En una época donde lo inmediato reemplaza a lo profundo, la artista queretana Linda Sánchez pinta desde la raíz. Con más de dos décadas de trayectoria, su arte recupera las voces silenciadas de los pueblos originarios, honra a las mujeres que bordan historia y reza con cada trazo una plegaria de identidad, devoción y memoria.
En una época marcada por lo efímero y lo digital, donde las imágenes circulan más rápido que los silencios que evocan, Linda Sánchez pinta con una devoción casi sagrada. Su obra no es solo pintura: es tejido, es rezo, es ofrenda. Cada trazo honra las raíces profundas de México, y cada pigmento —desde la grisalla hasta los tonos vibrantes que ella llama “mi paleta México”— es un acto de resistencia cultural.
Originaria de Querétaro, Linda comenzó su camino artístico en el Real Colegio de Santa Rosa de Viterbo, lugar que describe como “una experiencia mística”, pues la arquitectura y la historia del espacio le impregnaron desde el inicio un sentido de lo sagrado en el arte. Desde entonces, ha recorrido un extenso camino de formación con maestros de distintas nacionalidades —mexicanos, españoles, peruanos, palestinos, holandeses— que han aportado técnica, pero sobre todo humanidad y humildad, ingredientes esenciales para su manera de crear.
Pero no fue solo en las aulas donde se formó esta artista. Desde niña, el bordado le fue heredado por las mujeres de su familia: su abuela, su madre, sus hermanas. Esa manualidad, cargada de afecto y transmisión femenina, se convirtió con los años en una estética profundamente identitaria.
“Tomé todo eso desde pequeña. Me lo comí con el alma”, evoca.
Hoy, su obra es un testimonio pictórico de los pueblos originarios, de sus rituales, sus miradas, sus silencios, su fe. Pero no los representa desde la distancia, sino desde el andar compartido:
“Tienes que conectarte, llorar, peregrinar, asolearte… estar casi descalza como ellos, para poderlo sentir y transmitir”.
Esa inmersión le permite representar no solo la imagen, sino el espíritu de quienes aparecen en sus lienzos. Mujeres indígenas con niños en brazos, danzantes, pastoras, artesanos: cada personaje es una historia, una plegaria, una dignidad que se resiste al olvido.
Linda no pinta para ilustrar, pinta para hacer memoria. Y lo hace desde una conexión espiritual profunda.
“Siento que Dios y la Virgen me ayudan a mover la mano”, confiesa, mientras explica cómo incluso personaliza sus pinceles, depilándolos uno por uno, para lograr la precisión que requiere la imitación de las puntadas de los bordados tradicionales.
“Soy como una artesana —agrega— pero con óleo en lugar de hilo”.
Su trayectoria artística es vasta: 52 exposiciones colectivas, 29 individuales, 14 permanentes. Ha sido reconocida con la Presea Josefa Ortiz de Domínguez (2019), el Galardón Forjadores de México (2021), y ha representado a Querétaro en embajadas, revistas internacionales, exposiciones nacionales y festivales culturales. Ha colaborado en la promoción del arte sacro, la cultura popular y el reconocimiento del Patrimonio Cultural Inmaterial del estado. En 2022, pintó el escudo del Obispo de la Diócesis de Querétaro, y en 2025 realizó los escudos al óleo que vestirán el nuevo manto de la Virgen de El Pueblito.
Sin embargo, más allá de los reconocimientos, Linda mantiene firme su convicción: el arte es una forma de honrar la raíz, de proteger lo que somos.
“El arte está para reforzar lo que a veces parece que se pierde. Mi trabajo es visibilizar lo que la gente no siempre ve, abrir un diálogo con nuestros pueblos originarios y llevarlo a la pintura”.
Así, su obra no solo retrata escenas bucólicas o personajes tradicionales: crea puentes. Entre el pasado y el presente, entre lo visible y lo intangible, entre el espectador y el alma profunda de México.
En sus palabras, hay siempre un llamado: a no olvidar de dónde venimos, a sentir orgullo por nuestras raíces, a mirar con reverencia la historia que vive en los trajes típicos, en los cantos, en los bordados. A resistir el olvido con belleza.
“Mi mensaje a las nuevas generaciones de artistas es que no se dejen llevar por lo efímero, sino por la raíz. Que refuercen cada día nuestra cultura y valoren lo que somos”.
Y especialmente a las mujeres: “Nosotras tenemos una fortaleza que viene de lo más profundo. Esa fuerza también quiero dejarla en mi pintura”.
Cuando se le pregunta qué sueña que digan sus obras cuando ella ya no esté para explicarlas, responde sin titubeos:
“Que dejen una sensación de esperanza, de fe, y amor por nuestra cultura mexicana”.
Linda Sánchez pinta como se reza: con el alma abierta, con los pies en la tierra y el corazón elevado. Y en cada obra deja algo más que color: deja un legado.