GOTA A GOTA
La militarización
La seguridad pública encontró su camino: la creación de la Guardia Nacional, integrada por soldados, marinos y policía federal. Militares capacitados para atender solamente la seguridad. Pero militares al fin y bajo el mando militar. ¿Solución indeseada por el presidente electo? Sí, no obstante haberlo negado. Y cito palabras suyas reproducidas en varios videos y discursos en la plaza pública: “tenemos que ir sacando al ejército de las calles (…) nos va a llevar seis meses (…) y será la policía (…) la seguridad no se resuelve con el uso del Ejército y la Marina (…) no vamos a apagar el fuego con el fuego (…) Vamos a enfrentar el problema de la inseguridad atendiendo las causas. Es la forma más humana…” Al parecer cambió de opinión cuando advirtió que el asunto era más grave de lo que pensaba. ¿Apenas ahora? ¿No se había enterado de los cientos de miles de muertos, de desaparecidos, de esa suerte de holocausto nacional? La militarización tiene un alto costo político y económico Y será un negocio para uno que otro. Uniformes, vehículos, armas, equipamiento tecnológico, todo para 50 mil efectivos. Si la tal Guardia Nacional respeta los derechos humanos y logra acotar tanto crimen de Lesa Humanidad, será ya una ventaja.
Pienso en la novela “El gatopardo” de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, que nos sitúa en el conflicto italiano entre monarquía y república; en la decadencia de la aristocracia encarnada en el Príncipe de Salina, de cuyos labios brota, en resignada reflexión, todo un apotegma político: “todo debería cambiar para que todo siga igual”.
La decadencia que es, también la muerte. Muerte de las vanidades de este mundo, de sus esplendores… Y recuerdo el gran cuadro de David que retrata “La coronación de Napoleón” que contemplé largamente en una galería de Washington, ceremonial del poder del que pronto seremos testigos. Sin corona, pero sí banda sobre el pecho, bastones de mando y demás. Vanidad de vanidades, celebrada por la multitud que ignora, porque así conviene a la breve vida, las lágrimas y la desaparición. Como la del Príncipe de Salina a quien vemos, en la versión fílmica de Visconti, desvanecerse en la nada, entre las callejuelas trístimas de aquella Sicilia de sus amores.