EL JICOTE
Nuestra clase política acepta a regañadientes la crítica, afortunadamente el país ha avanzado mucho y ya parecen resignados a reconocerla, aunque muy escasamente dialogan con ella, que sería lo ideal para obtener beneficios recíprocos. Lo que sí definitivamente han borrado de su discurso es la autocrítica, pedirle a un político que ejercite la autocritica es peor ofensa que invitar a Batman a una fiesta con payasos. Un gobernante que se ufane de ser un demócrata no solamente se debe poner a prueba al juicio de los ciudadanos, sino que él mismo colocarse ante el espejo y revisar sus proyectos, argumentaciones y posturas. Ya no se trata de un diálogo con los otros sino con uno mismo. Esto es demasiado para una clase política solemne y narcisista. Narciso, al ver reflejado su rostro en el agua, nunca se descubrió ni una espinilla ni una arruga. La autocrítica no se lleva con la vanidad, prima hermana de la soberbia. Spinosa en forma meliflua definía la soberbia: “Estimarse a uno mismo en más de lo justo”. Pálida descripción ante el espejismo de pensar que se vive parado en lo más alto universo y que esta evidencia no admite dudas ni discusión. La soberbia lleva a los políticos a despreciar las ideas de los otros, ya sea desautorizándolos, insultándolos o simplemente practicando el ninguneo. Como lo hizo el Señor Gobernador Francisco Domínguez en su último informe. Simplemente omitió un problema que se venía arrastrando desde abril, cuando un grupo de vecinos de los barrios tradicionales de San Francisquito y La Cruz se opusieron a la realización del eje vial en Zaragoza, que implicaba varias acciones: agregar nuevas rutas del transporte público para que circularan por dicha avenida; talar una gran cantidad de árboles; y pasarle por encima a varios barrios tradicionales. El proyecto tenía repercusiones económicas, sociales, ecológicas y culturales. Ante las protestas el gobierno respondía taimadamente, por un lado, marcaban los árboles, inventario que se hace cuando se pretende talarlos, por la otra, afirmaban que el Eje respetaría el entorno, pero que no se presentaba el proyecto porque aún no se estaban realizando los estudios correspondientes, pero que sería el Gobernador quien anunciaría el proyecto. Los quejosos, ante las ambiguas reacciones de las autoridades, subieron las apuestas y se manifestaron en Palacio Nacional. Una de las pancartas decía: “En defensa de los abusos y de la prepotencia del mal gobierno estatal y municipal que afectan nuestro territorio sagrado”. El Gobernador tuvo la sensibilidad de cancelar el proyecto que había provocado hasta trifulcas dentro de Palacio de Gobierno. Nuestros aplausos. Pero el Gobernador no mencionó el problema en su Informe y menos aún reconoció, en forma autocrítica, que se había hecho caso a la opinión y movilización de los ciudadanos. Esto hubiera sido demasiado. Se parte de una idea bastante elemental y soberbia del poder: toda flexibilidad, todo reconocimiento de un traspié, es una flaqueza, una debilidad. Se equivocan de cabo a rabo, la rigidez y la fuerza son parte del poder, pero sin la humildad de la autocrítica se llega a la estupidez y al despotismo.