LA APUESTA DE ECALA
El fotógrafo preferido de Miguel de la Madrid
Adolfo de Vidaurreta Gutiérrez, periodista español, un hombre ya tirado a los setenta años, de complexión delgada, nariz aguileña, más bien de carnes flojas – que denotaba una obesidad perdida- pero de excelente plática y mostacho amarillo por el constante humo de los cigarros “delicados” que tanto le habrán gustado de México, reportaba al periódico El País, de España, los aconteceres que le seguían, a la campaña electoral de Miguel de la Madrid Hurtado, el próximo presidente de México.
No solo De La Madrid había causado un gran interés en México -por tratar de sacar al país de sus problemas- sino a nivel internacional, en donde cada una de sus propuestas, le daban sentido a una familia mexicana, ávida de salir de la pobreza y las crisis cíclicas, de cada seis años.
Adolfo, o “Foy” como le decían los más cercanos, era ya reconocido por el propio candidato presidencial, al verlo todos los días, y en ocasiones coincidir en los lugares de comida, era pues para De La Madrid, su fotógrafo preferido, porque le tomaba los mejores ángulos y perspectivas.
Lo que no sabía el candidato presidencial, es que Foy, era su más irreverente periodista, debido a que a su periódico El País, le enviaba corresponsalías acerca de todo el dinero que se gastaba, a pesar -como decía Foy- de que tenía asegurada la presidencia.
“… más de treinta mil millones de pesetas se ha gastado el candidato, con más de cien mil kilómetros de carretera, avión o barcos, por lo largo y ancho de toda la república, estimo que lo han escuchado más de catorce millones de mexicanos… además de saber que sale en todos los medios, especialmente en la televisión (que acá en México solo hay dos canales) y es entrevistado todos los días, de lunes a lunes…”
El candidato nunca leía El País – ni siquiera llegaba a México- y por lo tanto no era enterado de todo lo que contaba su “fiel” seguidor y consentido periodista.
En la ciudad de Puebla, en el centro histórico, en un templete y ante más de unas veinticinco mil personas -atiborrado el jardín principal- y anexo por todas las calles, las comitivas que le hacían valla, todos con gorra del PRI, y cartones para echarse aire, pasa el candidato en un lujoso Lincoln descapotable de color negro – a la usanza de Kennedy- a una velocidad que pocos lo veían, y detrás de él, la comitiva de periodistas que cubrían la nota.
Al llegar el templete, el primer saludo se lo llevaba Foy – por estar cercano a las escaleras- junto con la cobertura de notas internacionales, ¡ya hasta de mano se saludaban!… al subir el candidato fue enfático:
El Estado no gobernará para las clases poderosas… sino más bien, para equilibrar la balanza de los pobres y desterrar por una vez y por todas ¡la pobreza que tanto daño hace al país!… -vítores- ¡aumentaremos el salario de todos los mexicanos!… -vítores- ¡Los precios de los productos agrícolas estarán al alcance de los que menos tienen, ¡para que puedan más!… -vítores-… ¡Evitaremos a toda costa los derroches en el sector salud! ¡que tanto daño le hacen a nuestro excelso sistema de protección de salud de los mexicanos!… ¡no más robos al erario!… -vítores y porras-
Al bajar del templete, y por centésima vez, Foy solicitó al Estado Mayor la anuencia para una entrevista al candidato, y por igual cantidad ¡se la negaron…!
… ¡candidato!… ¡candidato!…
Entre la multitud Miguel de la Madrid Hurtado, escuchaba una voz casi en cada fin de discurso… al voltear ¡era Foy! que le gritaba.
– ¿qué quiere el Foy? – le instruía a su escolta personal del Estado Mayor Presidencial el teniente Prudencio Velázquez.
– ¡una entrevista Sr Candidato!
– ¿otra vez?
Asintió su escolta con la cabeza.
Con 28 kilómetros de largo y 11 kilómetros de ancho, se enclava en la Polinesia Francesa – en medio de los continentes de América y Asia- el Atolón de Mururoa, una fractura profunda, con más de 35 metros de fondo, y que ya llevaba varios días reportando fallas geológicas – temblores- en las pruebas atómicas que, periódicamente ya desde 1975, se venían realizando.
El 7 de junio de 1985, con el nombre secreto de Erginos, la bomba atómica que se había detonado marcaba – por primera vez- ondas expansivas hacia varios puntos cardinales, ¡tal vez una de las más poderosas que se habían detonado! no teniendo en cuenta las consecuencias globales de la geografía que se pudieran presentar.
Ante este hecho, varios centros sísmicos del mundo mandaron informes a sus presidentes y mandatarios, haciéndoles ver que, no se tenía conocimiento de las reales consecuencias del poderío de una onda expansiva de esta naturaleza.
Esta vez, fue de 4 megatones, que equivaldría a cuatro millones de toneladas de trinitrotolueno.
¡a Francia le llovieron las quejas por esta prueba! y Estados Unidos le solicitó -vía diplomática- que cesaran, porque no se sabía si tendrían consecuencias en cinturones sísmicos.
El resentimiento de los lugares sísmicos no se hizo esperar, y en algunos países se reportaron movimientos entre 3 y 4 en escala de Richter, un sistema que mide el proceso local de movimiento.
Desde la queja, Francia otorgó secrecía a las pruebas, y ya no avisaría cuando haría las posteriores detonaciones nucleares.
¡en México no tembló!
Oficina de Presidencia, centro de captura de información Internacional, 9 de junio de 1985.
-¡Señor Comandante! hemos recibido información de los norteamericanos de una ola expansiva de las pruebas atómicas del Atolón de las Polinesias, en específico de pruebas nucleares.
-mmm… ¿y?
-¡teme el centro sismológico de Texas de posibles temblores en nuestro País!
-¡Vamos cabo! no sea alarmista, Guerrero y Oaxaca están muy lejos de la capital del país… ¡haga el reporte y mándelo a secretaria particular de presidencia!
-¡sí señor!
Cuando en Los Pinos se sintió el movimiento, el presidente fue llevado de inmediato al búnker de protección presidencial, un cuarto hecho de hierro y hormigón, que contenía las municiones necesarias para pasar ahí varios meses, en constante comunicación… de inicio se pensaba en un bombardeo, pero al no haber evidencia ni reportes del Aeropuerto, se temió lo peor… ¡un temblor!
Al bajar las escaleras, el presidente y su familia ¡aún sentían el movimiento! la más asustada era su esposa Paloma, quien se negaba a entrar al espacio especial por su problema de claustrofobia.
¡las comunicaciones se habían destruido! los radios banda no se activaban y trajeron a los cabos de telecomunicaciones para reportes de inmediato de lo sucedido.
-¡Comuníquenme de inmediato con Bartlett!¡saquen a Jacobo a reportar lo sucedido!
Dio la orden el presidente.
-¡aquí nos resguardaremos!
Después de casi una hora de espera, los reportes de las estructuras oficiales que rodeaban la casa presidencial le fueron, a cuenta gotas, dando el santo y seña.
-¡Llévenme de inmediato al hangar presidencial y que preparen un vuelo de observación!
Al descubrir la destrucción total del temblor del 19 de septiembre de 1985, el mandatario se quedó mudo…
-¡es una desgracia!
Nadie en el avión mencionó absolutamente palabra alguna.
Los militares bajo sus frecuencias de radio daban una y otra orden, evitando así que saliera el ejército.
-¡saldrá cuando diga el presidente! ¡no antes ¡
Al aterrizar el mandatario dio la orden.
-¡todo el ejército a las calles a custodiar los bienes de los particulares! pero en especial los bienes de las oficinas gubernamentales, ¡que eviten el caos y la rapiña!
Sentenció el presidente.
Después de tres horas de gestiones y esperar recibir informes de todas las dependencias, más reuniones con todo su gabinete -los que alcanzaron a llegar- los reporteros de diferentes fuentes nacionales e internacionales, se arremolinaban en las oficinas para tratar de obtener una nota o una declaración de presidencia, ante un hecho que nadie observaba aún las magnitudes.
¡nadie mencionaba nada!
Cuando decide el presidente salir a las calles -llegó en un camión- el espectáculo era devastador, sufrimiento y desolación le daban a la ciudad un aire de guerra, de destrucción, imágenes solo vistas en fotoperiodismos de la segunda guerra mundial.
A lo lejos -mientras caminaba- el mandatario observó al periodista Foy, levantando escombros y llorando, volteó a la comitiva de periodistas para observar si estaba ahí o era alguien que se le pareciera mucho.
¡No! ¡de verdad era el Foy! se le acercó el mandatario y lo tomó del brazo.
-¿Qué hace aquí?
Limpiándose las lágrimas le dijo:
-Aquí estaba mi familia, vinieron a la boda de una de mis hijas, ¡desde España! perdí a todos… ¡aquí estaban!… ¡hace rato…
-¡vamos Foy verá que al rato los encuentra y todo será menos peor!- fue lo único que atinó a decir.
La familia del reportero español, estaban quedándose en casa de una de sus tías -quienes efectivamente venían a una boda de una de las chicas- ellos vivían en los departamentos de la parte superior, en lo que se conocía como La Súper Leche, ubicada en la esquina de Victoria y Eje Central.
De los más de 46 invitados a la boda… ¡no sobrevivió nadie!
Oficina de los Pinos, 36 hrs. después del sismo de las 7:19 hrs. del 19 de septiembre de 1985.
-¿Señor presidente que instrucciones da para los medios de comunicación?- le preguntaba un despeinado Bartlett, en camisa de mangas y pantalones sucios, sudando y bastante preocupado.
-¡Bajen las cifras!… no muestren debilidad… esto nos puede pegar gravemente en las relaciones internacionales.
-¡sí señor!
-Bartlett dime una cosa… ¿crees que este temblor lo haya originado las pruebas secretas atómicas de Francia en las Polinesias…?
-¡no soy experto señor!
¿Qué me cuentas a mí que se tu historia?
Luego entonces amigo lector, no nos quejemos del México que estamos viviendo, porque en ello quede claro: ¡Tenemos el País que queremos!? Esa es mi apuesta ¡y la de Usted?…