VOCES DE MUJERES
“No quiero morir”. Así dice Nancy en la carta que escribió al gobernador Pancho Domínguez pidiendo auxilio. “No quiero morir,” las mismas palabras que expresan miles de mujeres en las fiscalías, en los juzgados, en los institutos de las mujeres. “No quiero morir.” Las mismas que dicen llorando a gritos cuando buscan un lugar en los refugios. Solo que ahora, como ocurre en Guanajuato, muchas ya no tendrán ni siquiera la luz de esperanza de una cama segura para ellas, sus hijos e hijas porque muchos refugios del país están cerrando porque el gobierno federal decidió que la labor que hace la sociedad civil organizada que proporcionaba esos espacios no sirve más que para sacar raja del presupuesto.
“No quiero ser una de las mujeres que mueren en este país cada 160 minutos.” Esas palabras me desgarraron porque ella, Nancy, sabía la suerte que habían corrido otras mujeres y no quería convertirse en un número más de esa terrible realidad. Esas palabras en la carta de Nancy son las mismas que cientos de activistas a lo largo y ancho del país repetimos todos los días porque en México muere asesinada una mujer cada 160 minutos, 9 todos los días. Esas palabras reflejan una alarmante estadística que las autoridades se niegan a aceptar, llamando a estas muertes violentas de mujeres de muchas maneras menos como los que son, feminicidios.
“No quiero que mi hija de 10 años y mi madre de 79 sean víctimas de esta situación.” Sin embargo la hija y la mamá de Nancy ahora son parte de las decenas de miles de familias que deberán vivir la agonía que el feminicidio imprime para siempre en lo más profundo de sus almas. Su hija y su mamá vivirán su ausencia sabiendo además que la vida le fue arrebatada por el hombre que un día dijo amarla y que llegó a sentir tal odio por ella que fue capaz de terminar su vida a tiros frente a la escuela de su pequeña.
Nancy acudió a pedir ayuda. Se realizó un plan de seguridad en su domicilio, se buscó que la acompañaran su familiares, por eso su mamá se fue a vivir con ella y le dieron números de teléfono en caso de emergencia. Se volvió rehén y prisionera porque su vida corría peligro. “Se fracturó el plan de seguridad,” dijeron las funcionarias en la rueda de prensa que ofrecieron sobre el caso, donde dijeron que perdió la vida, ¿acaso no saben qué ella no perdió nada, qué la vida se la arrebataron a balazos? Con ese señalamiento la hacen única responsable de no ajustarse a vivir en el terror. La mataron por salirse del plan, por distraerse con un acto mínimo de libertad, llevar a su hija a la escuela. ¡Vaya, qué osadía! Mientras tanto su agresor transitaba libre por el mundo, orquestando maneras de matarla hasta que lo logró.
“Como madre, hija, hermana y amiga pongo mi esperanza y fe en estas líneas.” Con esas palabra Nancy confió su vida al Gobernador de nuestro estado. Con esas palabras puso su seguridad en msnos del principal responsable de garantizar el derecho de las mujeres a vivir libres de violencia. Sin embargo Nancy no sabía cuando escribió esas líneas que la erradicación de la violencia feminicida y la protección de las mujeres no son un tema prioritario para el gobernador Pancho Domínguez. Si lo hubiese sabido tal vez habría volteado a ver a otros actores o tal vez lo sabía pero al final fue la única luz que alcanzó a ver en la oscuridad en la que la sumergió el terror. Nunca lo sabremos porque nunca más podremos preguntarle. Porque hoy Nancy está muerta, asesinada por el hombre que ella señaló en esa carta al Gobernador, el mismo que señaló a la fiscalía, el mismo que señaló a sus amistades, a sus colegas, en sus redes sociales. El mismo que señaló de agredirla una y otra vez y quién acabó asesinándola.
“No quiero morir,” dijo Griselda.
“No quiero morir,” dijo Ana Karen.
“No quiero morir,” dijo Marlene.
“No quiero morir,” dijo Laura.
“No quiero morir,” dijo Brenda.
“No quiero morir,” dijo Alejandra.
“No quiero morir,” dijo Mayra.
“No quiero morir,” dijo Carmen
“No quiero morir,” dijo Nancy.
Y todas salieron de una oficina, de un juzgado, de una institución con sendos papeles que decían que les habían otorgado una medida urgente de protección. Todas con la esperanza de que la tinta de esos papeles valiera para algo, porque ahí decía que podían recurrir a las autoridades y que estas tenían la obligación de protegerlas. Hoy todas están muertas, todas asesinadas a manos de sus parejas.
Y mientras tanto, seguimos sin convencer al destinatario de la carta de Nancy de que faltan recursos; seguimos sin hacerle ver la deficiencia de la capacitación del funcionariado; seguimos sin transmitirle que solo hay lugar para 16 mujeres y sus hijos en el único refugio del estado; seguimos sin convencerle de que se requiere una policía estatal especializada en atención a víctimas; seguimos sin conseguir que ponga al frente de Secretarías y Direcciones a personas capacitadas que realmente contribuyan a generar los cambios que se requieren para la erradicación de la violencia feminicida; seguimos sin lograr que nos escuche.
Pero, si no escuchó la voz de Nancy que le dijo directamente “NO QUIERO MORIR”, ¿qué esperanza tenemos de que finalmente escuche el mensaje que las activistas hemos repetido desde hace tantos años y que jamás ha querido oir directamente?
A las mujeres nos están matando y no queremos morir.
Maricruz Ocampo.