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El primer emperador

El 27 de septiembre del mismo año con 16 230 efectivos, el ejército Trigarante ingresó a la ciudad de México, en un desfile sin precedentes, con más de 68 cañones dando salvas de victoria, Iturbide logró pacificar a la América Septentrional

por Luis Núñez Salinas
31 julio, 2020
en Editoriales
Levantamiento a las 400 horas
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El sello estaba a punto de caer den­tro de las hojas de papiro, en donde se escribía de puño y letra de Agus­tín Cosme de Iturbide, fechado el Sello Quarto:

«Un Quartillo, Años de mil ochocientos veinte y veinte uno, El Plan de Independencia de la Amé­rica Septentrional…»

Comenzando el texto llamando “americanos” a todos quienes con­formaban la extinta Nueva Espa­ña…

Se establecía la Independencia de estas tierras —situación que la misma España ya veía venir, por las invasiones napoleónicas, más que por nuestra fuerza de querer ser li­bres—, respetar la monarquía de Fernando séptimo —que la propia corte de Cádiz lo reconocía, por ello Iturbide lo haría, sería posible que se echara encima más enemigos en caso de no aceptarlo—.

En el mismo documento se es­tablece que la religión católica se­ría la de estas tierras, sabedor Itur­bide que Inglaterra ya en las colo­nias del norte los presbiteranos y mormones dominaban el poder, que aquí necesitaba aliados de las jerarquías católicas.

Establecer la unión de todas las clases sociales —usando este tér­mino, que después sería la base del pensamiento marxista… ¿ex­traño no? — dentro del mismo do­cumento, Iturbide invitaba a cual­quier insurgente – que no eran los menos— a conformarse dentro del Ejército Trigarante.

Iturbide no era en nada nuevo en estos menesteres, el ejército Tri­garante —o de las tres garantías: religión católica, independencia de toda la América septentrional y la unión de todos los exnovohis­panos— buscaba dar a conocer el bando de Independencia de Espa­ña, pero para ello requería que to­das las fuerzas armadas, estuvieran de su lado, procurar en la medida, desarmar a la población —¡un chi­co listo este Iturbide! —.

Gráficamente representó las tres garantías en un lienzo con los colores verde, rojo y blanco, con una estrella dorada en cada una de las bandas ¡así partió por todo el te­rritorio en una lucha de reconcilia­ción y pacificación de las tierras! por la mente de Iturbide quedaba claro que la historia —¡Nuestro Se­ñor! como él le llamó— le había da­do el tiempo perfecto para lograr la independencia de la América Sep­tentrional debido a que al Rey Fer­nando VII se le une Rusia, Austria y Prusia que le dieron noventa y cinco mil soldados para sostener­se en el trono y en el poder.

¡Mientras tanto Iturbide no la tenía nada sencilla! su excapitán Obeso del ejército realista en Oa­xaca, Zarzosa en San Luis Poto­sí, Joaquín Arredon­do en Tlaxcala, y en Querétaro del ejérci­to de los “Luaces” Do­mingo Estanislao de Loaces y más de 14 batallones fieles a los realistas, esperaban a Iturbide para dar­le batalla.

¡El general Rion­da tomó Acapulco! Marmolejo hizo lo mismo con Cuerna­vaca, en Orizaba lo esperaba Antonio Ló­pez de Santana.

Anastasio Bus­tamante y Luis Cor­tázar, resguardaban Guanajuato y parte de Salamanca, en Querétaro, los famosos Drago­nes de la Reina, esperaban a Iturbi­de para lograr asestarle una batalla sin precedentes, José Joaquín He­rrera esperaba con ansia el choque contra el ejército Trigarante, para establecer el dominio y debilitarlo.

Toda la América Septentrional espera el choque contra Iturbide y su poderoso ejército — ahora au­nado el de Vicente Guerrero— no habría tregua, considerado un trai­dor a la corona, llegando noticias de la Constitución de Cádiz, se es­peraban otros años más de lucha intestinal, tal vez, para diezmar por completo a la población.

¡Pero la guerra de Iturbide fue de negociaciones! No pretendía derramar gota alguna de sangre, estaba cansado de ello.

Intercambió con infinidad de generales, invitándoles a la unión del ejército Trigarante, a lo que “de­masiados” consideraron la salida diplomática, recordaron que Itur­bide ya no era el traidor, sino quien deseaba ya también terminar con las luchas internas.

Por su parte, España dividió a la Nueva España en siete provin­cias, dejando un jefe de todas ellas, teniendo un poder cada uno en la región que les tocaba —para poder dar información inmediata al res­ponsable de las provincias— el je­fe político superior reconocido por Iturbide, fue Juan José Rafael Teo­domiro de O›Donojú y O›Ryan, a quien se le considera el último vi­rrey —así lo esgrimía el propio pa­cificador—.

Resultado de la proclama de el Plan de Independencia de la América Septentrional —que con el tiempo fue llamado Plan de Iguala— en donde se establecía la creación de un cuerpo de gobier­no llamado Junta Provisional Gu­bernativa, firmado el 24 de agos­to de 1821 el tratado de Córdoba, por Agustín de Iturbide y Juan de O´Donojú, donde verdaderamen­te ya se establecía la tierra libre.

¡América era ya libre!

El 27 de septiembre del mismo año con 16 230 efectivos, el ejérci­to Trigarante ingresó a la ciudad de México, en un desfile sin preceden­tes, con más de 68 cañones dan­do salvas de victoria, Iturbide lo­gró pacificar a la América Septen­trional —a base de algunas batallas —pero en general, con una serie de negociaciones y pláticas, así como cartas al rey de España, haciéndole saber el valor de lograr dar un paso trascendental, como lo era la inde­pendencia de estas tierras.

¡Iturbide iba flanqueado por Vicente Guerrero y Nicolás Bravo!

Entraron a una ciudad bañada de papelitos de colores verde, rojo y blanco, en señal de la aceptación de la nueva bandera, los balcones de las casas señoriales, también en cadenas de papel de colores cele­braban el ingreso de tan inmenso ejército — hermosamente vestidos de gala todos los soldados sin ex­cepción—.

Para tal ocasión Iturbide había solicitado ¡riguroso traje de gala al ingreso a la ciudad de México!

En las calles se apretujó la gen­te par ver pasar al libertador de las américas, al benemérito de las huestes, al ya encargado de la ciu­dad n¡como los romanos cuando recibían al césar después de una exitosa campaña de conquista!

¡Nadie se acor­daba de Hidalgo, de Morelos de la Josefa o de Leona Vicario! habían sido borrados por la mente maestra del libertador de la opresión, ¡el césar!… ¡el césar! — le grita­ban cuando le veían de cerca—.

¡Desmayos de jó­venes! ¡los hombres lloraban al verlo! ¡era el titán de la libertad! ¡el que había termi­nado con las guerras de miles de muertos! —que amenazaban ya una catás­trofe de salud, por la posible reapa­rición de la peste, por las condicio­nes insalubres de los entierros—.

¡Eres tú Iturbide nuestro liber­tador! ¡la corona de laureles…! ¡la corona de laureles…! pedían a gri­tos ensordecedores a los regentes de la ciudad que le entregaran!

¡corónalo…! ¡corónalo…!

¡Las campanas de los templos daban vueltas y sonaban con en­sordecedora magnitud! ¡como nunca en siglos!

Vicente Guerrero miraba de reojo a Nicolás Bravo, nervioso de que la gente se saliera de sus ca­sillas, en la locura de la pasión de las masas ¡ocurriera un atentado!

Con su excelso uniforme de gran general de las fuerzas supre­mas del Trigarante, Vicente Gue­rrero ¡ocurrió levantar su espada en señal de victoria…!

¡la ola de gritos fue estruendo­sa!

—¡Salve a nuestro General Iturbide Libertador de la Améri­ca! – indicó Guerrero…

—Ssalve! ¡Dios le salve!… ¡salve! — gritaba la chusma enardecida.¡Al unísono los milla­res de personas! en el espacio de la gran plaza de la Constitución — nombre que se le coloca por la re­cién de Cádiz —ahí se encontraba la escultura hermosa del rey Carlos IV; que tuvo que ser cubierta, por­que la gente llenaba la plaza a bor­botones y se creía la fueran a des­trozar.

¡Se hizo un templete para que allí fuera escuchado Iturbide!

Cuando descendió de su mon­ta, Iturbide colapsaba de emocio­nes, miles de pensamientos le da­ban las garantías.

¡Nunca! —ni en sus más deseo­sos sueños— ¡se asimilaba a lo que estaba viviendo!

Subió al templete que rodea­ba la cubierta, y a la escultura del rey Carlos IV, y cada paso que da­ba la multitud le aplaudía y le gri­taba ¡alzaba la mano en señal de saludo! la gente se abalanzaba en gritos de ¡vivas! algo inexplicable, por un solo paso que daba explota­ba la plaza de fervor y entusiasmo, caminaba de un lado para otro, sin siquiera decir una palabra ¡todos le aclamaban!

¡Nicolás Bravo después escribi­ría lo impactante de este suceso!

—¡Americanos! — dijo Iturbi­de a una sola voz ronca y profun­da, que calló a toda la plaza— hoy la vida nos ha dado la capacidad de volvernos a encontrar, que salga­mos de nuestros refugios, de nues­tro encierro, de estar aprisionados en nuestras propias casas, de que nuestros enemigos hoy sean her­manos, que el yugo de la esclavi­tud del reino de ultramar se abolió de una manera trágica, llena de do­lor y falta de esperanza… la angus­tia es ahora nuestro dominio, pero no lo será por más tiempo. ¡abra­cemos la libertad…! … a mí me ha tocado liberar a la América, a Us­tedes… ¡les toca ser felices ante es­ta nueva condición…! —sentenció el discurso, los gritos de la ovación opacaban el ruido de las campanas de todos los templos de la capital que no cesaban de sonar.

¡Desde los balcones las familias gritaban vítores! el vino y la comi­da corrieron por todos lados ¡todos se abrazaban! ¡se besaban! fue una fiesta como nunca en la ciudad se había visto.

—¡somos libres— ovacionaba la gente a cada momento.

¡La música se escuchaba por todos lados! los héroes que desfi­laron, por la noche fueron recibi­dos en el palacio del ayuntamien­to, en una gala, en donde la música y los convites, fueron proporciona­dos por la junta de gobierno, por obvias razones tanto Iturbide, co­mo Guerrero fueron el centro de la ocasión ¡aún adentro del palacio se escuchaban las fiestas por toda la ciudad! las calles que rodeaban al palacio estaban atestadas de la chusma celebrando, inclusive al­gunos golpes y rencillas, pero na­da de que preocuparse.

María Ignacia Rodríguez de Ve­lasco, se acercó a Iturbide de ma­nera ya no escondida, lo cual le per­mitía tener un acercamiento, sin tener que dispensar a la guardia de escoltas del general.

Moviendo su abanico —para desprender el perfume de sus car­nosos pechos y le llegarán a Itur­bide— se acercó para increpar al galardonado.

—¡Me miro ante los pies del li­bertador de las américas! ¡al pró­cer y benemérito de las águilas de nuestros antepasados!

—Estas ante un simple gene­ral que logró pacificar a sangre es­ta región.

Ella continuó coqueta.

—En mucho el general Guerre­ro se le mira más atento a las demás que Usted mi general.

—Vicente es un héroe vivo ¡la mitad de mi logro es de él, tuvo la visión del vigía que dirige el cami­no de nuestra América.

—¡Es guapo y viril! —refirió María Ignacia.

—¿Deseas a Vicente como a mí?

—¡Como a Usted no!

¡Una mujer hermosa de ver­dad! se le contaban amoríos con infinidad de gente pudiente de la clase dominante de estos tiempos, sabía manejar muy bien sus dotes de mujer, ante las aburridas espo­sas de las cúpulas de la alta aris­tocracia de la ciudad de México, el propio desfile de Iturbide en la ciudad tuvo que ser desviado ha­cia la calle en donde ella lo espe­raba desde su balcón. María Igna­cia Rodríguez, la conocían mejor por el mote de la “güera rodríguez”, quien en su riqueza, no solo apo­yó a Hidalgo y Morelos, sino que traficaba con la información en­tre los españoles —amantes —e in­surgentes— también propios de la actividad.

Ya se preparaban para cenar, cuando María Ignacia le tomó de la mano a Iturbide y lo acercó a su cuerpo —él sintió los perfumes que le embriagaban— ¡que le recorda­ban a su mulata! cuando mancebo.

—¡Tengo información que te convendrá!

—¡Espera a que termine de ce­nar!

— No puede esperar… ¡la junta de gobierno busca un emperador!

Foto: Especial

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Etiquetas: Agus­tín Cosme de Iturbidebanderacuidad
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