CIENCIA FORENSE
CIENCIA FORENSE: HIJOS DE LUCIFER
La semana pasada, acá en Plaza de Armas el Periódico de Querétaro, dimos inicio a una serie de artículos que versarán sobre los delitos sexuales contra los niños, niñas y adolescentes, que como se mencionó, esta aberración “humana” recae sobre víctimas que van desde los cero meses hasta antes de los 18 años de edad cumplidos. Dentro de las investigaciones y revisión del estado del arte emprendido para poder, si no entender, si enterarnos sobre la maldad humana, revisamos el libro de Philip Zimbardo titulado “El Efecto Lucifer. El porqué de la maldad” y, sobre esta obra y similares se estructura el presente artículo.
¿Qué es el mal? Ninguna discusión del mal puede abarcar todo lo que se ha dicho y escrito sobre él, ya que la humanidad desde que tenemos noticia ha estado preocupada de este tema, ya sea desde la teología, justicia, filosofía, religión, moral, ética, etc. Aunque M. Orellana en su libro titulado “Los derechos humanos y la ética de Estado. En nuevos acercamientos a los derechos humanos: Ensayos para la dimensión ética de la democracia” establece una teoría del mal, que ha sido llamada teoría unificada del mal.
Conducta maligna.- La conducta maligna se basa en dos creencias cruciales: -La primera es una situación en la cual se acepta la suposición de que la víctima es débil, o incompetente, o inferior y en base a esto se le trata como a un objeto. -La segunda creencia se basa en la suposición de que la víctima es una amenaza para la seguridad física o psicológica del perpetrador y por ende cualquier acción destructiva en contra de la víctima está justificada. Esta definición presupone que el agente de maldad o perpetrador tiene la capacidad de comprender las consecuencias de sus acciones. Considerado así, se puede definir el mal como la imposición deliberada de un sufrimiento cruel y doloroso a otro ser humano.
Inflicción del sufrimiento.- En 1988, R .G. S. Siu publicó un trabajo titulado “PANETICS, The Study of the Infliction of Suffering”, (LA PANETICA, El Estudio de la Inflicción del Sufrimiento). Es tal vez el primer intento de llamar la atención a un tema tan antiguo, tan enraizado en la humanidad y al mismo tiempo tan abandonado por el mundo académico.
Ángeles, demonios y simples mortales.- Zimbardo cita la transformación suprema del bien en el mal, la metamorfosis de Lucifer en Satanás. Lucifer, el «portador de luz», era el ángel favorito de Dios hasta que se enfrentó a la autoridad divina y fue arrojado al infierno junto con los otros ángeles caídos.
John Milton, en su libro “Paradise Lost”, «Mejor es reinar en el infierno que servir en el cielo», se jacta Satanás, el «adversario de Dios». En el infierno, Lucifer-Satanás se convierte en un embustero, en un vanidoso impostor que alardea con lanzas, trompetas y estandartes, como los dirigentes de muchos países de hoy. En el congreso demoníaco que reúne a los principales demonios del infierno, se le dice a Satanás que no podrá recuperar el cielo mediante una confrontación directa.
Corrupción de la máxima creación.- Sin embargo, continúa el texto de Zimbardo, al príncipe de Satanás, Belcebú, se le ocurre la más malvada de las soluciones para vengarse de Dios: corromper su creación suprema, el género humano. Aunque Satanás tiene éxito al tentar a Adán y Eva para que desobedezcan a Dios y caigan en el mal, Dios decreta que, al final, el ser humano se salvará. Sin embargo, hasta que llegue ese momento, Satanás tiene libertad para reclutar a brujos y brujas para con su ayuda tentar a la humanidad y hacerla caer en el mal. Más adelante, estos intermediarios de Satanás se convertirían en el blanco de los fervientes inquisidores que deseaban librar al mundo del mal, aunque sus métodos horrendos acabarían dando origen a una nueva forma de maldad sistémica que el mundo, hasta entonces, no había conocido.
Definición de la maldad.- Para Zimbardo la maldad tiene una base psicológica: La maldad consiste en obrar deliberadamente de una forma que dañe, maltrate, humille, deshumanice o destruya a personas inocentes, o en hacer uso de la propia autoridad y del poder sistémico para alentar o permitir que otros obren así en nuestro nombre.
Impulso o conducta humana.- ¿Qué es lo que impulsa la conducta humana? ¿Qué es lo que determina el pensamiento y la acción? ¿Qué hace que algunos de nosotros llevemos una vida recta y honrada y que otros parezcan caer con facilidad en la inmoralidad y el delito?
Nuestra concepción de la naturaleza humana, ¿se basa en la suposición de que hay unos factores internos que nos guían por el buen o el mal camino? ¿Prestamos una atención suficiente a los factores externos que determinan nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestros actos? ¿Hasta qué punto estamos a merced de la situación, del momento, de la multitud? ¿Estamos totalmente seguros de que hay algo que nunca nos podrían obligar a hacer?
Prejuicios egocéntricos.- La mayoría de nosotros nos escudamos tras unos prejuicios egocéntricos que generan la ilusión de que somos especiales. Estos escudos nos permiten creer que estamos por encima de la media en cualquier prueba de integridad personal. Nos quedamos mirando las estrellas a través del grueso lente de la invulnerabilidad personal cuando también deberíamos mirar la pendiente resbaladiza que se abre a nuestros pies.
Viajando por el bien y el mal.- En su texto, Zimbardo anota: En nuestro viaje por el bien y por el mal pediré al lector que se plantee tres preguntas: ¿hasta qué punto se conoce bien a sí mismo y es consciente de sus fuerzas y sus debilidades? ¿Procede este conocimiento de sí mismo de haber examinado su conducta en situaciones familiares, o bien procede de haberse hallado en situaciones totalmente nuevas que han puesto a prueba sus viejos hábitos? Siguiendo esta misma línea, ¿hasta qué punto conoce realmente a las personas con las que convive a diario: su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo y su pareja? Una tesis de este libro es que, en general, el conocimiento que tenemos de nosotros mismos se basa únicamente en experiencias limitadas a situaciones familiares donde hay reglas, leyes, políticas y presiones que delimitan nuestra conducta. Vamos a estudiar, a trabajar, de vacaciones, de fiesta; pagamos las facturas y los impuestos, día tras día y año tras año. Pero, ¿qué ocurre cuando nos hallamos en un entorno totalmente nuevo y desconocido donde nuestros viejos hábitos no bastan? Empezamos un trabajo nuevo, acudimos a una cita a ciegas, nos admiten en una hermandad, nos detiene la policía, nos alistamos en el ejército, nos unimos a una secta o nos presentamos para participar en un experimento. Nuestro viejo yo podría no actuar de la manera esperada cuando las reglas básicas cambian.
¿El mal es fijo e interno o mutable y externo? Acá Zimbardo establece que la idea de que un abismo insalvable separa a la gente buena de la mala es reconfortante por dos razones. La primera es que crea una lógica binaria que esencializa el Mal. La mayoría de nosotros percibimos el Mal como una entidad, como una cualidad inherente a algunas personas y no a otras. Al final, las malas semillas cumplen su destino produciendo malos frutos. Definimos el mal señalando a seres realmente malvados de nuestro tiempo como Hitler, Stalin, Pol Pot, Idi Amin, Saddam Hussein y otros dirigentes políticos que han orquestado matanzas atroces. También aludimos a males menores y más ordinarios, como el tráfico de drogas, las violaciones, la trata de blancas, las estafas a nuestros ancianos y el acoso escolar a nuestros hijos.
La buena gente.- Susan Gelman, en su libro “The Essential Child: Origins of Essentialism in Everyday Life” señala que mantener esta dicotomía entre el Bien y el Mal también exime de responsabilidad a la «buena gente». Incluso la exime de reflexionar sobre su posible participación en la creación, el mantenimiento, la perpetuación o la aceptación de las condiciones que contribuyen al crimen, la delincuencia, el vandalismo, la provocación, la violación, la intimidación, la tortura, el terror y la violencia. «El mundo es así: poco se puede hacer para cambiarlo y menos aún puedo hacer yo.»
Enfoque gradual.- Zimbardo señala que hay otra concepción que contempla la maldad desde un punto de vista incremental o gradual, como algo de lo que todos somos capaces en función de las circunstancias. En cualquier momento dado, una persona puede poseer en mayor o menor medida un atributo determinado, como la inteligencia, el orgullo, la honradez o la maldad. Nuestra naturaleza puede virar hacia el lado bueno o el lado malo del ser humano. Según esta perspectiva incremental, las cualidades se adquieren mediante la experiencia o la práctica intensiva o por medio de una intervención externa, como el hecho de hallarse ante una oportunidad especial. En otras palabras, podemos aprender a ser buenos o malos con independencia de nuestra herencia genética, nuestra personalidad o nuestro legado familiar.
El lado oscuro de la naturaleza humana.- Como diría el poeta Milton en su libro “Paradise Lost”, el viaje que vamos a emprender hará que nos adentremos en la «oscuridad visible». Nos llevará a lugares donde el mal, sea cual sea su definición, ha acabado triunfando. Conoceremos a muchas personas que han cometido atrocidades con otras, muchas veces motivadas por unos fines elevados, por la mejor de las ideologías, por un imperativo moral. A lo largo del camino nos encontraremos con demonios, aunque puede que se sienta decepcionado por su banalidad y por su parecido con cualquier vecino suyo. Para comprender mejor estas líneas es importante ponerse en el lugar de esas personas y a mirar con sus ojos para que se haga una idea del mal más completa, más cercana y personal. A veces, lo que veremos será pura y simplemente horroroso, pero si no examinamos y entendemos las causas.