Le decían el gordo aunque fue el más flaco de entre sus hermanos. Vivía como ellos en el baldío; poco a poco cada uno agarró su camino pero al gordo le dio moquillo y se quedó; presintiendo que moriría se metió debajo de una carcacha hasta que alguien lo sacó de ahí a rastras para colgarle un collar de limones. Así se alivió, aunque quedó tembloroso y dormilón, tanto que cada día parecía que ya no despertaba. Una mañana, el vago de la colonia se detuvo cerca de la carcacha recogiendo botes de aluminio y al emprender de nuevo su camino, el gordo lo siguió en silencio, sin condición, igualando en felicidad a los otros tres perros que siguen al vago sin guardar sana distancia.
Como el gordo, hay muchos perros callejeros en las zonas urbanas y en la periferia, a todas luces se les ve enfermos, lombricientos, multiplicando camadas de cachorros igual que ellos de desprotegidos, fuente de contagios, muchos amenaza de agresiones, aunque también los perros de casa suelen ser, en ocasiones, causantes de desgracias como las últimamente vistas en los diarios: un niño de tres años muerto en garras de un perro llevado a su casa para cruzarlo, un hombre mayor y una anciana también atacados por perros.
En los últimos años, cierta capa de la sociedad se ha sensibilizado más en su trato hacia perros y gatos domésticos; quienes los tienen en su hogar, suelen vacunarlos y esterilizarlos; algunos canalizan en ellos impulsos paternales llamándoles o tratándolos como perrhijos o gathijos, comprándoles ropita y accesorios como si de un pequeño humano se tratase, otros mas compadecidos y comprometidos con su entorno, los rescatan del maltrato de las calle pagando de su propio bolsillo los gastos médicos necesarios para volverlos a la vida, las vacunas y esterilizaciones, enfrentándose al problema de qué hay más animales en el desamparo que personas dispuestas a adoptarlos, por lo que se les van acumulando irremediablemente.
Para quienes los lanzan a la calle, los maltratan, los cruzan para venderlos o para los que los usan para pelear y apostar por ellos, no hay castigo, aunque haya leyes al respecto reposan como lo hacen otras normas para una convivencia pacífica y segura, y para quienes les dan cuidados médicos adecuados, sea gato o perro, sea uno o veinte o treinta que llegan a acumularse, no hay apoyo de las autoridades y debería, porque es su deber el control de lo público y muy campechanos se lo cargan a los particulares. Los alimentos y medicinas requeridos para la salud y cuidado de perros y gatos, han elevado sus precios sin reparo de los comerciantes y sin vigilancia de las autoridades. Si para una persona enferma existe la opción de la seguridad social o de consultorios médicos de cincuenta pesos y medicinas similares de diez y veinte, la consulta de un veterinario va de trescientos a quinientos pesos, los medicamentos otra cantidad parecida y si quiere dejarlo en observación, o requiere vacunas o desparasitantes, ahí mismo, en menos de veinte minutos se gastaron cuatro o cinco mil pesos y eso si tiene suerte de que el veterinario, hombre o mujer, no lo envíe a hacer estudios de laboratorio, radiografías o con el dentista u oculista de mascotas. Si requiriera “dormirlo” el veterinario le carga, además de su costo, incineración, urna fúnebre y hasta placa con su epitafio. Las croquetas para perro, alimento disque balanceado, evidentemente elaborados con desechos animales y vegetales, van de 18 hasta 120 o 150 pesos el kilo. Para el gato no encontrará a menos de 45 pesos por kilo aunque bajo el encantamiento de la publicidad puede que gaste en la de 100 por kilo. La falta de retazos o huesos para hacerles un caldo ya no es posible porque los carniceros les dan mejor uso.
Urge que las autoridades atiendan este creciente problema, no basta con las perreras que se llevan a dormir a los lomitos, faltan veterinarios, vacunas y medicina baratos, anexos a los centros de salud. Las campañas antirrábicas son insuficientes y mal organizadas, por cierto. Las consecuencias de no atender este sector AL TIEMPO.