Andaba yo vagando en el Valle de Tilaco, Landa de Matamoros, en Sierra Gorda, con el objeto de alcanzar la cima del “Cerro del Sapo” cuando de repente comenzó a llover intensamente y busqué guarecerme de los rayos de esa tormenta eléctrica en una cueva, donde lo menos que encontré fueron víboras negras, tlacuaches y murciélagos, además de decenas de sabandijas que se arrastraban bajo mis pies. Me di cuenta con temor que el ocaso ya anunciaba la noche y que tendría que pasar la noche en ese lúgubre sitio, perdiéndome de una rica sopa caliente y de la compañía de Verónica Valverde y otros amigos juniperianos que se encontrarían a esa hora en la casa que fue del padre Miracle.
Me resigné al frío y a la oscuridad e intenté dormirme sobre mi sombrero anchísimo de peregrino, divisando a lo lejos las lucecillas mortecinas de algunas comunidades serranas y del propio pueblecito de Tilaco, llenándose mi corazón de nostalgia por las comodidades perdidas.
En medio del aullido de los coyotes me quedé dormido profundamente cuando de repente una mano pequeña pero fuerte me despertó tocándome por el hombro, alzándome de inmediato por el pavor y abriendo desmesuradamente mis ojos para ver de qué se trataba: si era humano, animal o fantasma el objeto de mi auscultación. Ya la luna llena dejaba ver sus limpios rayos que llegaban hasta la abertura de la cueva y pude distinguir a la figura de un hombrecillo pequeño, vestido con sayal tosco café, como de religioso franciscano, apoyado en un bordón de madera para ayudarse a caminar en su visible cojera, destacando un fleco en su despejada frente y cuya cabeza tenía la tonsura de un fraile. Sin más protocolo me espetó en mi cara que era Joseph Serra, natural de Palma de Mallorca, religioso franciscano del Colegio de San Fernando, México, y que lo apodaban “El Pequeño”, que en catalán significa “Junípero”.
Con firme voz pero no imperioso, me ordenó que me tranquilizara y lo ayudara a hacer pesquisas sobre el comportamiento de los queretanos –sobre todo de los serranos- en este violento y pandémico siglo XXI, ya que de ser necesario regresaría a hacer su labor humanitaria y civilizadora como lo hizo en Sierra Gorda de 1750 a 1758, durante ocho años y tres meses.
Para empezar, me contó que estaba muy contento con el ex obispo queretano Faustino Armendáriz Jiménez por haber instaurado el “Camino por San Junípero Serra” y las peregrinaciones a pie y motorizada, ya que aunque él, Juni, no había hecho ese recorrido, era una forma espiritual de recordarlo. Me dijo que le mandara saludos al vicario diocesano, Martín Lara Becerril, por seguir promoviendo esa ruta y que le alegraba la condición física de ese señor.
Me relató también que estaba muy orgulloso del rescate arquitectónico de los templos y claustros misionales realizado por el gobierno de Rafael Camacho Guzmán, con quien le hubiera gustado echarse una copa e intercambiar palabrotas inteligentes el día de la entrega de las obras, 25 de julio de 1983, pero como el ex gobernador prefirió irse de parranda con jugo de mango a la ex hacienda de Concá pues él, Junípero, prefirió unirse a escondidas al jolgorio que traían en la plaza principal de Jalpan los estudiantinos de la U.A.Q., el profe Eduardo Loarca Castillo, Beto Berrones y Luis Olvera Montaño cantando “Pues Concebida” con mucho aguardiente de caña entre pecho y espalda.
Con gran luminosidad en sus ojos me confesó que la obra del padre Miracle en Tilaco fue ejemplar y que en pleno siglo XX realizó una epopeya digna del siglo XVIII, lástima que siendo español y religioso se metiera en políticas partidistas y opinara y actuara en favor del PAN.
Animado por la plática me suplicó lo llevara a platicar de Filosofía e Historia Cristiana con el doctor Mariano Palacios Alcocer, además de su tarea educativa y cultural por esa zona entre 1985-1991 y que se le antojaba hacer con ese personaje una caballería con todo y volantas. Me pidió también que lo conectara con el doctor Enrique Burgos García para tomarse un cafecito y dialogar con él de los programas alimentarios y de empleos temporales que dio a la zona en la época de crisis entre 1995-1997, además de debatir sobre Humanismo y Tomás Moro. Me solicitó que le diera el domicilio de la oficina del ingeniero Ignacio Loyola Vera para agradecerle la Declaración de Patrimonio Cultural de la Humanidad al complejo misional de Sierra Gorda queretana. Me indicó en un tono molesto que de Garrido Patrón ni le hablara pues casi nunca estuvo por esa zona sagrada y nos tachaba de “queretontos”. Eso sí, me dijo que le gustaría entablar una larga conversación con el inteligente Miguel Ángel Vichique De Gasperín y agradecer a Pepe Calzada las cinco maquetas monumentales que hizo Velasco Perdomo de las fachadas de los templos misionales.
Me expresó estar muy contento con las capillas juniperianas que se estaban acondicionando por toda la diócesis queretana, además del cuadro que en su honor estaban en los templos de la jurisdicción, pero también con gesto ceñudo me habló de politiquillos come santos y caga diablos que utilizaban a la religión y a Dios para alzarse el cuello y ganarse al sufrido pueblo católico, como los herejes y libertinos alcaldes de Colón y Pinal de Amoles. Recordó con cariño a líderes serranos bonachones y efectivos como a Lupe Martínez Martínez, a Edgardo y Chucho Rocha Pedraz, a don Alfredo Rubio Rubio, a don Noradino Rubio Ortiz, a Tato Altamirano, a los Torres Sauceda, a Timo Martínez Pérez, pero no a Belén Ledesma que le robaba el vino de consagrar a los párrocos y además que le dijera a Chucho Ponce ya no cantara.
Con tristeza en sus dulces ojos me dijo sentirse asqueado del nivel de la política actual, del hampa organizada, de masas ignorantes, de la falta de valores y mucho cinismo, de Peña Nieto, Videgaray, Osorio Chong, el tal Alito y que rumbo a la Gubernatura de Querétaro nomás ve tres hombres virtuosos: Mauricio Kuri González, Gilberto Herrera Ruiz y Santiago Nieto Castillo.
Me entregó el santo unos legajos con estampitas sagradas para darle a los juniperianos más importantes: Verónica Valverde, Hugo Burgos García, Araceli Ardón Martínez, Gerardo Proal de la Isla, Los caballeros de Colón, Gonzalo Alcocer Fernández de Jáuregui, Lauro Jiménez, Enrique Rivera López, Rubén Páramo Quero, pero sobre todo a Jocha Niembro Calzada, que fue pionero cuando ser juniperiano no estaba de moda.
Cuando le pregunté su opinión sobre los maleantes que dañaron sus estatuas en los Estados Unidos de Amnesia simplemente me respondió: “perdónalos Señor porque no saben lo que hacen”. En eso me di cuenta que el astro rey mandaba señales con doña Aurora y San Junípero tomó su bastón y solamente me indicó que ahora se dirigía a San Carlos Borromeo, California, para entrevistarse con otro loco como yo.
Al bajar al poblado de Tilaco las sirenitas de la fachada del templo se burlaron de mí y entre risas exclamaron: “El Divo Peregrino seguramente viene de una parranda verídica con Antero Torres Ibarra”. Verídico. Les vendo un puerco en forma de alcalde dipsómano.