EL JICOTE
Vamos a hacer un paréntesis a las sugerencias al Presidente, como ni me lee ni me hace caso, no creo que sea muy grave. El artículo de Sergio Arturo Venegas en conmemoración de los quince años de fallecido de Francisco Cervantes, me descobijó muchos recuerdos. Francisco era un misántropo, de trato áspero y agresivo. Cuando nos conocimos no parecía que se iniciaba una relación de afecto sino una enemistad para toda la vida. Nos invitó a comer Enrique Vallejo. Francisco confesó que estaba enamorado de una mesera de la “Mariposa”, le decía la “Huesitos”, yo la conocía pues me había atendió varias veces, era una mujer joven, muy muy chaparrita y muy afable. Francisco manifestó que le quería regalar un talco perfumado español, con una confianza y una pertinencia que no correspondía al tiempo de nuestro conocimiento, le dije que era tan chaparrita que le regalara algo equivalente a su tamaño, algo así como un talco de pie de atleta. Francisco se indignó y me retó a que nos saliéramos de la casa a pelearnos. Terminando, el desafío para mi tranquilidad, dijo que iba al baño. Yo realmente nunca pensé en la seriedad de su reto y todavía le dije: “Nos vamos a pelear a mano limpia, pero no exageres, no hay necesidad de que te laves las manos”. Se retiró refunfuñando majaderías, como se tardara mucho tiempo en regresar me paré a buscarlo, lo encontré en el baño tirado en el piso, lo ayudé a levantarse, a terminar de vestirse y, en un acto de confianza, tomé un poco de agua y le alisé el pelo, diciéndole: “Ya estás para salir a ligar”. Esperaba que, al menos me diera las gracias por las atenciones, solamente dijo: “Tu obligación era ayudarme, pues con la majadería que dijiste me enfermé del estómago”. Le ofrecí una disculpa, que aceptó quedándose callado. Era difícil ser su amigo y pronto comprendí que la mejor manera de hacer explotar su lucidez era provocándolo, a costa de aguantar sus respuestas. Él no pedía, ordenaba. Un día me habló por teléfono y me dijo: “Invítame a comer a tu casa, compra una botella de vino blanco portugués”. Le dije que sí, pero agregué en forma bastante odiosa: “Déjame ver mi apretada agenda”. Como un rayo respondió: “Pues será lo único que tienes apretado”. En otra ocasión le dije que me gustaría entrevistarlo y concluí: “Por diez mil pesos”. Respondió: “Me parece justo”. Agregué: “Me los puedes pagar en módicas mensualidades”. Otra vez se indignó y a aguantar el vendaval. “¿Qué te pasa? A ti apenas te conocen en tu casa y a mí en todo el país, entrevístame para que después presumas que me conociste”. En una ocasión estábamos en El Arcángel y llegó una muchacha bastante guapa, quien lo saludó de beso y él correspondió más frío de lo normal. Le llamé la atención sobre su distancia, me platicó la causa. “Durante mucho tiempo la pretendí y ella se negaba y negaba. Un día, por fin, me dijo: “Está bien Francisco, vamos a hacer lo que quieras, sólo una condición. ¿Me la cumples?” Yo le respondí entusiasta: “Sí, por supuesto. ¿Cuál es la condición? Ella respondió: “Francisco, tienes una cara de inmoral, de pervertido, de degenerado”, contesté: “Sí, está bien, pero ¿cuál es la condición?”. Ella respondió: “No me vayas a decepcionar”. Le pregunté: “¿Qué hiciste Francisco?” Con un dejo de nostalgia contestó: “Ya no fui”.