POSVERDAD
A veinticinco años de uno de los sexenios que más han consternado a la sociedad mexicana en tiempos recientes, resulta pertinente cuestionarnos por qué este periodo sigue sin ser comprendido en su totalidad y de igual manera, por qué es el origen de una de las mayores obsesiones de quien ocupa ahora la silla del águila, Andrés Manuel López Obrador. El salinismo constituye el trauma y el paradigma. Para varias generaciones el salinismo representa el arribo de México al libre comercio, a la globalización, vaya, el epítome del neoliberalismo. Para otras, simboliza al hombre que llegó a la presidencia encumbrado por un ominoso fraude electoral y que posteriormente, concentró y ejerció el poder sin límite alguno en un país convulso que vislumbraba la última etapa de la hegemonía priista. Tanto por los cuestionados comicios de1988, la firma del entonces TLCAN, la reconfiguración del narcotráfico en México, el levantamiento zapatista en 1994, el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, la crisis económica que trajo consigo la devaluación, así como la disputa por el poder al interior del PRI, exhiben un sexenio que logra aglutinar voces heterogéneas que a la fecha siguen generando dudas, especulaciones, teorías de conspiración y hasta series televisivas. La falta de información sobre muchos episodios dentro de este sexenio, reconoce a una sociedad mexicana que aún permanece instalada en las coordenadas del poder de esa época. No es casualidad que el autoproclamado antagonista de Carlos Salinas de Gortari y principal “enemigo del neoliberalismo” haya conquistado las urnas y más aún, una vez instalado en el poder, esté tan obstinado en construir su efigie por adelantado.
Muchos de los protagonistas de la 4T desarrollaban un papel destacado a finales de los ochenta y en la primera mitad de la década de los noventa. Por mencionar algunos, el ahora Secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo Montaño, hombre cercano a Luis Donaldo Colosio se desempeñó como su secretario particular durante varios cargos; el ahora Presidente de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, fundaba la escisión del PRI nacionalista y opositora al proyecto ecnómico salinista, Corriente Democrática, junto con el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y la ahora senadora, Ifigenia Martínez; y Manuel Barttlet, quien actualmente encabeza la CFE y para la mayoría de los mexicanos, personifica “la caída del sistema” desde la entonces Comisión Federal Electoral, órgano dependiente de la Secretaría de Gobernación.
Eran tiempos complejos donde se desmoronaba un sistema agotado que no estaba dispuesto a bracear en lo abrupto, pero que sí contaba un interminable deseo de no renunciar al poder. El debilitamiento del poder desde la ecuación presidente-partido empezaba a tambalearse ya que esencialmente, el PRI ya no era el mismo. Aquella disciplina partidista tan característica del presidencialismo, estaba en riesgo tras la escisión de la Corriente Democrática, la no aceptación del “dedazo” por todos los aspirantes a la presidencia (tras la abierta molestia de Manuel Camacho Solís por no haber sido elegido por Salinas) y por último, la creciente exigencia democrática en el país que empezaba a tener lugar destacado después de las elecciones en Baja California donde el PAN obtendría su primera gubernatura con Ernesto Ruffo Appel como candidato.
La obsesión del presidente López Obrador por aquel periodo de la historia reciente de México no es menor. La declaración del “fin del neoliberalismo” en semanas pasadas por parte de este, refleja su encapsulamiento en aquel momento del país. Si bien le es útil también recurrir a la disputa entre liberales y conservadores, la que inicialmente lo describe mejor es la de un priista opositor al proyecto privatizador salinista en un México estremecido. Sin embargo, el presidente se acerca más al pragmatismo político de la concentración del poder que al nacionalista revolucionario.