ALHAJERO
La vida transcurre a otro paso, a otro ritmo.
Desde la madrugada, aún a oscuras, aguardo con cierta ansiedad el sonido del avión cruzar por los aires rumbo al aeropuerto de la Ciudad de México. Solía escucharlo alrededor de las cuatro y media de la mañana. Era como una especie de despertador que acompañaba mis pasos hacia la cocina por un café para comenzar a leer las noticias del día.
Hace tiempo que no lo escucho. Semanas ya (nunca imaginé que lo extrañaría).
El amanecer es distinto. Más lento. O mejor dicho, menos presuroso.
La estancia en la cama se prolonga un poco más. La mirada en la negrura va adivinando perfiles y sombras. Se siente bien el silencio en la semioscuridad… ¡No!, nada de encender el celular. Destruiría esa grata calma previa al amanecer.
Son los recuerdos los que acompañan ahora un tramo de este despertar en tiempos del coronavirus. Memorias de infancia, allá en Guadalajara, relacionadas en su mayoría con la naturaleza.
Son las catarinas de caparazón rojo brillante y puntitos negros las que veo ahora caminar tranquilamente por mi mano mientras busco sus diminutos ojos; y me veo correr de nueva cuenta tras las luciérnagas en la Pila Moderna –junto con mi mamá y mis hermanos- hasta atrapar alguna, mirarla por una rejilla en el cuenco de las manos y asombrarme con ese color verde amarillento que se prende y apaga como una pila (contaba mi abuela que así “se enamoraban” aquellos bichos).
Descubrir el agujerito por el que la fila de hormigas lograba introducirse en la cocina de la casa, llegar hasta la alacena y subir incluso las escaleras hasta las recámaras, ese sí que era otro gran pasatiempo.
Sí, pasatiempo… La palabra reverbera ahora de otra manera.
El tiempo pasa de otra manera. En estas semanas de pandemia bajo el acecho del Covid–19, el tiempo parece andar más lento. Apenas va a abrir el día. Escucho el trinar de los pájaros que habitan en los arbolitos que sobreviven en la pequeña calle en la que vivo. Sigo sus cantos…, no hay prisa.
Son ellos, en estos días, los que me avisan que es hora de levantarse, sobre todo si quiero ir de compras a algún almacén (abren a las siete de la mañana).
Me asomo por la ventana –estos días paso mucho tiempo mirando hacia la calle, aunque poco o nada humano transcurra por ahí-, comienza a clarear. Ahora sí, parece que el día tiene prisa por llegar. Yo también me apresuro.
El horario de los adultos mayores para hacer sus compras ha comenzado. Miro algunos salir con sus tapabocas, bolsas en mano. Caminan solitarios y en silencio. Guardan su distancia.
Salgo a la calle, respiro profundamente.
Una voz me sobresalta. Es el barrendero: “Buenos días”, dice.
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GEMAS: Obsequio del periodista español Ignacio Ramonet: “Estamos padeciendo en nuestra propia existencia el famoso ‘efecto mariposa’: alguien, al otro lado del mundo, se come un extraño animal y tres meses después, media humanidad se encuentra en cuarentena…”