EL JICOTE
El pueblo ¿Cuál pueblo?
Con el propósito de ironizar los reiterados juicios de López Obrador sobre que el pueblo es sabio, bueno y honesto se ha descrito como esa multitud se puso a nadar, a jugar y a echar relajo con un producto como la gasolina que es de altísimo riesgo. Acciones imprudentes, si me apuran un poco, digamos que fueron estúpidas.
No obstante, no me parece correcto hacer mofa de las más de las cien víctimas con tal de contradecir las sentencias, obviamente equivocadas y manipuladoras del Presidente de la República. Lo que sí creo es que la tragedia debe servir para que todos, principalmente López Obrador, rectifique su discurso y. por lo tanto, esa política pública dañina y perversa, que se refleja en convocar a la consulta a la menor provocación. La más absurda y tramposa fue la cancelación del aeropuerto de Texcoco.
El pueblo es un concepto, una entidad ficticia. La visión simplista, unitaria y homogénea no existe. Hablar de pueblo no es hacer mención a unanimidad sino a división; el pueblo puede ser bueno, cruel, sabio, infantil, solidario, egoísta. El pueblo puede realizar las gestas más heroicas, pero también obligar a Sócrates a tomar la cicuta, exigir airado la crucifixión de Cristo, aplaudir la llegada de Maximiliano a México, llevar al poder a Hitler y a Mussolini.
La tragedia de Tlahuelilpan debe llevar al fortalecimiento y revitalización de las leyes y las instituciones representativas, ya basta de cubrir los hoyos producto de la irresponsabilidad y la ineptitud con la demagogia del pueblo sabio, honesto y bueno. Esto es el principio del autoritarismo, después del fantasma llamado pueblo se cuelga el poder político. Un ejemplo es Berlusconi que decía: “Todos me odian: magistrados, periodistas, servidores civiles, amas de casa, estudiantes, profesores, empresarios, obreros, actores, comediantes, doctores, enfermeras, trabajadores, intelectuales…,pero el pueblo, el pueblo me ama”. Mi abuelita diría: ¡Sí Chucha! ¿Cuál pueblo?