EL JICOTE
Creo que Gorostiza escribió; “Inteligencia, soledad en llamas”, lo hizo después de tratar a Francisco Cervantes, poeta que estaba en permanente combustión de sí mismo, y con las flamas de su talento iluminaba de la misma forma que quemaba a quien se le aproximara. Cuando nos reuníamos a platicar me ponía la escafandra de la provocación y el humor. En una ocasión me dijo que le financiara un viaje al Vaticano. Le dije: “Francisco, tú eres un irredento, ni el Papa puede perdonar tus horribles pecados, mejor trata de confesarte con un padrecito de La Merced, chance después de que vayas a varias peregrinaciones a la Villa con un nopal en la espalda, te pueda absolver”. Me respondió: “No voy al Vaticano a nada religioso. Voy a vender un spot para explicar la Santísima Trinidad”. Vale señalar que Francisco había sido un exitoso publicista. Le dije: “Por favor Francisco, ¿cómo te atreves a pensar que puedes explicar uno de los dogmas más complejos del catolicismo con un spot”. Agregó: “¿Si me prometes no plagiármelo te lo digo?” En tono fastidiado le respondí: “Te lo juro”. Dijo animado: “Sería una campaña para explicar la Santísima Trinidad que empezaría con el siguiente slogan: “Dios, más Dios, son tres”. Divertido y genial. En una ocasión se enfermó y llegó al Hospital General, lo fue a visitar Ignacio Loyola, entonces gobernador del Estado. Se paró a los pies de su cama y le dijo: “Poeta, vengo a saludarlo y a saber si se le ofrece algo”. Francisco lo vio y respondió: “Sí se me ofrece algo, que vaya Usted y …”, acto seguido le mentó la madre. Lo reprendí: “Francisco, he tratado de ilustrarte y te he platicado varias veces la anécdota de Diógenes cuando, estando sentado a la orilla de la playa abriendo unas ostras, apareció Alejandro, se paró frente a él y le dijo: “Soy Alejandro el Grande ¿qué puedo hacer por tí?” Diógenes lo vio bajo la sombra que proyectaba Alejandro y le respondió: “Quítate, que me estás tapando el sol”. Seguí mi perorata: “Tenías la posibilidad de decir una frase para la historia y sales con un lenguaje de cargador del mercado del Tepetate”. No le generé ninguna culpa, al contrario, se ufanaba de su majadería. El Gobernador Loyola no solamente disculpó el insulto, sino que le financió un viaje al Portugal de sus amores. De regreso me trajo un barquito de madera. Cuando me lo entregó me emocioné y lo quise abrazar. Me detuvo con la palma de la mano y dijo: “Te traje este regalo y aguanto tus vaciladas, porque te agradezco y porque tienes cierto talento. Ahora invítame a cenar porque te quiero platicar mi viaje”. Días antes de morir lo fui a visitar a su casa que le había facilitado mi buen amigo Ricardo Ortega. Le dio mucho gusto verme, más por mí, por mi acompañante, y así me lo hizo notar. Ya desvariaba un poco, empezó a despotricar contra la vida y la humanidad. Le dije: “Francisco, a pesar de que eres un erizo, hay mucha gente noble que te quiere. más de lo que te mereces, entre ellos yo”. Lo vi buscando una sonrisa y no obtuve ninguna respuesta. Agregué, tratando de animarlo: “¿De qué te quejas? Has tenido una vida interesante y apasionante”. Me interrumpió: “Sí Edmundo, he tenido una vida interesante y apasionante, pero ya pasó” Guardó silencio y agregó: “Todo ya pasó”. Se despidió de mi acompañante y cerró los ojos. Que descanse en paz.