EL CRISTALAZO
Detalles constitucionales de la CDMX
El primer impacto de la Constitución de la Ciudad de México es su preámbulo. Obviamente este proemio no forma parte de ella, es una simple perta de acceso, pero deja sentir un poco el trasfondo de cómo fue hecha: entre el “garantismo” y con una pequeña dosis de cursilería. Veamos.
Las palabras iniciales están en náhuatl, lo cual es una bonita “puntada”. Nada más que va muy de acuerdo con las definiciones de esta capital, las cuales veremos más adelante. Es una ciudad pluri. Pluri en todo. Ya lo veremos.
“In quexquichcauh maniz cemanahuac, aic tlamiz, aic polihuiz, in itenyo, in itauhca Mexihco Tenochtitlan “En tanto que dure el mundo, no acabará, no perecerá la fama, la gloria de México Tenochtitlan” Tenoch, 1325.
“En la cercanía del séptimo centenario de su fundación, la Ciudad de México se otorga esta Constitución Política. Al hacerlo rememora sus incontables grandezas, hazañas y sufrimientos. Rinde homenaje a los creadores de sus espacios y culturas, a los precursores de su soberanía y a los promotores de su libertad”.
En esas condiciones el cursilísimo e innecesario indigenismo de los constituyentes, uno de los cuales Mardonio Carballo se retiró del cónclave diciendo con la queja específica de cómo se le había bloqueado por indio, no por equivocado, es tan erróneo como la apreciación heroica de la capital:
“…rememora sus incontables grandezas, hazañas y sufrimientos”.
Modestamente yo pregunto, cuáles han sido las incontables grandezas de esta ciudad. ¿Destruir el sistema hidráulico, pelar los bosques, hacinar sin planeación a casi diez millones de personas, construir el paraíso de la especulación inmobiliaria? Hay muchos otros pecados de esta ciudad, pero mencionarlos en ocasión de tan importante obra legislativa, no sería justo ni conveniente.
Se dice de las hazañas y los sufrimientos, pero no se habla n i de unas ni de otras. ¿Habrá sido una hazaña la forma como los habitantes de esta ciudad se postraron frente a las tropas de Winfield Scott en 1847? No todos estuvieron en el Batallón de San Patricio ni lucharon en Chapultepec; algunos colgaron banderas de estrellas y barras en los balcones de sus casas.
Pero en fin, todo mundo tiene derecho de cortarle un gajo a la epopeya y sentirse Primo de Verdad en 1808.
La ciudad pluri, decíamos. Se deben leer estas definiciones. Ciertas, por verdad.
“1.La Ciudad de México es intercultural, tiene una composición plurilingüe, pluriétnica y pluricultural sustentada en sus habitantes; sus pueblos y barrios originarios históricamente asentados en su territorio y en sus comunidades indígenas residentes. Se funda en la diversidad de sus tradiciones y expresiones sociales y culturales.
“2. La Ciudad de México se enriquece con el tránsito, destino y retorno de la migración nacional e internacional.
“3. La Ciudad de México es un espacio abierto a las personas internamente desplazadas y a las personas extranjeras a quienes el Estado Mexicano les ha reconocido su condición de refugiado u otorgado asilo político o la protección complementaria.”
Obviamente este discurso cojea. Más allá de si las ciudades se fundan en la diversidad de sus tradiciones o estas son un componente de su vida cotidiana, darle a esta capital la condición de refugio seguro de todas las migraciones y desplazamientos, resulta una enorme muestra de solidaridad humana, pero una circunstancia irrealizable.
Las personas internamente desplazadas, dice la Constitución y nos remite a un lenguaje de ONG de Derechos Humanos en el cual es complejo definir si hay en verdad desplazamientos forzados (por la violencia, la represión o cualquier otra causa) o se trata de movimientos poblacionales naturales y por la conveniencia de quien decide emigrar de un lugar para ir a otro.
Lo mismo sucede con el asilo o el refugio. Convertir esta ciudad en un “santuario” es muy noble, pero no se logra esa condición automáticamente, porque –por ejemplo– ¿dónde están las instituciones capaces de asimilar a los haitianos y africanos ahora hacinados en Tijuana?
La Constitución tuene mucho de anhelo y sueño. Y en ese sentido está bien, se vale soñar, pero a veces los sueños se vuelven pesadillas.
Veamos esto:
“…El respeto a los derechos humanos, la defensa del Estado democrático y social, el diálogo social, la cultura de la paz y la no violencia, el desarrollo económico sustentable y solidario con visión metropolitana, la más justa distribución del ingreso, la dignificación del trabajo y el salario, la erradicación de la pobreza, el respeto a la propiedad privada, la igualdad sustantiva, la no discriminación, la inclusión, la accesibilidad, el diseño universal, la preservación del equilibrio ecológico, la protección al ambiente, la protección y conservación del patrimonio cultural y natural.
“Se reconoce la propiedad de la Ciudad sobre sus bienes del dominio público, de uso común y del dominio privado; asimismo, la propiedad ejidal y comunal;
“b) La rectoría del ejercicio de la función pública apegada a la ética, la austeridad, la racionalidad, la transparencia, la apertura, la responsabilidad, la participación ciudadana y la rendición de cuentas con control de la gestión y evaluación, en los términos que fije la ley; y
- c) La función social de la Ciudad, a fin de garantizar el bienestar de sus habitantes, en armonía con la naturaleza”.
Todo eso me parece, muy bien, pero esa armonía con la naturaleza, ¿cómo se logra si hemos destruido la naturaleza misma en el erial de cemento de una ciudad salvaje?