EL CRISTALAZO
La Navidad y el regalo de cinco billones
Feliz como sólo puede estarlo quien logra su cometido e impone su voluntad (eso es el poder), el presidente de la República se ufanó durante la conferencia matutina de día de la Nochebuena, de cómo un presupuesto aprobado sólo por los suyos, exhibe la vigencia del cambio: algo debe estar pasando cuando ya hemos hecho de lado la sospechosa unanimidad del pasado, cuando todos aprobaban el presupuesto porque todos se beneficiaban de moches y cuotas.
No lo dijo exactamente así, pero ese fue el sentido de sus alegres palabras navideñas.
Y en el eterno doble lenguaje entre las responsabilidades administrativas y la férrea conducción política cuya muralla no deja pasar ni un sólo argumento contrario, y ante la inanición de algunos órganos autónomos (la autonomía sin dinero es una bella frase; la autonomía real, un estorbo al poder único), el presidente le da lecciones a Pilatos, y palangana en mano, se lava palmas y los dedos y sentencia índice en alto:
“–Yo sí creo que todos debemos hacer un esfuerzo de austeridad, que no debe excederse ninguna institución en gastos, incluso, sería muy importante que los partidos de manera voluntaria devolvieran cuando menos la mitad de sus prerrogativas, que la austeridad sea completa, que cueste menos el Gobierno, le cuesta mucho al pueblo”.
Pero ese optimismo ya le pega en la Santa Bárbara (ese espacio de los grandes buques de guerra donde se almacenan los explosivos y cuya voladura causa el hundimiento irremediable), al Instituto Nacional Electoral cuya alta burocracia verá los tiempos dorados pasar como los recuerdos de un amor mal correspondido.
Tanta y tan insistente fue la cantaleta sobre el alto costo de los órganos autónomos, como para no encontrar a nadie en el país con argumentos suficientes para defender las mermas a las cuales han sido sometidos. El tajo presupuestario al INE es feroz, como también lo es –en su proporción–, el de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
Pero si en este caso todo se resuelve haciendo menos con menos, en el INE las obligaciones no esperan, y en puerta hay cinco procesos electorales cuya estabilidad está en riesgo, según ha dicho contrariado y con angustia, el señor Lorenzo Córdova, quien hace apenas un semestre brincaba de gozo ante el ejemplar proceso electoral, y ahora se hará bolas como pueda porque ni modo de suspender las elecciones por falta de dinero.
En esas condiciones el alfanje y la cimitarra de los recortes, han cantado la alegre melodía de la austeridad y ya vemos cómo es posible un gobierno, pobre con un pueblo miserable, pues no gozará la mexicanada de opulencia faraónica nada más por los recortes al presupuesto, trasplantadas sus partidas a los programas sociales cuya finalidad no es erradicar la miseria sino nada más aparentarlo, cuando en verdad se busca (con éxito indudable), engordar la urna y sostener a Morena en el poder por los siglos de los siglos, amén.
Y con ese argumento Martha Tagle (MC), les dice de cosas a los de la mesa directiva y con esas mismas razones los panistas y los priistas y algunos otros despistados se retiran del salón de sesiones pues pronto los esperarían pavo y romeritos, los cuales pueden causar un entripado si se engullen con la bilis derramada.
La celebración del presidente por el regalo navideño del presupuesto, tuvo como pie, el dilema de un reportero (de cuyo nombre no quiero acordarme), cuya astucia lo hizo preguntar de modo fácil –pero aparentemente aguerrido–, para una respuesta obvia: el presupuesto se legitima por su volumen de aprobación y su volumen de aprobación lo hace ilegítimo.
Y fue cuando el presidente bateó a Doña Blanca fuera del parque, porque la bolita boba lanzada como de “soft ball” por el reportero cuya apariencia de bien enterado politólogo lo volvió comparsa en el carnaval matutino de las preguntas y las respuestas, le hizo fácil el macanazo.
Pero en fin, eso es cuanto hay y no tenemos más. Es el país de una sola decisión y a eso nos deberemos acostumbrar y ni tanto; a eso estuvimos habituados durante todos los años del PRI, excepto el último sexenio cuando Enrique Peña decidió llevar la administración y la política por caminos diferentes.
Los dos lo condujeron al barranco, por negarse a entender la primera obligación del poderoso: conservar y ampliar el poder a cualquier costo; ero con la mejor cara.
P.D.- Si tiene usted (o cree tener) motivos para ser feliz, pues séalo en esta Navidad.