sí estuvo Reagan y mucho menos observar sus pasos tras la iguana de la noche en Puerto Vallarta tal ocurrió con Richard Nixon y Gustavo Díaz Ordaz en Puerto Vallarta.
Bush y Salinas devinieron amigos tras las negociaciones del Tratado de Libre Comercio y se reunieron en una charreada fenomenal en Agualeguas; ahora, cuando el TEMEC se está usando como herramienta legislativa en favor de los intereses americanos, con la juvenil secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde en el dictáfono presta a recibir las instrucciones para una reforma laboral al gusto de los americanos, no de los mexicanos, no parece ser el mejor momento para soltarle un rapapolvos de hospitalidad imposible al presidente de los Estados Unidos de América, cuya voluntad ha trastocado todos los quehaceres nacionales, especialmente en cuanto a la conflictiva cuestión migratoria.
Resulta extraño el “tiquis miquis” de Ebrard y su rechazo a una visita del presidente de Estados Unidos, como si con ella sus plantas profanan nuestro suelo tan de suyo mancillado el pobre desde hace siglos por españoles, franceses, yanquis y cuanto hay.
Este dislate ebrardiano, pone en duda muchas cosas en la cancillería.
Si Luis Videgaray, con fingida humildad les dijo a los hombres y mujeres del servicio, su disposición a aprender, cuando se dieron cuenta ya había establecido una relación cercana con el futuro presidente de Estados Unidos –de cuya herencia con Kushner hasta este gobierno se ha beneficiado–, a quien trajo a México, Marcelo no ha manifestado su voluntad de aprender.
Una de dos, o porque sabe o porque cree saber. Pero en ninguno de esos casos lo ha demostrado, al menos en este episodio.
Mientras eso ocurre en los pasillos de Avenida Juárez, un juez americano le ayuda a México a aliviar un poco la presión, pues rechaza la medida de enviar a la sala de espera mexicana a quienes son expulsados de EU mientras se regularizan sus documentos de asilo, a lo cual México responde con una pavada:
“…a efecto de asegurar que el ingreso de esas personas migrantes se diera de manera ordenada, se sostuvieron diversas reuniones técnico-operativas en las que se definió el perfil de las personas migrantes a las que México podría aceptar, horarios y capacidad de recepción, así como otros aspectos de la instrumentación de la decisión unilateral del Gobierno de Estados Unidos”.
Lo unilateral se vuelve bilateral o ¿cómo? Mr. Ebrard.
Por eso, luego, los andan renunciando en los medios.