“Quien supiere de dos mulatas esclavas, la una nombrada María Josefa y la otra Eusebia Josefa Machuca, la primera alobada, pelilasio ojos chicos, alta de cuerpo y de proporcionado grueso, con unas enaguas de carmín y otras azules, la otra entrecana, mediana de cuerpo, delgada, ojos saltones y sin un diente en el lado derecho, vestida en los términos de la primera y con un paño azul y plata, ocurra a dar razón a la justicia más cercana respecto a ir fugitivas de las casas de sus amos, a quienes robaron, de lo cual darán razón en la casa del Baño nuevo de los pajaritos en el Salto del Agua”. Este fue el primer aviso de ocasión publicado por dos reales, en La Gaceta de México en enero de 1748. Dos siglos después a mitad del siglo pasado la sabia que alimentaba y sostenía a un buen número de periódicos era el aviso de ocasión.
Venta, renta, intercambio, liquidaciones, contrataciones, búsqueda de objetos o personas perdidas y hasta mensajes cifrados, eran, además de pivote de la economía informal, radiografía del acontecer de cualquier ciudad chica o pueblo grande. El rompecabezas que armaba y deformaba el chisme de banqueta se deducía de lo que se vendía, de las esquelas y edictos judiciales. Quién murió, quién no dejó testamento, quién sí, a quién se excluyó, quién se divorció; inconformidades, demandas, desahucios y bancarrotas.
El internet y el acceso de las mayorías a las redes sociales acabó con ese tipo de interrelación social. En los últimos veinte años, poco a poco el aviso de ocasión fue abandonando las páginas de los diarios y tímidamente posicionándose en la ventana de la aldea global. De la oferta y demanda de bienes surgieron empresas que hoy cotizan hasta en la bolsa de valores. Cobran por avisar, promover el producto y comisión por las ventas. La etapa pandémica las ha fortalecido a la par que a las empresas de mensajería que complementan el envío.
Cuando creíamos que el confinamiento podía resquebrajar el espíritu innovador y creativo de los mexicanos, cual hada madrina de cuento de terror, surge la figura de las “Nenis”, mujeres jóvenes en su mayoría, que a través de las redes sociales venden de todo. Ropa nueva o usada, zapatos, bolsas, cosméticos, comida, panadería, repostería, artículos indispensables o superfluos para el hogar y toda la familia, para mascotas, para arreglo personal o chucherías. Dicen que les dicen “Nenis” por su forma melosa de hablar, de mensajear, “hermosa”, “preciosa”, “mi vida”, etc., ellas son desconocidas para el cliente y estos para ellas, por eso, por seguridad de todos, eligen verse en centros comerciales, entregan, reciben y así subsanan el desempleo en que muchos, incluso profesionistas, han caído ante el cierre de actividades comerciales o simplemente por el salario raquítico que se agota en los pasajes. Las mujeres jóvenes han salido a sorprendernos con trabajo, ingenio, visión y con amor.
Apenas once generaciones, once matrimonios, casi nada, han pasado desde aquel primer aviso de ocasión, y hoy como siempre, las mujeres siguen rompiendo cadenas, ya no de esclavitud, pero sí de silencio, de inactividad, de conformismo. Diariamente, en todo el país, las “Nenis” como el jibarito “salen locas de contento” lanzando al aire la moneda de la buena fortuna seguras de sí mismas y de que si el trabajo no llega a ellas, con su espíritu emprendedor lo crearán.
Al primer aviso de ocasión le acompañó este: “D. Josef de Terán y Quevedo, vende una negra esclava con dos hijas de cinco y dos años de edad: es buena cocinera y lavandera”. AL TIEMPO.