La manoseada renuncia del ingeniero Javier Jiménez Espriú a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, punto culminante y al mismo tiempo último en su larga carrera, se originó en un profundo e irreductible desacuerdo sobre quién debe operar puertos, aduanas y otras instalaciones, si los militares o los civiles.
Pero en el fondo, como en el caso de Carlos Urzúa (cada quien en su experiencia), se debió a discrepancias insalvables s en cuando a la operación del dogma lopezobradorista. No es –no con mucho–, el desacuerdo de los corruptos; es el desencanto de los suyos.
Si Jiménez Espriú fue empujado al ridículo tras una larga carrera profesional cuando emborucado quiso cargar con la incomprensible decisión (demagógica, costosa y grave) de cancelar el Aeropuerto de Texcoco, para darle paso a los subsecuentes desatinos en la integración de un sistema regional de aeródromos incomunicados entre sí, ya no quiso prolongar el papel de ingeniero-florero.
Como Urzúa y Germán Martínez.
Su inconformidad fue presentada como la consecuencia de la libertad para discrepar. Un mal muletazo con desarme incluido.
La razón de Jiménez y sus motivos no son menores: significan una ruptura pública con uno de los pilares sobre los cuales se sostiene el régimen: el uso indebido de las Fuerzas Armadas en labores ajenas a su naturaleza.
Cuando el ingeniero dice:
“…El motivo, que le he expresado personalmente, es mi diferendo por su decisión de política pública, de trasladar al ámbito militar de la Secretaría de Marina, las funciones eminentemente civiles de los Puertos, de la Marina Mercante y de la formación de marinos mercantes, que ha estado a cargo de la SCT desde 1970…
“…Lamento profundamente no haber tenido éxito en transmitirle mi convicción y mi preocupación, sobre la grave trascendencia que tiene esta medida para el presente y el futuro de México, tanto en lo económico como lo político”, simplemente nos advierte de los riesgos del uso excesivo y a veces ilegal de las Fuerzas Armadas en lo económico como en lo político”.
Esta actitud eleva al ingeniero y exhibe una parte del infierno en el gabinete en cuyo seno nadie puede discrepar ni convencer.
Él (SP) lo ha dicho: (junio 2019, entre otras fechas): “…No presionamos a nadie. Quisiéramos que quienes no compartan el nuevo proyecto de nación, en un acto de honestidad, deben optar por otra manera de laborar… pueden estar en la academia u otras actividades, inclusive empresas privadas… Lo que no está bien es que no se está de acuerdo con el nuevo proyecto de nación y se mantenga solo por el cargo…”
Pero en la explicación presidencial del caso JJE, hay una grave incongruencia. Al agradecerle su trabajo dice:
“…Me dio (SP) la oportunidad de “ingenierizar” (como si nunca hubiera habido ahí un ingeniero; ni Buckannan, Mújica o Méndez Docurro). Ya no hay corrupción dentro de la SCT, cuando al principio estaba llena de podredumbre.” Pues si la podredumbre fue erradicada el 18 meses, ¿ entonces no sería necesario entregarles el control aduanal y portuario a las Fuerzas Armadas para combatir la corrupción, germen a su vez del auge de los delincuentes organizados, estrategia a la cual se opuso el ingeniero al extremo de tirar estoque y muleta y abandonar la plaza? No se entiende.
Y así, menos:
“…El ingeniero sostiene que deben de ser manejados los puertos por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, y yo creo que por la circunstancia actual (¿cuál?) se requiere del apoyo de la secretaría de Marina…” Tan, tan.
Y ante eso,el declinante ingeniero dice:
“yo sigo siendo fiel y leal a los propósitos de la Cuarta Transformación. Este propósito es muy loable y no se puede detener…” Esta revolera con el capote de la gratitud tampoco es extraña. Se entiende a la luz de las buenas maneras y el decoro de una salida honorable y pactada, casi como quien marchoso camina tras una larga cordobesa, para usar metáforas del gusto de don Javier el taurino, pero ¿cómo se es leal a una idea y reacio a las políticas de gobierno derivadas de tales principios y propósitos?
Pues sólo cuando la práctica traiciona la doctrina o la aplica de manera heterodoxa.
Esto me recuerda a mi difunto colega Salvador Minjares, un viejo columnista de hace muchos ayeres quien remataba cualquier discusión con el mismo argumento: tienes razón, pero estás equivocado.
Yo soy leal en teoría, pero no estoy de acuerdo en la práctica.
Otra vez una renuncia-denuncia. ¿Quién sigue?