Cuando Margie egresó de la Facultad de Economía y Alejandro de la carrera de Mercadotecnia esperaban encontrar buen trabajo, casarse y formar una familia. El único empleo que encontraron fue en un “call center” y ante tan pobre perspectiva, la pareja y un hermano de él, decidieron ir a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades. La historia de los tres jóvenes hondureños quedó cercenada cuando cruzaron la frontera, igual que la de cincuenta y tres que murieron asfixiados apenas hace una semana.
El caso de estos jóvenes con estudios universitarios que después de años de sacrificio y expectativas solamente encuentran opción de empleo en “call center”, no es privativo de países pobres, también en México es un problema generalizado, también de aquí emigran, indocumentados o contratados temporalmente, jóvenes profesionistas aceptando puestos de niñeras, jardineros, sirvientes. Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, en nuestro país, al finalizar el año pasado, el número de desocupados (sin trabajo pero lo están buscando), fue de 2.1 millones, de los que el 57.1%, es decir 1.2 millones de estos desempleados tienen educación media y media superior; que las mujeres con este rango de estudios son más afectadas al incrementar su egreso escolar al 59.2% respecto al 2019 y al de los varones que fue de 30.8% y que el desempleo afecta mayormente a los que tienen entre 25 y 44 años.
Estudiar una carrera universitaria o no hacerlo se va convirtiendo en un dilema, porque si bien es cierto que la preparación académica aporta realización personal y mayor nivel cultural, también lo es, que el principal objetivo de cursarla es tener trabajo mejor remunerado, mínimo para sostenerse asimismo o a una familia, sin embargo al hacerlo, se invierten años de juventud, dinero que hasta pudo haberse aplicado en alguna actividad generadora de autoempleo y todo para que al egresar, aún sorteando meses y hasta años para elaboración de tesis, cursos o diplomados, gastos y burocracia para obtener título y cédula profesional, no haya trabajo en el área apropiada para lo que estudió y de haberlo, las remuneraciones son aún más bajas que las pagadas a quienes no cursaron estudios universitarios.
Las universidades y tecnológicos o instituciones de educación media y superior públicos, deben tener en su aparato burocrático un departamento que vincule al egresado con reales posibilidades laborales, que el prestigio de la institución le garantice trabajo y salario digno, que les dé seguimiento y revalore si su oferta académica responde y en qué medida a la laboral.
Sabrán los rectores o rectoras de universidades y directores de tecnológicos que muchos de sus brillantes egresados de carreras derivadas, principalmente, de las facultades de Ciencias Políticas y Sociales, de Ciencias Naturales, de Bellas Artes, de Lenguas y Letras, incluso de áreas de la salud, sólo encontraron trabajo como supervisores de vigilantes privados, recepcionistas, chofer de cualquier tipo de plataforma, incluso de motocicleta; estilista de perros, vendedores de autos, de casas, de ropa; entrenadores en gimnasios o en albercas, o en el trabajo más socorrido que es el de telefonista en “call center”, en donde un profesionista de cualquier carrera, sea historiador, filósofo, artista plástico, restaurador, antropólogo, etc., trabajando seis horas diarias gana dos mil quinientos pesos quincenales, jugosa cantidad a la que puede agregar, si quiere ser exitoso, doscientos pesos más trabajando otras seis horas extras; pues muchos, muchísimos aceptan esta pírrica cantidad que suele rebasar a la ofrecida a un titulado universitario en su campo laboral. Al desprecio laboral se suman hasta los egresados de carreras tecnológicas, cuyo porvenir parece seguro, como mecatrónica o nanotecnología que acaban reparando teléfonos y computadoras en estanquillos o en los mismos “call center”.
Estudiar o no estudiar es el dilema del tercer milenio. Las instituciones de educación media y superior están obligadas a repensar su papel en el futuro laboral de su egresado. La frustración de los jóvenes a quienes se les exige entren al relevo generacional, es lastimosamente evidente. Las consecuencias, Al tiempo.