EL JICOTE
La existencia de oposición es indispensable para la dinámica y la salud de la democracia. De lo que no parece estar muy convencido el Presidente, que a sus adversarios los trae, a pesar de que diga lo contrario, como el payaso de las cachetadas. López Obrador definitivamente no comparte la opinión de Gianfranco Pasquino, que sostiene que la calidad de la democracia depende no sólo de las virtudes de los gobiernos, sino también de la calidad de la oposición. Y es que entre otras muchas ventajas que tiene para el mismo gobierno, es que la oposición puede ser de una gran ayuda en la formación de consensos. Ampliar el apoyo de las decisiones para que simpatizantes y adversarios cooperen y sumados lleven a buen puerto las políticas públicas. Pero a López Obrador no le interesa la formación de consensos con la oposición, ¿Qué necesidad hay de conciliar intereses y valores si se tiene el suficiente poder institucional para imponer los de él y su partido? Además los antecedentes le han dado el triunfo y la razón a su postura. Todo se inició en 2012, el PAN, el PRD y el Verde firmaron el “Pacto por México” con el PRI y el entonces Presidente Peña Nieto. En ese pacto se acordó cooperar con el Presidente y, por lo tanto con los priístas, en una serie de rubros, no vale la pena ni recordarlos, simplemente los partidos opositores olvidaron su papel de opositores, de su obligación de ejercer algún contrapeso y se convirtieron en partidos cooperativistas. López Obrador erigió su liderazgo nacional, ya no como un antipriísta o anti gobierno, sino anti sistema y toda la clase política. Acertó en la estrategia. El electorado, harto y desilusionado de partidos y de un gobierno corrupto, no dudaron en volcarse a favor de López Obrador. La cuestión es que López Obrador ya ganó las elecciones y sigue con su política de ruptura, de un antagonismo irreductible con los opositores. Ciertamente no los reprime, pero no los pela, salvo para zarandearlos. Morena viene a substituir a un PNR, PRM y un PRI, en sus tiempos originales, como un partido hegemónico, sin titubear para imponer un mayoriteo implacable. ¿Qué está pasando? El Presidente ha convertido a la política en un duelo del viejo Oeste, en la calle solitaria camina Kid Peje, con la pistola humeante y gritando ofensas; a su encuentro se dirige Adversarios Bad boys, temblorosos buscan piedras para su resortera. Resultado: las militancias se han radicalizado, y las pasiones exacerbado entre los testigos de este pleito de callejón. ¿Cómo se aterriza esta cerrazón en el que un contendiente sale sobrando? En la entrega pasada destacamos que para su sobrevivencia los partidos buscan alianzas; los empresarios no confían en ninguno de los dos duelistas, a uno por errático y zigzagueante y a otro por debilucho y sin ninguna credibilidad. Por el momento están de franco tiradores y se apuntan para participar en forma más protagónica en la contienda. La peor de las desgracias de la polarización: los niveles de tolerancia del país se han disminuido. Cada día son más los comunicadores que prefieren renunciar ante el tono agresivo y amenazante que se respira. Siguiendo la comparación del Oeste, la pradera está seca y su principal actor de la política, el Presidente, se pasea con la antorcha de la intolerancia encendida.