EL CRISTALAZO
Fascistas, conservadores y canallas
Tiempo de canallas”, le llamó Lillian Helmann a la época macartista de la persecución de conciencias en Estados Unidos (1947-54 a.c.), con pretexto del peligro comunista como amenaza real al estilo americano de vivir y consumir.
Su esposo, el gran Dashiel Hammet, perseguido y asediado, como ella, sintetizó no sólo la época, sino las invocaciones al patriotismo con las cuales los fascistas americanos se justificaban, con una frase inmortal: la patria es el escudo de los canallas.
Y lo dijo porque todos los grandes bastardos de la historia se han refugiado en la nación como gran pretexto para sus persecuciones.
Sobre aquella etapa la señora Hellman dijo:
“…Innumerables vidas estaban siendo arruinadas, y pocas voces se levantaron en su defensa. ¿Desde cuándo era necesario estar de acuerdo con alguien para defenderlo de la injusticia? Nadie en su sano juicio hubiese pensado que los sinólogos, por ejemplo, acusados y despedidos de sus puestos en el Departamento de Estado, hicieron algo más que darse cuenta de que Chiang Kai-shek estaba perdiendo la guerra. La verdad lo convertía a uno en traidor, como a menudo sucede en tiempos de canallas…”
Hoy en México se ha escuchado (en otro contexto) la frase del tiempo y los canallas. No es una expresión nueva en boca del presidente. La usó en el año 2005 durante el intento de desafuero promovido por Vicente Fox.
Después del accidente del helicóptero en Puebla, en el cual, como se sabe de sobra, murieron Martha Erika Alonso, la gobernadora y su esposo el senador y ex gobernador, Rafael Moreno Valle, las “benditas redes sociales” su convirtieron en campo de batalla entre quienes acusan sin pruebas y todo lo censuran, y quienes se sienten lastimados por los señalamientos.
Hoy, los sembradores de la discordia, de uno y otro lado, buscan una imposible reconciliación y con sus vituperios han descascarado la palabra unidad.
Si hubiera unidad, las redes sociales no se habrían convertido de benditas a malditas en unas pocas horas.
A los críticos (de buena o mala fe), el presidente les llamó neofascistas, conservadores y mezquinos (eco de los tiempos de Echeverría y los “jóvenes fascistas del coro fácil” durante una pedrea en la Ciudad Universitaria),
Pero si esas acusaciones y calificativos fueron respondidas con fuego vomitivo en el ciberespacio (la maledicencia echa lumbre por la boca), estas otras, dichas con severo gesto en la conferencia mañanera de ayer, producirán un efecto igual, pero acumulado.
“…Yo entiendo que no les haya gustado lo que les dije a los que promueven el odio.
“A lo mejor no debí utilizar la palabra mezquino, que es pobreza, miseria de espíritu, según el diccionario, a lo mejor debí decir que son tiempos desgraciadamente de canallas, pero bueno, ese es un asunto de otro tipo…
“…Decirle (s) a los conservadores, no a todos, porque no son todos, que vayan actuando de manera distinta también, que no hagan guerra sucia, que jueguen limpio…
“¿…Qué es eso de estar utilizando robots para impulsar campañas…? “Y que siempre ha existido el conservadurismo, pero que deben de tener un poco de decencia y además que no aparenten ser liberales, porque de verdad, en realidad, son conservadores”.
Pero aquí lo importante no es el galimatías entre los buenos y los malos conservadores o el todo o las partes, lo importante es la inestabilidad (al menos verbal) en la cual nos sorprende el fin del año.
Una trenza de dimes y diretes de estas dimensiones no se recuerda en los inicios de un gobierno cuyo bono democrático y legitimidad sin duda, se han manchado por la acción y la reacción.
Quizá el presidente ha exagerado en su postura polémica, quizá porque es su temperamento, quizá porque no tiene una bodega en el pecho y nada se guarda y todo dice, pero hoy vale preguntarse si –para sus propios fines–, es la mejor estrategia de un jefe de Estado.
Por lo pronto, a pocos días del inicio invernal, entre parabienes de fin de ahí y mediocres festejos navideños, el futuro se presenta caliente. Tórrido.
DURAZO
Si ya Durazo nos dijo, no hubo rastro de explosivos en el helicóptero, les ha hecho la mitad del trabajo a los expertos cuya extranjería nos garantiza independencia y exactitud. Porque nosotros, los mexicanos, no servimos para nada y nadie nos cree. Tampoco a ellos.