ANA MARÍA ARIAS
Para Fidencio López Plaza nunca hubo y no hay tierra estéril para sembrar el Evangelio de Cristo. Lo ha hecho durante casi cuatro décadas, revitalizando para continuar construyendo lo hecho por las generaciones que le antecedieron, valorando su esfuerzo, sus frutos, la costumbre; rescatando su memoria histórica, siendo congruente, respetuoso e integrándose hasta casi mimetizarse con la comunidad católica, con los feligreses y rebaño que, como pastor, sus superiores le confían.
El Padre Fide, como prefiere que le llamen, nació a fines del mes de abril de 1950, en La Estancita, comunidad de la Delegación de El Capulín, del municipio de San José Iturbide, Guanajuato. Es el primogénito de Juana Plaza y Domingo López, matrimonio que, sin duda, fue piedra angular para la edificación de tan singular hombre. Ella, mujer devota, creyente sin reserva; lo mismo de Dios que de sus hijos a quienes impulsó a buscar en el estudio otro firmamento que no fuese el del campo y el barbecho, otro mucho más lejano. Él, integro, incansable trabajador y con la fe en su religión surcándole las venas. Larga vida les concedió el Creador a ambos, para ver a sus ocho hijos, mujeres y hombres de bien, solidarios y exitosos y al Padre Fide, ungido Obispo en el corazón de los Tuxtlas. Cuando lo sea en Querétaro, sólo Doña Juana le bendecirá en nombre de ella y del esposo que en paz descansa ya.
La Diócesis de Querétaro alcanza territorio guanajuatense, por ello, cuando Fidencio, apenas adolescente, decide ser sacerdote, ingresó al Seminario Conciliar de Querétaro. El bachillerato lo estudió en la UAQ; Teología y Filosofía, en el Seminario Conciliar y la Especialidad de Pastoral y Catequesis en el Instituto Teológico de Pastoral del CELAM en Medellín Colombia. A la UAQ regresó a estudiar un posgrado de Especialidad en Desarrollo Comunitario en la Facultad de Sociología.
Frente a la misma imagen de la Dolorosa en la Parroquia de El Capulín, a la que de niño le pedía bendecir sus huaraches y cuadernos, en 1980 el Obispo Alfonso Toríz Cobíán le ordenó Diácono y en 1982, en la Parroquia de San José Iturbide, Gto., Sacerdote. A partir de entonces y hasta 1989 fue Coordinador del Secretariado Diocesano de Evangelización y Catequesis de la Diócesis y de la Catequesis de la Región Bajío y miembro del Equipo Nacional de Catequesis que elaboró la Guía Pastoral para la Catequesis en México. En ese año, el 19 de octubre, el Obispo Mario De Gasperín le nombró primer Párroco de la Parroquia del Cristo de las Bienaventuranzas, ubicada en una de las zonas suburbanas más populosas y pobres de la ciudad de Querétaro.
Siete años se quedó el Padre Fide en las Bienaventuranzas, como abrevian los feligreses. Bandas, pandilleros, violencia doméstica, pobreza, injusticia y un templo sin siquiera casa parroquial fue lo que encontró. Y no es leyenda urbana, a muchos les consta, que el Padre Fide vivió durante los casi siete años en un cuarto techado con láminas y piso de tierra. El dinero de las limosnas, ahí y en donde estuvo, lo aplicó en hacer del templo una casa comunitaria y en esta amplia zona conocida como “las menchacas” y Peñuelas, para reforzar el servicio social. Sobre él y su trabajo en esos años, Efraín Mendoza Zaragoza escribió por aquellos días en Tribuna Universitaria: “La iglesia (católica) no es monolítica, los conflictos, las aspiraciones sociales, las castas, las élites y las periferias la atraviesan. Y siempre será mejor que los hombres y mujeres que dirigen esa institución se alineen en las filas de la justicia y de los excluidos…Se trata de un hombre muy sencillo. No sólo de extracción humilde, sino muy identificado con los segmentos excluidos de la sociedad local. Promotor a contracorriente del movimiento de Comunidades Eclesiales de Base. Practicante de la Teología de la Liberación desde la periferia de la ciudad barroca. En la Parroquia de las Bienaventuranzas, en el corredor Peñuelas-Menchaca, realizó a partir de 1989 un importante trabajo organizativo desde las comunidades.”
La semblanza del Padre Fide ciertamente se inscribe en el contexto de esa Iglesia que mira, escucha y va hacia los pobres, los indígenas, los campesinos; va al encuentro de los que habitan en los barrios, comunidades y colonias marginadas y hacinadas. De esa Iglesia que ve y va con los desfavorecidos por falta de recursos o de educación, hacia los enfermos y abandonados, a los que viven solos o en soledad. Con este andamiaje de convicciones dejó en marcha la Parroquia del Cristo de la Bienaventuranzas y mediante instrucción del Obispo De Gasperín, emigró a la Parroquia chichimeca otomí de Santo Tomás Apóstol, en Tierra Blanca Guanajuato, en donde también fue nombrado Decano del decanato de la Sierra de Guanajuato.
“Pueblo crucificado y resucitado que ha encontrado en la Santa Cruz el mejor signo para comprenderse a sí mismo”, fue, en palabras del Padre Fide, lo que encontró en esa aridez de tierra y esperanza. Su misión en esta Parroquia que abarca 63 comunidades, salpicadas en una orografía por demás hostil, duró seis años. Para subsanar el límite que el pequeño templo parroquial imponía a los feligreses, y a fin de no sangrar la muy escaza economía del pueblo so pretexto de agrandar la construcción, celebraba la misa dominical a campo abierto, en un llano arropado por los ahuehuetes que atestiguaban el paso de un arroyo. Cientos de personas que caminaban horas para llegar al sagrado encuentro, intercambiaban un atadito de leña por un manojo de manzanilla o de té de limón por un poco de carbón. Esa era la comunión de los más pobres a los que el Padre Fide hermanaba para siempre.
En el 2002 fue trasladado de nuevo a la ciudad de Querétaro, haciéndose cargo de la Parroquia El Misterio de Pentecostés. Para entonces, el pueblo católico de la Parroquia de Tierra Blanca estaba de pie de nuevo, permeable para continuar con el proceso evangelizador “inculturado”, que el Padre Fide inicio y consolidó, a pie y a lomo de caballo, bajo el inclemente sol o las heladas del monte.
No hay tiempos muertos para este hombre. Libros y diversos materiales de Pastoral escritos por el Padre Fide y sus equipos de trabajo suman ya varias decenas; respaldo gráfico que sin embargo diría muy poco, si no fuese porque la trayectoria de su vida ha dejado honda huella en la comunidad católica: “El cielo desde el suelo, viviendo como hermanos”, uno de sus lemas.
Trece años exactos permaneció como Párroco en el templo El Misterio de Pentecostés en la colonia Palmas de la ciudad capital, transformándola desde sus entrañas donde nace la fe que une y hace a un pueblo diferente. Ahí congregó a los jóvenes en toda serie de actividades evangelizadoras. Integró a las clases medias y altas a favor de los desprotegidos. Al mediodía del 2 de marzo del 2015, L´Osservatore Romano publicó la decisión del Papa Francisco, de hacerle Obispo. Ahí, con modesta incredulidad, recibió el mensaje de su nombramiento como quinto Obispo de San Andrés Tuxtla, Veracruz. El Pbro. Gabino Tepetate Hernández escribió sobre el hecho en el Boletín de la Diócesis de Querétaro: “Monseñor Fidencio López Plaza, hasta ahora Vicario Episcopal de Pastoral de la Diócesis, se ha caracterizado en sus treinta y tres años de vida sacerdotal por sus dotes teológicos y pastorales; es actualmente párroco de la Parroquia del Misterio de Pentecostés y el responsable de coordinar e impulsar el Plan Diocesano de Pastoral que con una visión estratégica ha sabido orientar el trabajo diocesano, asumiendo y concretando las enseñanzas de magisterio de la Iglesia y las exigencias de nuestro mundo moderno y nuestra situación actual…El Papa Francisco ha insistido en la necesidad de Pastores que amen, sirvan y estén cerca del pueblo, sobre todo de los más pobres, este es el perfil que mejor responde al estilo de Jesús, más allá de los títulos académicos y de las destrezas para las relaciones públicas, ha dicho que se necesitan sacerdotes creíbles por su entrega y testimonio…”
Los pueblos que le vieron construirse construyendo, le despidieron antes de marcharse a que le ungieran, por primera vez Obispo, el 20 de Mayo de aquel 2015. Parecía que llegaba en lugar de irse. Lo mismo de las zonas indígenas, que de la periferia o del centro de la ciudad, de todas las clases sociales miles y miles le veían como un hijo que nunca se iría por siempre llenándole de bendiciones y obsequios. En San José Iturbide le regalaron el Báculo que distingue al Pastor, en Tierra Blanca una Mitra Obispal y en San Ildefonso Cieneguilla otra junto con la estola, bordadas en rosa y rojo por manos indígenas; en la Parroquia de Pentecostés la Sotana obispal y en todas, un cúmulo de pequeños obsequios para que no le doliera la ausencia de su tierra.
“Ajó tsi Dada net si Nónó ha xa enjo nduti, Ajó tsi Dada net si Nónó ha di iwingagihu” “Dios es Padre y Madre y nos ama mucho. Dios es Padre y Madre y nos da de comer”, repetían con él los pueblos indígenas que entregaban solidarios a su hermano de oficio evangelizador.
Casi cinco años y medio habrá servido Monseñor Fidencio López Plaza a una Diócesis radicalmente diferente a la de Querétaro, la de San Andrés Tuxtla, Veracruz y no solamente en el clima hirviente y humedecido permanentemente por la brisa del Golfo de México, por ríos, cascadas y lagunas como la muy cercana a San Andrés Tuxtla, la de Catemaco, en lo difícil de recorrerla entre su flora y fauna selvática, amainada por la llanura del Sotavento, sino con aguda diversidad religiosa, si no de avasallante mayoría, si combativa. Lo ha hecho enarbolando la fe y la esperanza contra la pobreza, porque la exuberancia de la naturaleza no trae riqueza si no hay justicia, contra la violencia y la enfermedad.
Estos son párrafos de su más reciente mensaje a clero y feligreses de la Diócesis que en pocos días le despedirá, quizá con la misma algarabía como si fuese llegando: “Ante la pandemia, un plan para resucitar. De la pandemia está surgiendo un nuevo modo de ser Iglesia, menos centrada en el templo y más en los hogares, enseñándonos, además, el gran valor que tienen los actuales medios digitales de los que podemos sacar todavía más provecho pastoral… Seamos pastores creativos e innovadores, no sólo en nuestra acción pastoral sino también en nuestros criterios teológicos…Seamos sacerdotes convencidos de que en la misionariedad, vive la esperanza de la reforma de la Iglesia en esta nueva etapa evangelizadora…Seamos sacerdotes enamorados de la Palabra de Dios y sabedores que el mensaje es más importante que los medios, pero también convencidos del poder de los medios y de las actuales redes sociales para la comunicación del mensaje”.
Pronto regresa a Querétaro, ahora como su X Obispo, Fidencio López Plaza, de oficio, evangelizador.