No existe lugar más triste ni de mayor pena que encontrar un mendrugo de caridad en estas escarpadas calles del frío invierno de la ciudad más pequeña del camino de la tierra de adentro, es verdad que los recuerdos de la abundancia y la felicidad parecen apenas de unos cuantos días ¡Pero ya ha pasado más de dos años! Es una lástima observarlos así por todo el ancho de esta pequeña ciudad, tanto hermanos frailes que en andrajos penan, cómo mujeres que fueron expulsadas de sus conventos.
Apenas unos ayeres estas fechas estaban colmadas de cánticos y buenas verbenas, cuidaban a los niños que, en sus lecciones de vida, les enseñaban oficios, nuevas formas de hacer la labor agrícola, las tierras que dan el sustento de la diosa del maíz también dan ahora trigo, aquellos oficios del taller de carpintería ahora saben hacer finas tallas de excelsitud. El vino ya se extrae de las pasas y de las ciruelas, queda un poco dulce, pero es de magnífica labor.
Las hermanas religiosas que sostenían a toda la ciudad con la visita de sus familiares a sus conventos, le hacen al olvido, majestuosos templos se levantan en sus casas de convivencia ¡Ahora abandonados! Tirados al olvido, las grandes huertas con los frutos sin podar han crecido en exceso, ahora la podredumbre, hojas tiradas por todo el espacio hace que se llenen de arañas y bichos.
Los grandes conjuntos de religiosos fueron abandonados ante la entrada de los soldados liberales, sacaron a las calles a todos los religiosos, tanto hermanos como hermanas, no importaba la importancia y la magnitud de sus costumbres ¡Todos fueron echados a la calle! Sin una labor más que sus simples ropas y huaraches.
Los soldados de los liberales cumplieron la ley ¡Expulsando a los religiosos de todo México a la calle! Sin tocarse el corazón, ancianos, jóvenes y apenas unas niñas fueron sacados a empujones de sus casas conventuales, aventados al suelo como criminales ¡A quien respingara golpes! A quienes no obedecen ¡Disparos! Lastimados y ensangrentados apenas logran levantarse de la violencia con que fueron sacados de sus casas ¡Esto la ciudad no lo perdonará jamás! Los habitantes apenas detrás de las ventanas observan los atentados.
Llevaban habitando en sus casas conventuales ¡Más de trescientos años de vivir en paz y armonía! Al menos en esta pequeña ciudad de Querétaro, seguro en las demás de todo el territorio, algo parecido pasó.
Al principio las familias que lograron atreverse a recoger a sus hijas monjitas e hijos sacerdotes se los llevaban lejos, con la valentía de que si eran descubiertos se les acusaba de “traidores a la patria” se les apresaba y cumplían años en las cárceles. Si no eras descubierto en el momento, no faltaban las vecinas chismosas que acusaban de que nuevas jóvenes llegaban a las ciudades, eran investigados y castigados quienes hayan participado en ayudar a cualquier hermanos o hermanas religiosos.
Todas las ciudades que cuentan con conjuntos religiosos fueran franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, adoratrices, congregaciones o escuelas les fueron robados sus bienes y entregados a la república ¡Todo esto a causa de la guerra! Aquella llamada de Reforma, que hizo de los religiosos limosneros en su propia tierra.
¡Muchos sacerdotes fallecieron en esta extracción! Hermanas religiosas se perdieron y no se les volvió a mirar. A pesar de que las familias tratan de ayudar, cuando son observados por los soldados liberales atender a los expulsados ¡Son golpeados de igual manera! Por ello la ayuda ya no se miró por más.
¡Se vive una de las guerras más difíciles! Aquella en la que los hermanos pelean entre ellos, donde los frailes son lastimados y torturados para que den la información del lugar en dónde guardan sus monedas de oro ¡En todo momento los liberales han creído que grandes cantidades de oro son propiedad de los hermanos frailes!
A partir de que se mete el sol las calles son un enigma ¡Nadie sale! Los portones de las casonas son resguardados con pilos de madera que atraviesan su ancho, inclusive algunas casas refuerzan su seguridad haciendo que los hijos y padres cuiden cada ventana ¿El motivo? Se sospecha que soldados liberales recorren las calles para saber qué familias protegen a los religiosos.
Los patrullajes de los soldados son exactos, primero revisan que no existan luces prendidas en las casas, si miran que tus habitaciones dan destellos de iluminación ¡Te ordenan que las apagues! A gritos y golpes fuertes al portón te avisan. Después de que toda la ciudad está en tinieblas ¡Los mismos soldados liberales comienzan a saquear los templos y casas conventuales!
Así, en un tiempo de terror y miedo, donde cualquier día se sabe de muertos en batallas entre los ejércitos conservador o liberal, se atacan, terminan con ellos mismos, se sabe que los hijos de las casas continúan peleando, es que nos llega el tiempo de invierno a esta pequeña ciudad de violáceos atardeceres.
¡Posiblemente la más triste de todas las navidades!
A partir del comienzo del tiempo de las posadas, en este mismo momento de tristeza y miedo, ocurrió algo que aún la gente no se explica ¡Una docena de jóvenes se hace al escurridizo y logra tocar en las casas! Las familias no les abren ¡Ellos insisten con sus voces de que van en son de paz! Pero nadie hace siquiera para mirarlos… ¡A lo lejos se escuchan los caballos de los soldados liberales! – ¡Eh ustedes! ¿Qué estáis haciendo? ¿Saben qué están prohibidas las visitas y reuniones? -Los jóvenes tienen que correr, al paso de un tiempo se mira, apenas las familias se asoman por las ventanas ¡No los capturaron! – ¡Qué alivio! – dicen los papás.
En cada una de las casas que estos jóvenes visitan, al día siguiente ¡Aparecen mensajes de aliento y esperanza! Frases que dicen: – ¡No tengáis miedo! – escritas en una excelente caligrafía, con tanto esmero que pareciera fueran realizadas por un artista del pincel.
Al paso de ya el tercer día de posadas ¡Nuevamente el grupo de jóvenes se hacen a las calles! Bajo el mismo ejercicio ¡Tocan en los portones con las aldabas de hierro fundido! Y gritan a las familias – ¡Abridnos! Traemos buenas nuevas ¡No tengáis miedo! Hemos venido a ayudarles – de nueva cuenta nadie les abrió, los soldados los volvieron a perseguir ¡Arremeten con toda su fuerza para lograr caerles encima! No lo consiguen. El general liberal de la ciudad no está contento con lo sucedido.
– ¿Pero de qué demonios estamos hablando? A ver ustedes imbéciles ¿Cómo es posible que no los puedan capturar! ¿Cuántos son? – les pregunta enfurecido a sus capitanes – ¡Son doce mi señor! – le contesta su capitán de guardas – ¿Doce? ¿Y no hay manera de qué logremos capturarles? ¿Qué tendremos que llevar todo un escuadrón para que esto pase? Un piquete de soldados no puede ¿Acaso son soldados conservadores? – ¡No lo sabemos señor! Solamente que al pasar por las casas en las puertas dejan mensajes escritos, quiero agregar que de una forma hermosamente escrita – continúa dando – ¿Qué dicen esos escritos?
Los capitanes se observan y les muestran por escrito lo que los soldados le han reportado, unos dicen: ¡No tengáis miedo!, ¡Permaneced unidos!, ¡Volteen sus ojos al cielo!… ¡Estoy cerca de llegar!
-Pero ¿Qué demonios significa esto? ¿Acaso algún grupo de fanáticos frailes? ¿Qué no habíamos acabado con todos? Escuchen muy bien la orden ¡Capturar a todos los mendigos de la ciudad! No habrá un menesteroso que se quede afuera ¡Seguro son estos bribones quienes andan armando todo este desajuste! No olvidemos que dentro de todos ellos están los antiguos hermanos mayores de las congregaciones ¡Capturarles y encerrarlos! Una vez estén todos en las mazmorras ¡Se termina este vandalismo!
¡Así cumplieron la orden! Un día bastó para detener a todos los mendigos de la ciudad, en donde claro que había religiosos y monjas expulsadas.
Cercana ya la media noche, un grupo de doce jóvenes de nueva cuenta hace el desorden en la ciudad ¡Vuelven a tocar las puertas de los hogares! Hacen sus pintas con los mismos mensajes que le mostraron al general liberal ¡Dos piquetes de caballería les persiguen! Ellos se dispersan por los escurridizos callejones ¡Los soldados de caballería se abalanzan a todo galope para capturarles! Los jóvenes corren ¡No les lograron capturar!
¡El enojo aquella noche del general ahora es mayor! – ¡Esto es demasiado! Es mi deber el orden y el cumplimiento de las órdenes ¿Cómo es posible que no los capturaron? – Se escurrieron de forma veloz mi general – le contestó el capitán del séptimo de caballería de Toluca- ¿Están armados? – ¡No mi señor! Solo cargan pequeños morrales donde de seguro están sus puyones para hacer las tallas en la madera – Escuchar bien atajo de imbéciles ¡Visitar a cada uno de los menesterosos que están en las mazmorras! Preguntarles si saben algo, esos mendigos se conocen entre sí ¡Ofrecedles buena comida! Un buen mendrugo suelta la memoria. En caso de que no quieran cooperar ¡Haced lo propio! – les ordenaba mientras el general recuerda sus maniobras de tortura a los prisioneros conservadores.
¡Cumplieron la orden y el capitán visitó la cárcel!
Revisó de uno en uno a los pobres andrajosos para observar sus condiciones, de manera extraña miró que la mayoría no tiene algún dejo de dolor o tristeza, observó a uno de ellos con el rostro muy limpio ¡Cómo si no llevara ya varios días encerrado! No se le mira la condición de pobreza y menester, inclusive su piel se observa limpia – ¿Eh tú? Ven aquí – le acercaron al prisionero – ¿Cómo te llamas? – él no le contestó, después de un empujón por parte del alguacil de la celda, le volvieron a preguntar – ¿Quién eres? ¿Sabes algo de los que hacen el desorden por las noches? – ¡No le volvió a contestar! – Mira bien mugroso, si no coperas tendremos que tener medidas digamos ¡Menos amigables! Anda contesta ¿Sabes algo de los rijosos? – el prisionero le miró de manera tierna, como si le conociera y le tomó su mano al capitán ¡No hubo resistencia! Después de hacer algunas señas con la otra mano, le contestó: ¡No tengas miedo! Soy yo a quien buscas ¡Anda átame y deja en paz a mis hermanos! Llévame con tu general y dile que has logrado tu cometido.
¡El capitán sintió algo tan diferente a cualquier cosa que haya vivido! Soltó la mano del prisionero y salió de ahí corriendo ¡Despavorido tomó su caballo! Se dirigió hacia el camino antiguo ¡Aquél que no tiene regreso!
Al llegar la noche ese día de nueva cuenta los doce jóvenes salieron a las calles, ahora los espera todo un batallón que ha cercado por completo los accesos de la ciudad ¡No hay cuadra alguna que no esté custodiada por los liberales! Se les busca ya como fugitivos y sediciosos ¡Cómo pudieron los doce jóvenes continuaron tocando portón por portón! Corrieron por todas las calles ¡Esta vez en cada una de las casas lograron hacer llegar un mensaje que fue diferente a todos los dejados anteriormente!
“Estoy ya con ustedes”
Los hombres de caballería no se explican que, al tenerlos a distancia, al realizar la maniobra de captura ¡Se escabullían fácilmente! Los soldados de a pie al tenerlos de frente ¡Sentían un destello que los cegaba! Eso los distraía y no lograban hacerse de ellos. A pesar de lo numeroso del batallón ¡Ninguno de los doce jóvenes fue capturado!
Llegó el día veinticinco de diciembre ¡La ciudad continúa con los arrebatos de los doce jóvenes que siguen haciendo pintas! Casa por casa. Las familias con más valentía se acercan para exigir a los alguaciles que suelten a los prisioneros – ¿De qué se les acusa? – les gritan – ¡Soltadles! Nosotros les daremos resguardo y atención – La multitud de personas les dio temor a los carceleros que tuvieron que dejar que la turba rescatara a los menesterosos.
¡El general está fuera de sus cabales! Endemoniado de coraje hace por tratar de buscar culpables ¡No se atreve a enfrentar a la turba de la ciudad! Puede salir muy mal parado, ya pensando su próxima estrategia para capturar a los doce malandros rijosos, cuando recibe un saludo del capitán de postales ¡Un joven trae una orden del General Jesús González Ortega! Máxima autoridad del ejército liberal de Oriente, acompañan las firmas del general Porfirio Díaz y Miguel Negrete, la orden por escrita es definitiva:
“… abandone de inmediato la plaza de Querétaro, adhiérase al día 4 de enero de 1863 al ejército que le comanda ¡Saque a todos sus batallones de la ciudad! Deje un piquete de resguardo de retaguardia y otorgue el mando a los civiles…”
El general sin obedecer la orden, pretende dejar la plaza hasta dar con los doce rijosos, estos jóvenes que lo sacaron de sus casillas ¡Ordenó como última medida disparar a los causantes de las pintas! Así que aquella noche toda la ciudad estuvo bajo el régimen de “Toque de queda” esperando las bribonadas de pintas y mensajes alusivos a la venida de alguien importante.
¡Pasó toda la noche sin tener rastro de ellos! Ahora no hubo pintas ni llamadas a los portones de cada una de las casas ¡Todo es paz! La madrugada pasó sin parte alguno. A la mañana siguiente el general determinó cumplir la orden y cedió el mando a los civiles.
Al tomar camino hacia las tierras de Guanajuato todas las poblaciones cercanas se acercan a observarles ¡Una hilera interminable de soldados y caballería se dirigen a las órdenes del ejército de Oriente! Al pasar por un camino donde se detuvieron a beber agua, un grupo de doce jóvenes les acercan tinajas de agua y comida, uno de ellos, de mirada tierna se acercó directamente al general, le tomó su mano y con la otra le hace señales…