ENCUENTRO CIUDADANO
El rito de cada primero de septiembre donde el Ejecutivo era el centro de atención nacional se modificó drásticamente hace poco más de una década. Hoy en día, el presidente ni siquiera acude a la sede del Congreso y se limita a enviar su Informe por escrito, a través de un representante y a dar un mensaje sobre el estado que guarda la nación. ¿Qué sucedió? Al margen de lo estipulado por ley como obligación del Ejecutivo federal, rendir cuentas de su gestión de gobierno, el Informe vestía al poder de los antiguos presidentes, con la fachada de contar con vida republicana: en apariencia, el presidente descendía de la excelsitud de su trono imperial y aceptaba hablar a los representantes de su pueblo. El Congreso de la Unión era una parte dócil de un sistema político que encabezaba el presidente mismo. Así, el Congreso abría las puertas al verdadero dueño del Legislativo.
La ceremonia política se decía republicana, pero ajena a toda esa realidad. El rito del llamado Informe era en sí sólo una escenografía, una fiesta del poder, el día del Presidente.
Una celebración privada en la que el poder se festejaba a sí mismo en un escenario público. El Informe presidencial era el único momento en que las palabras del poder se dirigían ritualmente a su propia élite, a los sectores políticos beneficiados o neutralizados, a la oposición velada o abierta, a los partidos políticos, a las organizaciones sociales aclienteladas o independientes, a los cuadros de divergencia ideológica, al capital financiero; por ello, podía considerarse como una ceremonia dirigida al país entero. Ahí se mostraba a los ojos de propios y extraños, la unidad y disciplina del poder, un sistema político vigorosamente cerrado e impenetrable. Era una ceremonia para fortalecer los lazos del Estado con sus sectores políticos y con sus pares extranjeros. Era el momento festivo del oráculo cívico. Hoy, evidentemente, algunas cosas han cambiado. López Obrador no requirió de esta ceremonia para cumplir con la obligación de rendir su Informe presidencial. Esto porque el sistema político carece ya de una consistencia monolítica y el Ejecutivo federal ha sido acotado por otros poderes políticos y fácticos. Y sobre todo por la voluntad del actual mandatario de que toda pompa, quede excluida. Aun así su mensaje representa la unidad del gobierno o del Estado ante propios y extraños. De lo que fuimos testigos el 1° de septiembre fue de un mensaje de nueva visión de Estado, de una versión de la vida nacional que no requiere de besa manos y de estulticia comunicativa. Uno de los rasgos de AMLO es su voluntad de informar sobre cada paso que da. Siguiendo esta lógica y asumiendo el hecho de haber informado suficientemente al pueblo de México cada mañana. Se centró en ofrecer un largo rosario de cifras y datos y un discurso político.
Así, los cambios simbólicos en el discurso y el estilo son insuficientes cuando la transformación perseguida no se materializa en la seguridad, el empleo, el crecimiento, la salud. Tareas pendientes y retos complejos, que indican que no hay cambio de régimen cuando el dicho no coincide con el dato. Y tampoco habrá cuarta transformación si la expectativa creada en el discurso se incumple en la realidad.
De acuerdo con información de El Universal, en una encuesta publicada el 28 de agosto, el presidente López Obrador llegó a este informe de gobierno con una aprobación del 69%; esto es, que 7 de cada 10 ciudadanos está de acuerdo con su gestión. A decir del propio diario, el presidente ha mantenido prácticamente su popularidad, ya que en junio registró una aprobación del 68.7%. Lo anterior supone, que el llamado ‘desgaste’ de gobierno y del enviste de sus desordenados y trastornados adversarios, no han mermado su popularidad.
Pero es sugestivo que la fuerte popularidad del presidente contraste con el hecho de que las dos grandes preocupaciones de la sociedad: la seguridad y la economía, registren indicadores desfavorables.
Aun así, señaló que “Están moralmente derrotados nuestros adversarios”, al referirse que sus opositores no han podido establecer un paralelo entre la nueva realidad y el último periodo neoliberal.
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