Un día se descubrieron convencidos.
Un lampo celestial los derribó del caballo en el camino de Tabasco (no de Damasco), y sin reparar en sus previas convicciones y acciones, se dejaron arrastrar por la palabra cierta y el verbo salvador; cayeron postrados ante la promesa de la nueva sociedad, de la Cuarta Transformación y a ella se dedicaron fieles y devotos, persuadidos de la justicia de la doctrina, de la necesidad de su practica anunciada desde el principio de los tiempos, y en cuerpo y alma orientaron su vida en pos de una causa justa y necesaria para México, siempre México, patria empobrecida cuya riqueza y justicia son promesas en ruta del cumplimiento, porque ya pronto regresaremos al Edén perdido.
Unos lo hicieron porque sus intentos previos los habían llevado al fracaso y la amargura, el resentimiento perdurable de las izquierdas radicales; otros porque adivinaron en el grupo oportunidades para destacar, o –por fin–, ser alguien notable, necesario, prestigiado. Y en la fila se formaron y a la bola se sumaron. Otros practicaron por real convicción, por fe o credulidad, porque en el fondo de sus corazones sí es justo el empeño y por ese camino trazado con mano firme, sí se redimirá a la patria de los pecados de sus muchos hijos egoístas, explotadores, corruptos, sobre todo corruptos, capaces de robarse la entraña y la montaña; el verde de los campos y hasta el blanco de las mazorcas del bendito maíz de nuestras tierras. Pero una vez extinguidos los destellos del festejo, cuando se comenzaron a levantar las varas y ya no es oía el escándalo cohetero de las celebraciones cuyo entusiasmo tiñó la patria con el verde feliz de la esperanza, fue necesario convertir el dogma en práctica, eso conocido por los teólogos, como el ministerio sacramental, y a partir de ahí, no en el dogma, sino en el culto y a veces hasta en la liturgia, comenzó el negro sendero de la decepción.
Ya son varios los apóstoles declinantes.
No se han ido por traición ideológica, ni por mudanza de credo. Se han ido por desacuerdos con la forma de gobernar esa congregación llamada gobierno y antes de otro desaguisado mayor, del cual no quieren ser corresponsables (cómplices, diría otro), han preferido emigrar en busca de verdes prados para descansar cerca de aguas en reposo, como dice el Salmo XXIII.
Se ha marchado ya varios.
Una, Josefa González Blanco, responsable de la Ecología, por haber retardado la salida de un vuelo en medio de una polémica por las autorizaciones para iniciar la obra del Tren Maya. A saber.
El secretario de Hacienda, Carlos Urzúa; quien enderezó la economía de la ciudad cuando el actual presidente gobernaba el DF, tomó las de Villadiego y cada y cuando le es posible advierte sobre el peligroso camino por el cual se lleva la máquina financiera del país.
Pero si nadie lo escuchaba adentro, menos caso le hacen afuera, señalado ahora como réprobo y hereje, sobre todo cuando dice:
“…Ya veníamos enfrentando problemas desde el año pasado y la crisis de la Covid nos hundió y nos mandó por una espiral hacia abajo; pero el problema ya se veía venir desde antes. Entender lo que está pasando en México, al menos en términos económicos, no es difícil porque está muy bien diagnosticado desde hace mucho tiempo.
“¿Cuál es el problema principal, seas el Gobierno federal o los estatales, qué enfrentas? Esencialmente que no tienes dinero…”
Pero si no hay dinero se aumenta el diezmo, o la frecuencia del óbolo; se exigen las primicias, se rifan los haberes de la parroquia, ya sean “cacheteras” y tangas para señora; computadoras decomisadas, casas de narcotraficantes, vehículos suntuosos, joyas o un avión arrumbado en el rincón de la propaganda e inservible para cruzar los cielos así fuera para retacarlo de mascarillas contra la pandemia o batas quirúrgicas para los médicos desatendidos. En lugar de ponerlo a volar –para eso son los aviones, ¿sabe usted?—se prefiere usarlo como materia de exhibición de viejos dispendios por los cuales ahora no tenemos ni para las aspirinas o la fabricación masiva de los respiradores de la doctora Buylla, cuya producción será como los baluartes campechanos: cuando los terminaron ya no había piratas de los cuales protegerse. Ahora, para no describir en este breve espacio los motivos y circunstancias de otras defecciones, solo valdría la pena enlistarlas para fines de compendiar la decepción o documentar el pesimismo.
Candelaria Ochoa Ávalosrenunció a la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (CONAVIM); Mara Gómez Pérez se fue de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV); Mónica Maccise Duayhe, fue empujada a dejar la presidencia del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED);Asa Cristina Laurelltiró la toalla en la subsecretaría de Integración y Desarrollo del Sistema de Salud, tras chocar contra el Secretario, Jorge Alcocer, protegido y respaldado por el Señor Presidente.
Antes, Patricia Bugarín dejó la Subsecretaría de Seguridad de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana y Clara Torres Armendáriz, responsable del Programa de Estancias Infantiles, dio el portazo por desacuerdos con el Palacio Nacional.
Tonatiuh Guillén dejó el Instituto Nacional de Migracióntras el acatamiento federal de las instrucciones de Trump para contener a los migrantes centroamericanos.
Simón Levy, Subsecretario de Planeación y Política Turística, presentó su renuncia y Germán Martínez Cázares, director general del Seguro Social, buscó su propia seguridad en el regreso al Senado.
Todas estas renuncias tiene algo en común: son respuestas a las circunstancias de una administración inflexible. Todos se han ido con el ramillete de la gratitud en las manos por haber recibido la oportunidad de servirle a México (siempre México), pero se ha ido.
Todos reconocen el talento y las buenas intenciones del Señor Presidente, pero no pueden trabajar con él.
Ha habido renuncias sin importancia –o con menos trascendencia–, como por ejemplo en las comisiones políticamente correctas cuyas materias se podrían atender desde las fiscalías, porque se trata de delitos, (discriminación, violencia contra las mujeres, etc.), pero las más significativas del divorcio entre el dogma y la ejecución administrativa (el magisterio sacramental) o la acción de gobierno, han sido las del Seguro Social, Hacienda y ahora Comunicaciones y Transportes.
Si de las otras se ha hablado hasta la saciedad y sus grietas han sido debidamente observadas y diagnosticadas en su nociva consecuencia, el caso de Javier Jiménez es muy notable, porque él había asumido como suyos parte de los desatinos técnicos de todas las cuestiones relacionada con la aviación, los aviones y los aeropuertos.
Él se plegó a los caprichos de la destrucción de Texcoco, decisión descalabrada desde el principio, tanto como sus consecuencias. Hoy estamos metidos en el cementerio de los mamuts, y poniéndole más parches a la Terminal II del decrépito Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, a veces llamado “Benito Juárez” y en otras, con más precisión, pinche aeropuerto.
Muchos analistas han querido patentar el “Síndrome de la desilusión” entre muchos de quienes votaron por Morena en las pasadas elecciones. Muchos se dicen arrepentidos, otros se manifiestan desencantados; entristecidos uno más, decepcionados algunos.
Eso quizá sea cierto, pero tal actitud no los convierte, necesariamente, en opositores beligerantes. No hay opositores de tal condición, ni siquiera entre los abajo firmantes o los escandaloso “claxonantes”, cuyo número y peso forman una levedad en el aire.
Las decepciones desde dentro deberían llevar a alguna reflexión en el gobierno, pero tanto a los internos como a los externos, se les dice lo mismo: ni los veo ni los oigo. Un gobierno vertical y absoluto y total, le otorga a su cabeza el don de la infalibilidad.
Lo mismo para un cubrebocas o la construcción de “Dos Bocas”.
“…Hay que aceptar sus definiciones con la obediencia de la fe…”dijo el Concilio Vaticano II al consagrar las capacidades del Sumo Pontífice.